A veces, la pregunta que más incomoda es la que más necesitamos escuchar: ¿qué hago con lo que siento cuando nadie me ve? El teletrabajo abrió puertas maravillosas para muchos, pero también abrió ventanas internas que no siempre sabemos gestionar. Entre ellas, una silenciosa, íntima y profundamente humana: el uso del placer sexual como vía de escape emocional durante la jornada laboral, fenómeno que algunos han llamado procasturbación. Y aunque el término puede generar risa, rechazo o curiosidad, lo cierto es que detrás de él se esconde un vacío que como sociedad no hemos sabido mirar con respeto, compasión ni profundidad.
Porque no se trata del sexo en sí. Se trata de lo que buscamos en él cuando lo usamos para evitar una conversación difícil, una emoción incómoda, un propósito abandonado o un cansancio que no queremos enfrentar. He acompañado líderes, empresarios, jóvenes y adultos durante más de treinta y cinco años, y he visto cómo, en diferentes épocas de la vida, cada uno encuentra sus propios refugios —algunos sanos, otros no tanto— para sobrevivir a la presión. En mi década de los veinte ese refugio era trabajar sin descanso; cuando tenía treinta, leer compulsivamente; en mis cuarenta, la ilusión de que podía controlarlo todo. Hoy, a mis cincuenta y tantos, veo con claridad que todos somos vulnerables cuando la mente se cansa y el alma se queda sin aire.
Por eso, cuando leí el artículo de El Tiempo sobre la procasturbación durante el teletrabajo, no vi morbo ni polémica. Vi un síntoma colectivo. Vi un signo de nuestros tiempos. Vi a miles de personas intentando regular su ansiedad desde el cuerpo porque emocionalmente ya no pueden más. Y comprendí algo que hace años aprendí del Eneagrama y de mi camino de vida 3 en la numerología: cuando la conexión interior se pierde, el ser humano busca estímulos externos para no sentir el vacío. Y ese vacío no distingue profesión, edad ni nivel educativo. Solo pide ser atendido.
Las dinámicas del teletrabajo han mezclado espacios que antes vivíamos separados: la cama es oficina, la cocina es sala de juntas, la ducha es pausa laboral y el cuerpo… el cuerpo se ha convertido en válvula de escape de tensiones que antes se liberaban conversando, caminando, respirando o simplemente haciendo presencia en un lugar compartido. No es extraño que muchos terminen usando el sexo como una manera rápida de volver a “sentirse vivos” en medio de jornadas que se sienten mecánicas, solitarias o emocionalmente exigentes.
No hablo desde teoría. Hablo desde la vida. He pasado por momentos donde mi propia disciplina se fracturó por dentro, donde la mente pedía orden pero el corazón pedía descanso, donde mis rutinas se volvían pesadas porque olvidaba nutrir al ser. Y fue allí, en ese choque interno, donde entendí que ninguna herramienta —ni la tecnología, ni la productividad, ni la espiritualidad mal entendida— nos salva del encuentro inevitable con nosotros mismos. El cuerpo habla cuando la mente calla demasiado.
Y es aquí donde la conversación se vuelve más trascendente. Porque la procasturbación no es el enemigo. El enemigo es la desconexión emocional que la precede. El enemigo es la soledad que normalizamos. El enemigo es esa sensación de estar cumpliendo con el trabajo pero fallándonos a nosotros mismos. El enemigo es la falta de un propósito vivo que nos recuerde por qué hacemos lo que hacemos cada mañana.
Cuando acompaño equipos empresariales, suelo decirles algo que nace desde lo más profundo de mi experiencia: no hay empresa sana sin personas emocionalmente presentes. La productividad no se pierde por cinco minutos de impulso sexual; se pierde cuando olvidamos cultivar la energía vital que le da sentido a nuestro trabajo. La tecnología, la inteligencia artificial, los KPI y los sistemas no pueden reemplazar lo humano. Somos seres espirituales habitando un mundo digital, no robots disfrazados de profesionales cansados.
La procasturbación, entonces, más que un “mal hábito”, es un espejo. Refleja estrés, ansiedad, baja motivación, ausencia de contención emocional, falta de límites y, sobre todo, la necesidad urgente de recuperar la presencia en la vida diaria. El Eneagrama lo diría de otro modo: es una estrategia adaptativa que deja de servir cuando se convierte en patrón automático. Y desde la numerología, especialmente en quienes tenemos camino de vida 3, es una señal de que la creatividad está bloqueada, que la energía se desordena y que es necesario regresar al centro.
Si revisamos los mensajes que comparto en Bienvenido a mi Blog o Mensajes Sabatinos, encontramos siempre la misma invitación: volver a uno mismo con ternura. No con juicio. No con culpa. Con honestidad. Porque nadie crece desde la vergüenza, pero todos podemos transformarnos desde la conciencia.
Cuando estamos presentes, la necesidad de evadir se reduce. Cuando somos compasivos con nuestras emociones, el cuerpo deja de gritar. Cuando nos permitimos descansar sin culpa, la mente fluye. Y cuando encontramos significado en nuestro trabajo, el placer regresa a su lugar natural: un espacio de conexión y no de escape.
Si estás leyendo esto y te has visto reflejado —aunque sea un poco— quiero decirte algo desde mi experiencia de consultor, mentor y ser humano: no estás roto. Estás saturado. Y la saturación no se resuelve escondiéndola, sino escuchándola. Quizás necesitas un límite. Quizás un respiro. Quizás un diálogo honesto contigo. Quizás un propósito que vuelva a iluminarte. Todos necesitamos un ajuste en algún momento. Eso es ser humano.
Y cierro con una verdad que la vida me ha enseñado una y otra vez: la evolución no empieza cuando dejamos un hábito, sino cuando entendemos la historia que ese hábito estaba intentando contarnos. Escúchate. Sé honesto. Sé amable. La transformación llega cuando uno se trata con amor.
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