“Cuanto más abiertos estemos a nuestros propios sentimientos, mejor podremos leer los de los demás.”
-Daniel Goleman-
Lo primero que debemos recordar cuando hablamos de las emociones, es que estas atraviesan cada uno de los momentos y situaciones de nuestra vida; por eso, no es descabellado pensar que cada que nos relacionamos con personas y/o eventos, estas surjan.
Es por eso que incluso el tono de la voz de alguien, su personalidad o sus gestos, nos traigan recuerdos que activen nuestras emociones y generen determinado tipo de respuestas, que pueden ser tanto agradables como desagradables, dependiendo del tipo de experiencia previa que hubiésemos tenido con esa o esas personas en algún momento. Conforme el ser humano va creciendo y madurando, las emociones se van modificando, así como la forma de manifestarlas y de manejarlas que, al final, permite ayudar a la mente a superar traumas, obsesiones, complejos y vicios.
¿Sabemos cómo se manifiestan esas emociones?
Cuando se produce una emoción, esta va asociada a la aparición de alguna modificación -fisiológica, cognitiva o motora- en el sujeto que la experimenta, y esta es una particularidad de ciertos estímulos, que al ser capaces de provocar estas reacciones tienen lo que conocemos como competencia emocional.
Es decir, cuando el cerebro detecta estímulos competentes emocionalmente, envía órdenes específicas al sistema endocrino -el responsable de la liberación y de la regulación de las hormonas en la sangre, y sus efectos-, al sistema autónomo -el que actúa sobre los sistemas fisiológicos de control del cuerpo, la homeostasis en general y el sistema cardiovascular– y al sistema musculoesquelético -el responsable de algunas respuestas típicamente emocionales-, para permitir la expresión emocional.
Y las emociones no sólo se pueden evidenciar a nivel interno de cada persona, sino que tienen un componente físico, el cual permite a otras personas alrededor además de uno mismo, saber que esta pasando algo y que está produciéndose algún cambio; por más que se trate muy insistentemente de enmascarar cualquier emoción desagradable, como por ejemplo la ira, siempre habrá una manifestación involuntaria notoria que revelará que estamos sintiendo y transitando por esta emoción.
Entonces, el procesamiento de emociones es la manera en la que nuestro cerebro recibe y gestiona esa respuesta -la emoción- frente a una situación, donde además influye significativamente en ese accionar, así como pueden servir de base para analizar psicológicamente a cada ser humano.
Dicho esto, es oportuno entonces tener en cuenta los diferentes tipos de respuestas emocionales, que al final, son mecanismo de defensa que permiten validar, regular y gestionar las emociones, sean agradables o no.
Es la manera en la que las emociones transitan por la psiquis del ser humano, para poder emitir un juicio o una percepción sobre el entorno, y estas pueden ser respuestas conductuales, fisiológicas, verbales, gesticulares y de somatización.
Hoy en día se sabe que las regiones cerebrales que están implicadas en el procesamiento de la emoción están también implicadas en la cognición, y viceversa, son circuitos neuronales distintos, pero absolutamente interdependientes, por este motivo es absurdo pensar que la toma de decisiones, por ejemplo, es un fenómeno puramente racional -de pura cognición- carente de emoción. La cognición implica procesos como memoria, atención, percepción, lenguaje, resolución de problemas y planificación, y el estado emocional condiciona todos estos procesos cognitivos, entre otras cosas, porque la atención y la percepción son los primeros pasos de todo proceso cognitivo y ambos se regulan por la emoción.
No olvidemos que la emoción es un estado afectivo, concreto y subjetivo, que tiene la maravillosa función de permitirnos otorgar significado y valor a la experiencia vivida.