Hay preguntas que llegan como un golpe seco al pecho y nos obligan a mirar hacia adentro, sin disfraces:
Ese interrogante se desliza silencioso en muchas historias humanas, pero cobra una fuerza distinta cuando la maternidad entra en escena. Porque la maternidad —al igual que el liderazgo, el emprendimiento o el servicio— no es un título, es una relación viva. Y toda relación viva se fractura cuando la persona que la sostiene comienza a quebrarse por dentro.
La noticia que inspiró este blog hablaba de un tema incómodo, profundamente humano y muchas veces tabú: una madre que lucha contra el alcoholismo y enfrenta un proceso legal por la custodia de sus hijos. Muchos leerán un caso judicial. Yo leo un símbolo: la evidencia dolorosa de cómo nuestras heridas pueden convertirse en sombras que envuelven a quienes más amamos. Y también la prueba de que la vida, aun en sus crisis más duras, siempre abre un camino de vuelta hacia la verdad personal.
Desde 1988 he acompañado personas, organizaciones, familias y equipos. Y si algo he aprendido —desde la psicología, la neuropsicología, la espiritualidad, la tecnología y la vida misma— es que todos estamos en un viaje de retorno hacia nosotros mismos. Algunos regresan caminando, otros arrastrándose, otros tocando fondo. Pero todos regresan.
El alcoholismo es una de esas puertas que conduce al fondo. No es un vicio ni una simple falta de disciplina. Es un grito interno que jamás fue escuchado. Es un dolor que encontró en la sustancia un atajo para anestesiar lo que la conciencia no sabía o no podía sostener. Y cuando ese dolor coincide con el rol de madre o padre, la tensión es devastadora: amar profundamente a alguien pero sentir que la propia vida se cae como un edificio sin cimientos.
Por eso, cuando leemos historias como la de esta madre, no deberíamos colocarla en el pedestal del juicio sino en el espejo de la comprensión. Porque cada persona que se quiebra está mostrando la humanidad que todos compartimos. No es solo su dolor: es el dolor que cualquiera podría cargar si la vida hubiera sido distinta.
Hay quien se hunde en alcohol. Otros en trabajo excesivo. Otros en relaciones tóxicas. Otros en silencios que los devoran. Las formas cambian, el vacío es el mismo.
He trabajado con madres, padres, empresarios, jóvenes y líderes que han enfrentado sus propios infiernos. Y todos coinciden en algo: el primer paso para sanar es asumir sin máscaras que necesitamos ayuda. El segundo paso es aceptar que la caída no nos define; nos define la decisión de levantarnos.
En Colombia y en cualquier lugar del mundo, la maternidad se romantiza. Pero es profundamente humana, imperfecta, vulnerable. Una madre que cae no deja de amar; simplemente se queda sin herramientas. Y una sociedad que castiga antes de comprender termina profundizando la herida que dice querer corregir.
La lucha por la custodia de un hijo no es solo un trámite legal. Es una batalla espiritual. Es el llamado de la vida diciendo: “vuelve a ti, porque tus hijos necesitan tu versión más consciente, no tu versión perfecta”.
Porque el fondo no es el final. El fondo es un renacer esperando ser elegido.
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