Basándonos en la pirámide emocional de necesidades, vamos a identificar los escalones que debemos trepar en clave de fortalezas y virtudes del carácter para afrontar una situación devastadora como la pandemia.
La psicología de la pandemia
Tras un año de pandemia, es claro ya el impacto psicológico que está teniendo la exposición intensa, prolongada y persistente a una situación de inseguridad. Nuestras estructuras y engranajes emocionales se resienten derivando en sentimientos de desasosiego, inquietud, miedo, ira, ansiedad, preocupación, tristeza, aislamiento, frustración, rabia, impotencia, soledad o angustia. Cada vez hay una mayor consciencia sobre los efectos de las desalentadoras estadísticas al respecto.
A los humanos no nos es posible luchar contra las emociones por cuanto éstas se hallan estrechamente ligadas a los pensamientos. Y si librar batalla contra los sentimientos es una guerra perdida, mucho más lo es hacerlo contra los pensamientos. Y si no, trata por un instante de no pensar en zanahorias. Puedes pensar en lo que desees excepto en zanahorias. Sólo en zanahorias ¡No! ¿En qué están pensando? … ¡Exacto! En zanahorias. Seguramente tu esfuerzo se ha invertido en pensar en “no pensar en zanahorias”. El mismo hecho de no querer pensar en algo, nos engancha y consolida más esa idea en nuestra mente. Y al no tener un absoluto control sobre nuestros pensamientos, tampoco lo tenemos sobre sus consecuencias emocionales.
Al no tener un absoluto control sobre nuestros pensamientos, tampoco lo tenemos sobre sus consecuencias emocionales
Tratemos de identificar –basándonos en la pirámide emocional de necesidades de Susan David, profesora del Harvard Medical School– los escalones que debemos trepar en clave de fortalezas y virtudes del carácter, y las correspondientes emociones que generan para afrontar cualquier situación devastadora –por ejemplo, una pandemia–.
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Aceptación
En primer lugar, en la base estaría la aceptación. La sensación de control nos evoca una percepción de certeza y seguridad. No obstante, es difícil controlar una situación desconocida, y menos si es una pandemia global. Esto apela al sentido humano de la coherencia, que informa de que vale más ser tolerantes y aceptar, desde la calma de la que uno sea capaz, todo cuanto ocurre a nuestro alrededor, y sobrellevar las respectivas emociones de pesar, aflicción y hastío, que tratar de suprimir esos sentimientos desesperanzadores en busca de la fantasía de la dicha y el bienestar.
No es que yo esté en contra de los indispensables momentos de alegría; empero, forzarlos a cualquier precio suele ser una cara y desafortunada inversión.
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Empatía y compasión
A continuación debemos continuar por la empatía y la compasión. Ser amables con nosotros mismos, dejando de lado las ansias de perfeccionismo al que nuestro feroz crítico interior nos obliga, nos confiere un respiro cuando cumplimos con las normas, sin estar seguros necesariamente de su oportunidad o conveniencia. Una cosa es tener el sentido de la excelencia y tratar de dar lo mejor de nosotros mismos en todo cuanto acometemos; y otra muy diferente, obviar las dudas y los remordimientos que una pandemia de incertezas nos pone en el camino.
Y si someternos a juicios excesivos a nosotros mismos no resulta buena idea, menos lo es hacerlo con respecto a los demás. Sentenciar sobre lo que otros hacen es pernicioso para nosotros mismos. Todos obramos como buenamente sabemos, creemos y podemos. Someternos a una persistente crítica mutua es, cuando menos, anti-reconfortante dadas las inciertas circunstancias.
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Orden de las rutinas
El tercer nivel al que debemos avanzar es el del orden de las rutinas cotidianas. Es una obviedad que actualmente resulta muy difícil mantener las rutinas de antaño. Muchas personas han visto barrida su cotidianidad, especialmente aquellas que no poseen factores externos –como el trabajo o los estudios– que les den forma a sus costumbres diarias.
Respetar y mantener unos mínimos horarios y crear un nuevo orden de rutinas, estableciendo nuevas actividades y ocupaciones estimulantes e innovadoras, nos genera la sensación interior de dominar el tiempo con acciones de utilidad en lugar de sentarse a ver pasar las horas y los días en espera de tiempos mejores. Muchos de mis pacientes me comentan que en el inicio del confinamiento ver series les salvó sus largas horas de encierro. Mas, un año después, sólo les genera malestar, remordimiento y sensación de pérdida de tiempo disponer de sus espacios de ocio únicamente para ver un capítulo tras otro.
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Las conexiones y los afectos
Continuamos la pirámide con las conexiones y los afectos. Los seres humanos somos relacionales y forma parte de nuestro engranaje vincularnos con las personas que nos rodean. La distancia social únicamente hace referencia a una cuestión física. Sin embargo, hoy tenemos la posibilidad de permanecer juntos y unidos por otras vías, regalándonos el don de la presencia, de la atención y del tiempo.
Ciertamente nada sustituye al sentido del tacto o la cercanía que se pueda medir por centímetros y no por metros o kilómetros. No obstante, cultivar nuestros vínculos afectivos por todos los medios posibles, pese a la distancia social, nos llena de energía y bienestar.
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Sabiduría
Y por último, hallamos la sabiduría. La belleza y la fragilidad de la vida son inseparables. También lo son el sufrimiento y los procesos de cambio. Muchos ya lo sabían pero ahora la ciencia lo confirma. La transformación humana necesita de los momentos de crisis y dificultad tal como la vida se abre paso tras los dolores del parto, la semilla germina sólo cuando se rompe en el desgarro o el hierro cambia su forma a causa de las altas temperaturas que la moldean.
Mas este proceso debe necesariamente ir acompañado de introspección. Es la mirada interior la que nos descubre la esencia y el sentido del dolor. Es pues, tiempo de reflexión y de conversaciones significativas para descubrir las lecciones que tras la pandemia nos quedarán.