¿Alguna vez te detuviste a saborear un bocadillo dulce y, al instante, sentiste que no era el chocolate el que realmente necesitabas… sino un abrazo, un susurro de paz o un descanso profundo? Desde mi experiencia —como ingeniero de sistemas, administrador de empresas, mentor de líderes y emprendedor desde 1988— he observado este “haz de luz” silencioso en los ojos de quienes buscan alivio en lo dulce: no es solo azúcar, es un mensaje del cuerpo, un grito del alma. Y cuando ese anhelo se convierte en hábito, puede anunciar algo más profundo: una inquietud no atendida, una emoción mal digerida, un desequilibrio que interpela nuestra totalidad.
En un reciente artículo de Psyciencia se señala que quienes prefieren de manera marcada los alimentos dulces tienen un 31 % mayor riesgo de experimentar depresión que quienes optan por dietas más equilibradas. Esto no implica un castigo: es una invitación a prestar atención. No se trata únicamente del “qué comemos”, sino del por qué. En múltiples investigaciones también se identifica que las emociones negativas favorecen la ingesta de alimentos altamente palatables —ricos en azúcares y grasas— porque activan nuestro sistema de recompensa cerebral como una especie de “calma rápida”.
Para quienes lideramos empresas, gestionamos equipos o acompañamos emprendedores, esta revelación adquiere una dimensión especial. En mi camino con Todo En Uno.NET (fundada en 1995) y la Organización Empresarial Todo En Uno.NET (iniciada en 2021), he observado que el desequilibrio no sólo está en la balanza física sino en la organización interna de los proyectos, los equipos y nuestros propios sistemas internos de gestión. ¿Qué pasa cuando ponemos “endulzantes” temporales en las brechas del sistema? ¿Cuántas veces el anhelo de logro rápido, la gratificación inmediata, la “fórmula mágica” oculta una desconexión más amplia?
Recuerdo una historia: hace algunos años trabajé con una empresa familiar en Colombia que enfrentaba una alta rotación de colaboradores jóvenes. En varias entrevistas surgía un patrón: muchos comentaban que “no se sentían escuchados”, “no veían un propósito claro” y recurrían a la cafetería o a la máquina de dulces para calmar su estrés diario. Aquello era un síntoma. Al profundizar, descubrimos que el proceso de inducción, el sentido de pertenencia y el espacio de crecimiento eran endebles. Cambiamos la rutina de café y dulce: implementamos círculos de reflexión semanal, mentorías de acompañamiento, espacios de silencio y escucha. Al cabo de seis meses, la rotación disminuyó y emergió un equipo más comprometido. El dulce no desapareció, pero dejó de ser la válvula única de alivio.
Esta conexión entre lo dulce y la depresión —o más bien entre lo dulce y un malestar no atendido— tiene varias dimensiones que me gustaría compartir:
Primero, lo dulce simboliza gratificación inmediata. Desde la numerología del Camino de Vida 3 (que en mi vivencia acompaño como un arquetipo de expresión, creatividad y comunicación) hay una tendencia a la inmediatez, al brillo rápido, al aplauso fácil. Este arquetipo puede admirar lo dulce, lo jovial, lo superficial pero pierde profundidad si no integra disciplina, sentido y alma. Como líderes, debemos reconocer cuándo nuestros equipos (y nosotros mismos) estamos en modo “endulzar el sistema” en lugar de atender la raíz: el propósito, la coherencia, el aprendizaje.
Segundo, hay un componente neuropsicológico. El consumo de azúcares refinados activa el sistema de recompensa —esa red cerebral que nos hace “querer” repetir la experiencia. Pero al mismo tiempo, este circuito puede generar a mediano plazo fatiga, irritabilidad, caída del ánimo e incluso abrir la puerta a la depresión. Es como si cada “mini adición” a lo dulce fuera un parche en un diseño que necesita refactorización.
Tercero, en la dimensión espiritual y cultural (y aquí hablo desde mi trayecto personal en Colombia y mi formación en ingeniería y administración), lo que comemos no es solo materia: es vibración, es relación con nuestro cuerpo, con los otros, con nuestro entorno. En el alma del emprendedor o del líder, el “antojo” de lo dulce puede estar diciendo: “Necesitas más conexión”. Conectarnos con nuestro ser interior, con el equipo, con la naturaleza, con lo verdadero. Y cuando esa conexión falla, lo dulce aparece como automóvil de alquiler: lo manejamos momentáneamente, pero no es nuestro vehículo original.
Desde esta perspectiva, ¿qué podemos hacer para redirigir este impulso hacia lo más significativo?
Comenzar por tomar conciencia: al antojo de lo dulce pregúntale: ¿Qué quiero realmente? ¿Qué emoción estoy disfrazando de azúcar? ¿Dónde falta presencia, cuidado, diálogo? Luego seguir con transformar el hábito: no se trata de eliminar lo dulce como un mandato de disciplina fría, sino de ofrecer alternativas que alimenten más profundamente: frutas maduras tropicales de Colombia (que además hablan de tierra, de cultura), momentos de pausa meditativa, diálogos de equipo donde se comparta vulnerabilidad, no solo resultados. En este sentido, la inteligencia emocional se convierte en la “plataforma” donde lo dulce se convierte en una señal de alarma y no en un distractor.
En mi rol de mentor de emprendedores he observado que cuando un equipo interno deja de atender la “dulce ilusión de éxito rápido” y abraza el “sabor profundo del propósito compartido”, se genera un cambio radical: los resultados mejoran, sí; pero lo más importante: mejora la calidad de vida del equipo, la salud organizacional, la sustentabilidad del proyecto. Tal como un sistema bien diseñado en ingeniería de software evita parches rápidos que luego generan deuda técnica, un equipo bien fundamentado evita “consumos rápidos” de motivación que luego se convierten en resentimiento, burnout o alejamiento.
Ahora bien, asumo también que esta transformación no es solo individual sino sistémica. Como administrador de empresas lo constaté: una dieta organizacional cargada de urgencias, KPIs inalcanzables, recompensas rápidas y un liderazgo desconectado provoca el “antojo de lo dulce” —sea literal o simbólico— en los colaboradores. Cambiar ese sistema menciona educar, acompañar, diseñar estructuras que alimenten sentido, no solo azúcar.
Y desde lo espiritual, como una práctica metodológica, valoro la contemplación. A veces uno debe hacer silencio y escuchar lo que se oculta detrás del anhelo. En ese silencio he descubierto que lo dulce muchas veces es la forma que el cuerpo encuentra para escribir un poema de cuidado que no se ha escrito. Y ese poema merece atención. ¿Podemos mirar nuestro sistema (personal, empresarial, espiritual) y preguntarle: “¿Qué poema estás necesitando hoy?” En esa pregunta, aparece la transformación.
Permíteme compartir un ejercicio práctico: al final del día, antes de comer algo dulce o de manera impulsiva, respira profundo durante 30 segundos; observa la emoción presente; escríbela en un papel por un minuto; luego decide si comerás lo dulce como celebración consciente o si primero visitarás la emoción que lo generó. Este espacio de consciencia detiene la automatización del impulso y abre la posibilidad de elegir.
Con esto llego a la reflexión final: el “diente dulce” no es el enemigo. Es un mensajero. Y cuando respetamos al mensajero, el sistema interno se adapta, se alinea, se armoniza. Como mejores líderes, como emprendedores humanos, tenemos la responsabilidad de ver más allá del gusto inmediato y preguntarnos por la vitalidad íntegra. Porque una empresa que cuida sus números, sí; pero también cuida sus corazones, sus cuerpos, sus mentes, en comunión con lo que somos aquí y ahora.
Solo cuando integramos lo visible (el producto, la estrategia, la tecnología) con lo invisible (la emoción, el espíritu, la comunidad), logramos un diseño de vida y negocio que realmente sostiene. Y entonces lo dulce puede volver a ser celebración, no evasión. Desde mi lugar, te invito a explorar ese territorio. A humanizar tu liderazgo, a sintonizar tu cuerpo, tu mente, tu alma, y a permitir que cada decisión —personal o organizacional— venga desde la coherencia, el ejemplo y el servicio.
Si sientes que tu equipo, tu empresa o incluso tú mismo estás recurriendo demasiado a “lo dulce” como alivio, te invito a que agendemos una charla para explorar juntos esa señal. Puedes reservar aquí:
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