A veces me pregunto cuántas oportunidades hemos dejado pasar simplemente por repetir, casi como un mantra inconsciente, esa frase que tantas veces escuchamos —y que tantas veces pronunciamos—: “Yo soy así y no voy a cambiar”. Es curioso cómo ese conjunto de palabras, que parece una declaración de identidad, termina siendo en realidad una sentencia de estancamiento. Lo he visto en empresarios, en líderes, en colaboradores, en familiares, en amigos, y por supuesto también en mí mismo. Esa resistencia suave, casi invisible, es una coraza que usamos para no exponernos al viaje más profundo y desafiante que existe: transformarnos de verdad.
Y cuando hablo de transformación no me refiero a un discurso motivacional vacío, ni a ese deseo momentáneo que nace después de escuchar una conferencia, leer un libro o vivir una crisis. Hablo de una transformación que toca lo biográfico, lo espiritual, lo emocional, lo cultural y lo empresarial al mismo tiempo. Esa transformación que te desnuda, que te confronta, que te quiebra el ego y lo vuelve a unir desde un lugar más esencial. A lo largo de mi vida —y especialmente desde 1988, cuando empecé este camino en el que conscientemente he acompañado a otros a despertar, a crear empresas, a sanar sus patrones y expandir su propósito— he entendido que ninguna estrategia funciona si no transformamos primero al ser que la ejecuta.
Lo confirmé una y otra vez en sesiones privadas, en consultorías organizacionales, en salas de juntas donde el poder temblaba frente a la vulnerabilidad, y también en mis madrugadas de estudio espiritual, cuando descubría que el cambio humano empieza siempre por una sola pregunta: ¿estoy dispuesto a ver lo que no he querido ver?
Decir “yo soy así” suele ser la trinchera en la que nos escondemos para no tener que mirar eso.
He acompañado a ejecutivos brillantes que, detrás de su éxito, cargaban silencios profundos, heridas no atendidas, inseguridades disfrazadas de orgullo. He visto equipos completos paralizados porque uno de sus líderes se negaba a cambiar un hábito, una creencia o una forma de relacionarse. He visto organizaciones que parecían modernas tecnológicamente, pero que operaban emocionalmente como si vivieran en 1980. Y he visto familias completas repetir patrones porque nadie se atrevía a cuestionar la frase más dañina del linaje: “así somos nosotros”.
Curiosamente, la tecnología —que algunos creen fría o ajena al alma— se convierte en un espejo muy claro de todo esto. La inteligencia artificial, el machine learning, el análisis de datos… todo te dice que si tú no cambias el sistema, el sistema no cambia los resultados. Las organizaciones buscan digitalización, automatización, eficiencia, pero siguen administrando la vida desde un nivel de consciencia que no coincide con la velocidad del mundo. Quieren transformación sin transformarse.
Y ahí aparece el gran desafío humano: no se puede evolucionar sin incomodarse.
Hace unos años trabajé con un empresario que decía constantemente: “yo soy así, me cuesta delegar, soy desconfiado, soy explosivo, no tengo paciencia”. Lo decía como una verdad absoluta, casi como si fuera parte de su ADN. Pero yo conocía otra parte de él: su deseo genuino de que su empresa creciera, de que su equipo lo respetara sinceramente, de que su familia lo sintiera presente. Y fue entonces cuando le pregunté algo que a menudo me pregunto a mí mismo: ¿y si no es que eres así… sino que aprendiste a ser así? Esa pregunta lo desarmó.
Porque cuando recuerdas que lo aprendido puede desaprenderse, descubres que tu historia no es una condena, sino una herramienta.
Esa es la esencia del Eneagrama, de la inteligencia emocional, de la numerología que tanto me ha acompañado en mi Camino de Vida 3, de mi propio recorrido espiritual. Todo apunta a lo mismo: no somos estructuras fijas. Somos un flujo que puede cambiar dirección si estamos dispuestos a escucharnos sin miedo. Incluso la tecnología —que muchos creen rígida— se basa en actualización constante. Un algoritmo que no aprende se vuelve obsoleto; un ser humano que no aprende se vuelve prisionero.
He visto personas transformar completamente su vida cuando deciden cambiar una sola cosa: la conversación interna. Dejar de repetir “yo soy así” y empezar a preguntarse “quién podría llegar a ser si soltara esta versión limitada de mí”. Eso abre una puerta inmensa. Porque no cambiamos cuando nos fuerza la vida; cambiamos cuando decidimos que nuestra evolución vale más que nuestra resistencia.
Y lo mismo pasa en la empresa. Cuando un gerente deja de decir “así funciona aquí” y comienza a preguntar “¿cómo podemos hacerlo mejor?”, el clima cambia, la energía cambia, la creatividad se activa, la cultura se expande. He visto compañías que reviven cuando hacen esa transición. He visto equipos que renacen cuando dejan de justificarse y empiezan a mirarse con honestidad.
Cambiamos cuando dejamos de defender nuestra rigidez.
Cambiamos cuando reconocemos que la identidad no es una jaula, sino un punto de partida.
Cambiamos cuando dejamos de pelear con lo nuevo y permitimos que lo nuevo nos enseñe algo.
A veces el cambio llega en silencio. A veces llega en forma de crisis. A veces llega en un comentario doloroso que nos hace despertar. A veces llega en una madrugada, cuando la vida nos toca suavemente la puerta del alma y nos dice: estás listo. Yo sé lo que es resistirse a ese llamado. Y sé lo que es atenderlo. En mi vida, cada transformación profunda empezó cuando reconocí que la versión que yo defendía ya no era suficiente para la vida que estaba naciendo dentro de mí.
Por eso este mensaje es un recordatorio, no una instrucción. No te pido que cambies. Te invito a observarte, a escucharte, a cuestionarte con amor. A preguntarte qué hábitos, qué creencias, qué frases heredadas están sosteniendo una identidad que ya no representa tu grandeza. Como lo escribo en Bienvenido a mi Blog (https://juliocmd.blogspot.com/), el ser humano no viene a este mundo a repetir versiones. Viene a expandirse. Viene a recordar quién es detrás de la historia que contó para sobrevivir.
Nunca es tarde para empezar ese camino. Nunca.
Y si te sirve como punto de partida, recuerda esto: la vida siempre te está mostrando la siguiente versión de ti mismo, pero solo aparece cuando te atreves a soltar la anterior. Y quizás, solo quizás, lo único que necesitas hoy es permitirte un acto sencillo y profundamente valiente: dejar de decir “yo soy así”, y comenzar a decir “estoy dispuesto a conocerme de nuevo”.
Ese pequeño movimiento abre puertas que la mente no puede imaginar.
Si algo he aprendido después de tantos años acompañando personas, líderes, empresas y almas, es que nadie cambia por obligación: cambia cuando se mira con verdad, cuando se abraza con compasión y cuando comprende que la vida no quiere su perfección, sino su autenticidad. Si estás leyendo estas palabras, quizá ya lo sabes: estás listo para tu siguiente versión. Y la vida —como siempre— espera pacientemente a que des el primer paso.
Comparte este mensaje con alguien que hoy necesite recordar que cambiar no es traicionarse: es reencontrarse.
