El 16 de octubre de 1923, en el oscuro garaje de la casa del su tío Robert, Walt y Roy Disney firmaron un contrato para producir 12 películas. Era el punto final de una sucesión de frustrantes intentos fallidos que estuvieron a punto de hacerlos desistir. Hoy, un siglo después, The Walt Disney Company es una de las empresas mejor valoradas en el corazón de los aficionados.
Walter Elias Disney nació en 1901 en el seno de un modesto hogar en Chicago (Illinois). Fue el cuarto de cinco hijos y junto con los estudios básicos tomó clases de dibujo en el Chicago Art Institute. Cumplidos los 18 años, en compañía de su hermano Roy viajó a Kansas City en busca de labrarse un futuro. Comenzaron a colaborar con el programa semanal del Newman Theatre.
Allí se conocieron con Ubbe Eert Iwwerks, un talentoso animador con el que vivieron una gran amistad que no estuvo exenta de dificultades y enfrentamientos. Fueron altas y bajas tanto en lo personal como en lo laboral, lo que provocó el distanciamiento y, también, que los hermanos Disney tomaran la decisión de irse a Hollywood (California), en busca de mejor suerte.
Allí se instalaron en el casa del tío Robert, que les cedió su garaje para que trabajaran en sus animaciones y en la producción de cuentos infantiles. Comenzaron a presentar sus propuestas, pero la respuesta que recibían siempre era la misma: NO. Hasta que un día, uno cualquiera, hubo alguien a quien le llamó la atención el trabajo y les abrió la puerta. Ese fue el comienzo.
Disney Brothers Studios fue el nombre que le dieron a la empresa, dedicada a la animación. La primera creación fue Oswald, the lucky rabbit (el conejo de la suerte), con el que en sus inicios tuvieron éxito. Sin embargo, el productor de la compañía les arrebató los derechos del simpático personaje y los dejó con las manos vacías. No hubo más remedio que volver a comenzar de cero.
Esta vez fue la definitiva: crearon el popular ratón Mickey, llamado inicialmente Mortimer, un ícono universal. Fue un éxito inmediato y les dio a entender a los hermanos que, por fin, iban por el camino correcto. Luego llegaron su pareja Minnie Mouse, el pato Donald, Goofy y Pluto, simpáticos canes que encantaron al público. A partir de entonces, las creaciones de Disney son sinónimo de éxito.
Walt se encargó del área creativa de la compañía y Roy, de las finanzas. Si bien no fue un camino expedido, exento de dificultades, los hermanos Disney se las arreglaron para superarlas una tras otra y seguir adelante. Se enfocan en la audiencia familiar, que los compensa convirtiendo en éxito todo lo que Disney publicaba. Cada una de sus películas significaba un hito, un punto bisagra.
Uno de ellos, por ejemplo, fue aliarse con la cadena NBC para producir la serie Una hora en el País de las maravillas. Fue la primera aparición de Disney en la televisión y marcó un récord de audiencia de 20 millones de televidentes en una época en la que en los hogares de Estados Unidos tan solo había 10,5 millones de televisores. Ese fue el comienzo de la creación de películas.
El 17 de julio de 1955, así mismo, marcó un antes y un después en la compañía: ese día se abrieron las puertas del primer parque de diversiones de Disney, en Anaheim (California). Tenía poco más de 20 atracciones y con lo primero que los visitantes se topaban era el castillo utilizado en La bella durmiente. El ingreso costaba un dólar y se pagaba adicional por cada atracción visitada.
Walt Disney murió en 1966, pero sus sueños, no. A pesar de las dificultades económicas, de estar amenazada por constantes crisis, por los vaivenes de la industria y los retos que supone la acelerada evolución de la tecnología y el crecimiento de la competencia, la compañía sigue como líder y referente del mercado. Su futuro no está garantizado, pero no será fácil derrotarla.
Disney ha demostrado hasta la saciedad que tiene la capacidad de producir magia. Y, con toda seguridad, ese será uno de los objetivos en este nuevo siglo: vendrán nuevos sueños hechos realidad; nuevos, maravillosos e inspiradores personajes; nuevas historias. Lo que es claro es que cada vez que pensemos en felicidad, emociones y entretenimiento, Disney será la primera opción.
Son incontables, e invaluables, las lecciones que podemos extractar de la historia de Disney. Sin embargo, elegí 5 que, a mi juicio, pueden resultarte muy útiles. Veamos:
1.- El entretenimiento es el rey.
Los emprendedores, dueños de negocios y profesionales independientes nos enfocamos en vender. Y está bien, porque no somos una ONG, necesitamos el dinero para vivir. Sin embargo, esa obsesión provoca que, a veces, muchas veces, nos olvidemos de que nuestros clientes son seres humanos de carne y hueso. Sí, personas con sentimientos, con emociones, con una vida por vivir.
Es decir, su vida no es sentarse a esperar que llegues tú con en tu rol de superhéroe a salvarles le vida con tu producto o servicio. Ellos quieren vivir la vida, disfrutarla, reírse, ser felices. Eso lo entendió Disney, que se dedicó a producir sentimientos, emociones y felicidad a partir de mil y un encantadores personajes e historias que hicieron las delicias de chicos y, también de los grandes.
2.- Conectar con las emociones.
Esa es la clave del marketing o de cualquier actividad cuyo objetivo sea generar un impacto positivo en la vida de otros. Si no conectas con las emociones, no llamas la atención; si no llamas la atención, nadie escuchará tu mensaje; si nadie escucha tu mensaje, no sabrán qué ofreces; si nadie sabe qué ofreces, no te comprarán. Es decir, conectar con las emociones es el comienzo.
Y vaya si Disney, a lo largo de este siglo, ha conectado con las emociones del público. ¡De todas las edades, de todas las condiciones, de todos los niveles! Los creativos de la compañía saben con certeza cuál es la tecla que deben tocar en determinado momento, y lo hacen con maestría. ¿La clave? Conocer muy bien las debilidades de sus clientes, pero, especialmente, sus deseos.
3.- Satisfacer los deseos del cliente.
Un tema es conocerlos y otro, distinto, satisfacerlos. Disney logra los dos objetivos. Por eso, de lo que era la compañía en sus inicios, una creadora de contenidos animados, hoy queda poco. Se ha transformado en una multinacional del entretenimiento en múltiples formatos y canales. Y ya no solo del ocio, como al comienzo, sino también del deporte, los medios de comunicación y el turismo.
Disney es, también, un estilo de vida que se identifica con lo que su audiencia quiere ser. Los personajes que crean responden perfectamente a esas inquietudes, a esas aspiraciones, y comunican mensajes poderosos. Y, por supuesto, dado que siempre la tecnología fue una de sus principales aliadas, Disney es así mismo uno de los gigantes del mercado del streaming.
4.- La fantasía, un recurso genial.
Los seres humanos actuamos en función de lo que pensamos y de aquello en lo que creemos. Que, seguro lo has experimentado, a veces, muchas veces, es pura fantasía, una creación de la mente. Un recurso fácil que Disney ha explotado con maestría a lo largo de un siglo, brindándonos unas historias en las que la línea entre la realidad y la ficción es difusa, una puerta giratoria.
Disney no solo es un buen producto, bien empaquetado, sino que también es líder y sinónimo de éxito e innovación. Su capacidad para sorprender a su audiencia parece no tener límites, tal y como lo demuestra las adquisiciones de Pixar y Marvel, que le permitieron consolidar su estilo. Este, sin duda, es uno de los legados de Walt Disney, una mente creativa que brilló con intensidad.
5.- Historias, siempre las historias.
Si quieres aprender algo de storytelling, mira películas de Disney, analiza cuáles son los valores y los mensajes ocultos en sus distintos personajes. Todos, absolutamente todos, tienen un propósito definido, cumplen un rol específico y, además, lo ejecutan magistralmente. Nos emocionan, nos hacen llorar o reír a carcajadas, nos invitan a reflexionar, nos inducen a identificarnos con alguno.
Son 543 personales los creados por Disney a lo largo de un siglo, una prolífica colección que se ha ganado un lugar de privilegio en la vida de sus seguidores. Amamos a los buenos, odiamos a los malos, vivimos las historias con intensidad. Un genial recurso que siempre ha estado disponible, pero que muchos menosprecian, utilizan mal o, peor, lo ignoran. Toda una fábrica de sueños.
La historia de The Walt Disney Company ha sido como una aventura en una montaña rusa, con picos altos y descensos vertiginosos. Siempre, la compañía logró salir adelante, superar los retos y, lo mejor, adaptarse tanto a los cambios tecnológicos como a los hábitos y deseos de la audiencia. Cada estreno, que no siempre significa un éxito, pone en vilo a sus apasionados fanáticos.
La creatividad sin límites, una marca poderosa, una amplia gama de productos que satisfacen las necesidades y deseos de distintos rangos de consumidores y magia para conseguir poderosas conexiones con las emociones del público a través de inspiradoras historias hacen de The Walt Disney Company un modelo digno de imitar. Gracias, Disney, por la magia, por la fantasía, por los sueños hechos realidad…