La rutina que no está en el reloj: el verdadero comienzo de un gran día

 


¿Qué pasaría si te dijera que tu día no comienza cuando suena el despertador, sino cuando decides, conscientemente, quién vas a ser durante las próximas veinticuatro horas?

Durante años creí, como muchos, que levantarse temprano, organizar una agenda perfecta y cumplir una secuencia de tareas era la fórmula del éxito. Y sí, claro, la disciplina importa. A mis nueve años ya entendía el valor del trabajo, y a los doce había aprendido, de la mano de mi abuelo, que una persona informada es una persona preparada para la vida. Más adelante llegarían la ingeniería de sistemas, la administración de empresas, la psicología, los estudios del comportamiento humano, del cerebro, del alma y de la empresa… y todo eso fue formando en mí la estructura de una “rutina” aparentemente perfecta.

Sin embargo, con el paso del tiempo descubrí que la rutina más poderosa no es la que se lee en los libros de productividad, ni la que aparece en artículos de revistas de finanzas personales, ni siquiera la que recomiendan los gurús del alto rendimiento. La verdadera rutina comienza mucho antes del primer café, y mucho más adentro que cualquier lista de pendientes: empieza en la conciencia.

He acompañado a líderes, emprendedores, madres, padres, trabajadores, jóvenes y adultos mayores. He escuchado historias de personas que lo tienen todo y siguen sintiéndose vacías, y de otras que tienen poco, pero viven con una plenitud que conmueve. Y en todas esas realidades, siempre encuentro el mismo punto de quiebre: no es lo que hacen durante el día, es desde dónde lo hacen.

Hay quienes practican afirmaciones, quienes realizan ejercicios de gratitud, quienes salen a correr, quienes meditan o quienes revisan sus finanzas cada mañana. Todas esas prácticas pueden ser valiosas, pero cuando se convierten en un deber sin sentido, en una obligación mecánica, pierden su esencia. Una rutina sin conciencia es solo una repetición… y nada transforma la vida repitiendo sin comprender.

En algún momento, mientras observaba mi propio camino, entendí que mi verdadero éxito no venía de acumular títulos, empresas o proyectos, sino de haber desarrollado la capacidad de escucharme. De conectar mi pensamiento lógico con mi intuición, mi mente analítica con mi dimensión espiritual, mi experiencia terrenal con algo mucho más grande que yo.

Ese día comprendí que mi día debía empezar con una pregunta simple, pero profunda: ¿Quién decido ser hoy?

No: “¿Qué debo hacer?” ni “¿Cuánto tengo que producir?”, sino “¿Cómo quiero sentirme, actuar, aportar y servir hoy?”. Porque cuando decides quién vas a ser, todo lo demás se ordena casi sin esfuerzo.

Dentro del Eneagrama, mi Camino de Vida 3 habla de la expresión, de la creatividad, de la comunicación, de la expansión. Pero ese camino también me ha enseñado que si no hay coherencia interna, toda expresión se vuelve ruido. Por eso, cada día, incluso en medio del caos, me regalo al menos unos minutos de silencio consciente. No siempre es una meditación formal; a veces es solo mirar por la ventana, escuchar el viento, sentir mi respiración, agradecer silenciosamente la vida que aún me sostiene.

Ahí nace la verdadera rutina: en el agradecimiento. No como una frase vacía, sino como un reconocimiento profundo. Agradezco por mi historia, por mis errores, por las personas que me han acompañado, incluso por aquellas que me han enseñado desde el dolor. Agradezco por mi madre, mi padre, mis hermanos, mis hijos, mis estudiantes, mis clientes, mis amigos visibles e invisibles. Es un acto íntimo que fortalece mi espíritu mucho más que cualquier suplemento o técnica de moda.

Luego llega el diálogo interno. Aprendí que la forma en que me hablo define la calidad de mi día. Si desde temprano me reprocho, me limito o me juzgo, arrastro esa energía a cada reunión, proyecto y decisión. Pero cuando me hablo con compasión, con firmeza amorosa, con respeto por el camino recorrido, mi mente se expande y mis decisiones se alinean con una versión más elevada de mí mismo.

En ese punto entra la inteligencia emocional. Reconozco mis emociones sin negarlas. Si hay cansancio, lo acepto. Si hay tristeza, la abrazo. Si hay alegría, la comparto. Ya no me escondo de lo que siento, porque sé que cada emoción es un mensaje que viene a mostrarme algo. La emoción no es enemiga del éxito, es su brújula más honesta.

Después, sí, llegan las tareas, las reuniones, la tecnología, los sistemas, las métricas, los informes, las decisiones estratégicas. Pero ahora ya no parten del vacío, sino de una fuente clara. La inteligencia artificial, por ejemplo, se ha convertido en una gran aliada en mis procesos empresariales y creativos. Sin embargo, siempre repito: la IA debe potenciar la conciencia humana, no reemplazarla. Una empresa puede automatizar procesos, optimizar recursos y escalar rápidamente, pero si no hay un alma que guíe esa expansión, todo termina siendo un crecimiento sin propósito.

He visto empresas crecer hasta volverse gigantes… y luego colapsar porque olvidaron su esencia. Personas que ganaron millones y perdieron a su familia, su salud, su sentido de vida. Por eso introduje también una nueva parte en mi rutina: preguntarme cada día si lo que estoy haciendo está alineado con el servicio. No con el ego, no con el reconocimiento, no con el dinero, sino con el impacto real en la vida de los demás.

Si la respuesta es sí, sigo. Si la respuesta es no, rectifico.

Esa es mi manera de crear un mejor día. No es una lista rígida, no es una obligación académica, es un acto de honestidad conmigo mismo. Y en ese acto, curiosamente, comenzaron a mejorar mis relaciones, mis resultados financieros, mi claridad estratégica, mi paz interior y mi creatividad.

Lo he visto también en otros. Personas que comienzan sus días con conciencia, aunque vivan en medio de dificultades, toman mejores decisiones, atraen mejores oportunidades y desarrollan una resiliencia que no se consigue en ningún gimnasio. Porque han comprendido que la verdadera disciplina no está en el cuerpo, sino en el alma.

A veces la gente me pregunta cuál es el secreto para tener un buen día. Yo sonrío, porque no hay ningún secreto. Solo hay una verdad profundamente olvidada: el día no te sucede, tú lo creas.

Cada pensamiento que eliges, cada palabra que pronuncias, cada decisión que tomas, construye o destruye tu realidad futura. Y cuando entiendes eso, la vida deja de ser una carga y empieza a convertirse en una obra consciente.

No necesitas una rutina perfecta. Necesitas una rutina auténtica. Una que respete tu proceso, tu historia, tus heridas y tus sueños. Una que incluya silencio, perdón, gratitud, propósito y algo muy importante: amor propio.

Porque quien se ama, naturalmente crea mejores días. Y quien crea mejores días, inevitablemente transforma su mundo.

Si hoy tu vida se siente pesada, confusa o sin rumbo, no empieces cambiando todo. Empieza eligiéndote a ti. Respira. Mírate al espejo. Reconoce tu valor. Y haz de ese gesto sencillo, tu nueva rutina sagrada.

Desde ese lugar, te prometo que cada día, aunque tenga problemas, será un día mejor, más consciente, más humano y más verdadero.

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Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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