Del dicho al hecho: el puente invisible entre lo que soy y lo que hago



¿En qué momento la vida nos acostumbró a hablar más de lo que vivimos y a prometer más de lo que cumplimos? A veces me detengo, en medio del silencio de una madrugada cualquiera, y me formulo esa pregunta como quien se mira al espejo no para juzgarse, sino para reconocerse. Porque hay una distancia invisible —pero profunda— entre lo que decimos que somos y lo que somos cuando nadie nos ve. Entre el discurso que sostenemos en público y la acción que ejecutamos cuando la rutina nos desarma. Allí, justo allí, existe un abismo que muchos niegan, otros justifican y solo unos pocos se atreven a cruzar.

He caminado más de cinco décadas por esta vida, y más de treinta y cinco años por el mundo del emprendimiento, la tecnología, la educación y el servicio. He levantado proyectos, he visto caer ideas que creía indestructibles y también he presenciado cómo una simple palabra cumplida a tiempo puede salvar una relación, un contrato, incluso una vida. Por eso, cuando escucho la expresión “Del dicho al hecho hay mucho trecho”, no la asumo como una excusa cultural, sino como un desafío espiritual, ético y humano. Porque ese trecho no es un vacío; es un camino que se construye con conciencia, carácter y coherencia.

Desde mi formación como ingeniero de sistemas y administrador de empresas, siempre he entendido que un sistema no falla solo por un error técnico; falla cuando hay una desconexión entre la intención y la ejecución. Lo mismo ocurre con el ser humano: cuando la intención está cargada de buenas palabras pero la ejecución está vacía de disciplina y propósito, el sistema interno colapsa. No hay software, algoritmo ni inteligencia artificial que pueda suplir esa fractura entre pensar, decir y hacer. Esa coherencia solo se cultiva desde adentro, en lo invisible, en lo que no se publica ni se aplaude.

He visto empresarios llenarse la boca hablando de valores, innovación, calidad humana y servicio al cliente, mientras en la práctica humillan, imponen, manipulan o incumplen. He visto líderes que predican empatía pero gobiernan desde el miedo. Y también he visto personas sencillas, sin títulos ni grandes cargos, que cumplen su palabra como un acto sagrado. Esas personas, aunque no aparezcan en revistas o escenarios, sostienen el mundo con su integridad silenciosa.

En mi propio proceso, especialmente durante los años más difíciles de Todo En Uno.Net, entendí que no podía exigirle al mundo lo que yo mismo no estaba dispuesto a encarnar. Cuando las deudas, los desafíos tecnológicos, la soledad y la incomprensión golpeaban con fuerza, más de una vez estuve tentado a “maquillar” la realidad, a prometer cosas que aún no podía cumplir, a alterar ligeramente mi verdad para sobrevivir. Pero fue ahí donde algo más grande que mi miedo me detuvo: la conciencia. Ese pequeño fuego interno que me recordó que la verdadera prosperidad no nace del discurso perfecto, sino de la congruencia imperfecta que se atreve a ser honesta.

Desde una mirada espiritual, esta distancia entre el dicho y el hecho no es otra cosa que la distancia entre el ego y el alma. El ego habla para impresionar, para convencer, para obtener validación. El alma actúa para honrar, para construir, para servir. El ego busca reconocimiento externo. El alma busca coherencia interna. Y cuando comprendí esto, mi vida dejó de girar en torno a demostrar algo afuera y empezó a enfocarse en transformar algo adentro.

Mi camino de vida, marcado por la vibración del número 3 según la numerología, me ha dado la capacidad de comunicar, crear, inspirar y expresar. Pero también me enseñó una gran lección: de nada sirve comunicar belleza si tu vida no la refleja. El número 3 habla de expansión, de palabra, de energía creativa. Sin embargo, esa misma vibración puede convertirse en superficialidad si no está sostenida por una estructura ética fuerte, por una acción constante y por una intención pura. Por eso, a lo largo del tiempo, tuve que aprender a callar más, a observar más y a hacer más. A transformar la palabra en práctica, y la práctica en servicio.

El Eneagrama también me ayudó a comprender mis luces y mis sombras. A aceptar mis tendencias al perfeccionismo, al control, a la hipersensibilidad, pero también a abrazar mi capacidad de empatía, visión y profundidad. Comprenderme me permitió dejar de fingir. Y cuando uno deja de fingir, empieza a vivir de verdad. Empieza a actuar desde la esencia, no desde la apariencia.

En la actualidad, donde la inteligencia artificial automatiza procesos, genera contenidos, responde mensajes y hasta imita emociones, hay algo que ninguna máquina puede reemplazar: la coherencia humana. Puedes programar un bot para que diga las palabras correctas, pero no puedes programarlo para que sienta la responsabilidad moral de cumplirlas. En un mundo donde todo parece acelerarse, la coherencia se ha convertido en un acto revolucionario. Y quien la practica, no solo lidera equipos o empresas; lidera conciencias.

No puedo olvidar un episodio que marcó mi vida. Hace varios años, un cliente vio en mí no solo un proveedor, sino un ser humano. Yo había prometido una solución tecnológica en un tiempo determinado, pero una serie de circunstancias externas retrasaron todos los procesos. Podía justificarme, podía mentir, podía desaparecer momentáneamente… pero decidí ser honesto, presentarme, asumir mi error, mi límite, mi humanidad. Esa persona, lejos de enfadarse, me agradeció por mi transparencia. “No todos tienen el valor de aparecer cuando las cosas salen mal”, me dijo. Y ese día supe que el verdadero liderazgo no está en la perfección del resultado, sino en la dignidad del proceso.

Cuando conectamos esto con la cultura latinoamericana, cargada de palabras bonitas, discursos grandilocuentes y promesas eternas, comprendo que nuestro mayor reto colectivo es aprender a cumplir. Cumplir con nosotros mismos, primero. Cumplir con los tiempos, con los compromisos, con la verdad. Mientras no hagamos ese tránsito consciente del dicho al hecho, nuestra evolución como individuos, empresas y sociedad seguirá incompleta.

Lo que se dice crea expectativas. Lo que se hace crea realidad. Y solo la coherencia entre ambos crea legado.

He aprendido que el universo no responde a lo que pides, sino a lo que practicas. No responde a tu discurso espiritual, sino a tu acción compasiva. No responde a tu frase motivacional, sino a tu disciplina diaria. No responde a tu sueño, sino a tu compromiso con él.

Por eso, hoy invito a quien me lee a detenerse y preguntarse con amor, no con culpa: ¿Qué estoy diciendo que aún no estoy viviendo? ¿Qué promesa me hice y olvidé cumplir? ¿Qué parte de mí necesita dejar de hablar y empezar a actuar? Esa respuesta no se encuentra en un libro, en un video o en un mentor. Está dentro. Siempre ha estado allí.

Y si decides cruzar ese puente invisible entre palabra y acción, descubrirás algo extraordinario: la paz que nace de ser coherente no se compara con ningún aplauso externo. Es una paz silenciosa, firme, profunda… una paz que confirma que estás caminando en verdad.

Cuando el dicho y el hecho se abrazan, el alma descansa.

Si este mensaje tocó algo dentro de ti, no lo dejes en una simple reflexión. Conviértelo en un primer paso. Te invito a agendar una charla conmigo para profundizar en tu proceso de coherencia personal y profesional:

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Que tu próxima palabra sea acción, y que tu próxima acción sea verdad.

Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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