¿Alguna vez te has sentido como si algo dentro de ti supiera lo que tiene que hacer, pero simplemente… no lo hace? Como si una fuerza invisible se interpusiera entre tu intención y tu acción, entre tu deseo y tu realidad. Y no es pereza, no es falta de capacidad. Es algo más profundo, más sutil. Como una espera no dicha. Como una pausa que se estira tanto, que se convierte en costumbre.
A eso muchos le llaman procrastinación. Yo, con los años y con el corazón abierto, he descubierto que muchas veces, no estamos postergando una tarea: estamos evadiendo un encuentro con nosotros mismos.
En el camino como empresario, mentor, y sobre todo como ser humano, me he encontrado cientos de veces con emprendedores brillantes, líderes poderosos, soñadores incansables… que tienen todo para avanzar, pero se quedan atrapados en lo urgente, lo inmediato, lo que “sí se puede hacer rápido”. Y aplazan, una y otra vez, lo esencial: esa conversación pendiente, ese proyecto personal, esa decisión incómoda. Lo disfrazan de falta de tiempo, de exceso de trabajo, de crisis. Pero en el fondo, procrastinar no es más que un reflejo de nuestra relación con el miedo.
Porque cuando procrastinamos, muchas veces lo que realmente estamos haciendo es evitar sentir. Sentir el peso del cambio, el temor al juicio, la incomodidad del crecimiento. Y sí, aplazar puede ser una herramienta útil, estratégica incluso, cuando se hace con conciencia. Pero procrastinar, esa repetición silenciosa del “después lo hago”, es la voz del alma que se quedó esperando su turno… y ya nadie la escucha.
Recuerdo una época difícil en mi vida. Tenía sobre la mesa una propuesta para expandir Todo En Uno.Net hacia una nueva región. Era una oportunidad hermosa, alineada con nuestra visión, con nuestras capacidades. Pero algo en mí no se movía. Daba excusas: que debía evaluar más, que no era el momento, que el equipo aún no estaba listo. Mentiras piadosas que disfrazaban un miedo más hondo: el miedo a volver a empezar en terreno desconocido, a arriesgar la estabilidad construida, a verme vulnerable.
Un día, meditando al amanecer, entendí que no era el proyecto lo que estaba en pausa. Era yo. Yo me estaba aplazando a mí mismo. Y lo más duro fue darme cuenta de que mientras yo me demoraba en actuar, había personas esperando mi decisión para crecer también. Porque nuestras postergaciones personales también tienen consecuencias colectivas.
Desde entonces, he aprendido a escucharme distinto. A notar cuándo una pausa es sabia, y cuándo se vuelve excusa. A diferenciar cuándo el alma necesita silencio y cuándo simplemente estoy dejando que el miedo maneje el timón.
Y he acompañado a otros en ese mismo proceso. Una emprendedora llegó a mí con la idea de lanzar un programa de formación online. Llevaba dos años con todo listo, pero no lo publicaba. Me dijo: “No estoy lista”. Le pregunté: “¿No estás lista… o no te sientes suficiente para mostrarte al mundo?”. Y entonces lloró. Porque eso es lo que muchas veces hay detrás de la procrastinación: no es falta de tiempo, es falta de perdón, de autoaceptación, de seguridad en la propia luz.
Aplazar puede ser un acto de sabiduría si se hace con consciencia. Cuando decidimos posponer algo para dar espacio a la maduración, a la reflexión, incluso al descanso, estamos actuando desde la responsabilidad. Pero cuando postergamos sin revisar lo que sentimos, sin nombrar lo que tememos, nos convertimos en nuestros propios saboteadores.
La vida, desde una mirada espiritual, no nos pide perfección, nos pide presencia. Estar. Y para estar verdaderamente, hay que atravesar el miedo. El miedo al juicio, al fracaso, al éxito incluso. Porque sí, también le tememos a brillar. Porque brillar implica exponerse. Implica sostener lo que somos. Implica que alguien, en algún momento, nos mire y no esté de acuerdo. ¿Y entonces qué? Nada. Seguir siendo.
Por eso, cada vez que sientas que estás postergando algo importante, detente y respira. Pregúntate con sinceridad: “¿Qué es lo que estoy evitando realmente?”. Tal vez no sea el informe. Tal vez sea reconocer que necesitas ayuda. Tal vez no sea el video que no grabas. Tal vez sea que aún no te crees capaz de enseñar. Tal vez no sea el correo sin responder. Tal vez sea que te cuesta poner límites.
Somos una cultura del hacer. Del resultado. Pero el alma no mide en métricas. Mide en autenticidad. En verdad. Y a veces, procrastinar es simplemente una forma de protegernos… de nosotros mismos. El problema no es esa protección. El problema es quedarnos a vivir ahí.
Yo, Julio César Moreno Duque, después de décadas emprendiendo, formando, liderando… he aprendido que cada tarea que postergamos nos está diciendo algo. Que no es solo un asunto de disciplina o de foco. Es un asunto de autoconocimiento. De conexión con el propósito. De valentía para mirar hacia adentro.
Porque cuando uno está verdaderamente alineado con lo que ama, el alma no posterga. Actúa. Se mueve. Inspira.
Así que no te juzgues si has procrastinado. No te culpes si llevas tiempo aplazando algo importante. Pero sí, mírate con honestidad. Porque si el alma espera demasiado, también se cansa.
Hoy te invito a dejar de posponer lo más valioso: tu verdad. Tu voz. Tu servicio al mundo.
Y si conoces a alguien que lleva tiempo esperando por sí mismo, compártele este mensaje. Podrías ser la señal que estaba necesitando.
Agendamiento: AQUÍ
Facebook: Julio Cesar Moreno D
Twitter: Julio Cesar Moreno Duque
Linkedin: (28) JULIO CESAR
MORENO DUQUE | LinkedIn
Youtube: JULIO CESAR MORENO DUQUE - YouTube
Comunidad de WhatsApp: Únete
a nuestros grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
Blogs: BIENVENIDO
A MI BLOG (juliocmd.blogspot.com)
AMIGO DE. Ese ser supremo
en el cual crees y confias. (amigodeesegransersupremo.blogspot.com)
MENSAJES SABATINOS
(escritossabatinos.blogspot.com)
👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp o
Telegram”.