Silencio masculino: cuando el cuerpo también pide ser escuchado


¿Qué tanto nos conocemos… de verdad?

No me refiero a los títulos que llevamos en la firma del correo electrónico ni a las ideas que defendemos con vehemencia en una discusión. Hablo de conocernos desde adentro, desde lo invisible y muchas veces silenciado. Hablo del cuerpo, ese sabio compañero de viaje que rara vez consultamos, pero al que le exigimos todo.

Hace poco me topé con una inquietante pregunta en un artículo de Portafolio: ¿Qué pasa con la próstata si no tienes relaciones sexuales?
Y aunque pudiera parecer una inquietud puramente médica, técnica, incluso incómoda o tabú, lo que despertó en mí fue mucho más profundo. Porque en esa pregunta se esconde otra, más existencial: ¿Qué pasa con un hombre cuando deja de vivir su cuerpo, su energía, su sexualidad y su emoción con conciencia?

Desde hace más de 30 años he acompañado líderes, empresarios y seres humanos que brillan por fuera pero se oxidan por dentro. Profesionales impecables, estrategas natos, padres presentes… pero desconectados de sí mismos. Y entre esas desconexiones, hay una especialmente silenciosa: la desconexión con la vitalidad que habita en nuestro cuerpo, con ese flujo natural de energía que no es solo sexual, sino también emocional, espiritual, creativa.

En la consulta, muchas veces disfrazada de temas empresariales o de liderazgo, emergen confesiones como estas:
“Julio, no tengo deseo de nada últimamente.”
“No me siento mal, pero tampoco vivo con pasión.”
“Me cuesta conectar con mi pareja… me cuesta conectar conmigo mismo.”

Y así, lo que parecía una conversación sobre estrategia empresarial, termina siendo una conversación sobre el alma, sobre el cuerpo y sobre el miedo a mirar hacia adentro.

Muchos hombres —especialmente aquellos que lideran, que sostienen, que protegen— han aprendido a encerrar su vulnerabilidad en una caja fuerte. El cuerpo se convierte en herramienta de producción, no en templo de sabiduría. La sexualidad, en muchos casos, o se desborda de forma compulsiva o se apaga sin explicación. Y la próstata, como órgano silencioso, termina siendo muchas veces el mensajero de una vida que no ha sido escuchada. No es solo un asunto de medicina. Es un tema de conciencia.

No tener relaciones sexuales no es el problema en sí mismo. El verdadero problema es no tener relaciones con la vida, con el propio cuerpo, con el deseo, con la capacidad de sentir y de ser vulnerable. Y eso, querámoslo o no, afecta también la biología.

Vivimos una época en la que podemos crear empresas en dos semanas, liderar equipos en cuatro países desde una sola laptop, y hasta construir inteligencias artificiales que aprenden más rápido que nosotros.
Pero aún no sabemos cómo habitar nuestra masculinidad con verdad, sin escudos ni máscaras.

Como suelo decir:

“Por siglos creímos que el milagro de pensar, crear y decidir era únicamente humano.
Hoy, una creación nuestra, la Inteligencia Artificial, irrumpe no para sustituirnos, sino para desafiarnos a evolucionar.
El paradigma se rompe, y con él, la zona de confort en la que nos refugiamos.
Ya no basta con pensar, hay que replantear qué es la inteligencia, qué es la conciencia y cuál es nuestro verdadero rol como especie.
¿Estamos preparados para coexistir con una inteligencia no biológica que aprende, decide y, en ocasiones, acierta más que nosotros?”

Este desafío no es tecnológico. Es profundamente humano.
¿De qué sirve tener empresas automatizadas si no somos capaces de automatizar el autocuidado? ¿De qué sirve implementar software de última generación si seguimos ignorando los “mensajes del sistema operativo más antiguo que tenemos”: nuestro cuerpo?

La próstata, en muchos hombres, empieza a inflamarse no solo por causas físicas, sino por años de tensión, de emociones no expresadas, de heridas no sanadas. El deseo sexual no desaparece por azar: a menudo se desvanece entre la vergüenza de sentir, el miedo a no rendir como “se espera de un hombre”, o simplemente el agotamiento crónico al que nos hemos acostumbrado.

Cuando trabajé como consultor en empresas familiares, uno de los casos que más me impactó fue el de un patriarca de 65 años, gerente general y abuelo amoroso. A puertas de una cirugía de próstata, me pidió una sesión “sólo para aclarar unos temas legales”. Pero en medio de la conversación, rompió en llanto.
“No sé quién soy sin esta empresa, Julio… Y ahora ni siquiera funciono como hombre.”

Esa frase me atravesó. No por la enfermedad, sino por lo que revela: un vacío de identidad. Y es que cuando el hacer reemplaza al ser, cuando el deber se impone al deseo, el cuerpo pasa factura.

La masculinidad consciente no se mide por la cantidad de relaciones sexuales ni por el tamaño de los logros. Se mide por la capacidad de habitarse con honestidad. De reconocer el cansancio. De mirar al miedo a los ojos. De acariciar la vida con intención, no con ansiedad. Y, sobre todo, de pedir ayuda cuando es necesario.

En mi camino como mentor, he aprendido que la verdadera transformación no ocurre cuando alcanzamos más, sino cuando nos permitimos soltar más. Soltar el personaje. Soltar el juicio. Soltar el mandato social de que “el hombre debe estar siempre dispuesto, siempre fuerte, siempre al mando”.

Volver al cuerpo es un acto espiritual. Escucharlo, un acto de amor. Y sanar, un acto de liderazgo interior.

A quienes me leen hoy, especialmente hombres que han puesto en pausa su vida íntima, no por decisión consciente sino por olvido de sí mismos, les digo:
no se trata de volver a tener sexo como una meta más en la lista. Se trata de volver a sentir la vida. De reconectar con la energía creadora que habita en ti.
Esa energía es tuya, no necesita permiso, solo presencia.

Si estás atravesando un momento de desconexión contigo mismo —sea física, emocional o espiritual—, no lo ignores. No lo enfrentes solo.
Hay caminos. Hay herramientas. Hay espacios seguros para conversar lo que por años se ha silenciado.

Y si eres mujer, esposa, pareja o hija de un hombre en silencio… tu presencia amorosa, tu escucha sin juicio, puede ser ese puente que invite a abrir puertas internas.

Mi invitación es a que no postergues tu bienestar. Que no te olvides de ti por cumplir con todo y con todos. Que no conviertas el cuerpo en enemigo, ni el deseo en tabú.
El cuerpo es un aliado. Y la salud masculina comienza por permitirnos volver a sentir, a nombrar, a sanar.

🧭 Reflexión final 
Si esta lectura resonó contigo, o te recordó a alguien que amas, te invito a abrir un espacio de conversación. No para hablar solo de próstata o salud, sino de lo que realmente está pasando en tu interior.
Podemos agendar un espacio humano, confidencial, libre de juicios. Porque antes de sanar al mundo, necesitamos sanar al hombre que lo habita.
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¿Te atreves a escucharte antes de que tu cuerpo lo grite?
Yo estaré aquí para acompañarte.
— Julio César Moreno Duque

Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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