Debemos entender que las palabras ofensivas solo tienen poder si decidimos dárselo.
Cuando la gente nos ataca, tiene muy poco que ver con nosotros y todo que ver con lo que ellos piensan de sí mismos.
Recientemente leí la historia de una mujer que orgullosamente puso una foto de ella en vestido de baño en Instagram. Para su sorpresa, recibió una serie de comentarios negativos sobre su cuerpo. Unos le escribieron que se veía vieja; otros, que debería hacer más ejercicio y bajar de peso, y algunos hasta la atacaron por atreverse a subir “semejante foto”. Lo que pocos sabían es que esta mujer decidió subir la foto porque había superado un cáncer que la tuvo al borde de la muerte y quería demostrarle al mundo, pero ante todo a ella misma, que era bella por fuera y aún más por dentro.
Después de haber superado su batalla contra la muerte, unos comentarios negativos en redes sociales le parecieron un juego de niños. No interiorizó ningún comentario negativo porque estaba feliz de estar sana y agradecida por su vida.
Para mí, esta mujer es una demostración de valentía absoluta no por haber subido una foto, ni siquiera por haber desafiado el cáncer, sino por saber distinguir entre darle importancia a lo que ella piensa de sí misma por encima de lo que los demás piensen de ella.
Entendió lo que a la mayoría se nos olvida: cuando la gente nos ataca, tiene muy poco que ver con nosotros y todo que ver con lo que ellos piensan de sí mismos. Solo una persona con muy baja autoestima siente la necesidad de tratar de bajársela a terceros. Solo una persona que no se siente merecedora de amor siente que debe criticar las relaciones amorosas de los demás. Y no nos engañemos, esto no se limita a las redes sociales ni a los comentarios de desconocidos. La mayoría de veces, estos ataques provienen de los que son más cercanos a nosotros. Cuántos padres no destrozan ideas innovadoras y arriesgadas de sus hijos porque ellos mismos se sienten estancados. Cuántas mamás no critican el cuerpo de sus hijas porque ellas se sienten inconformes con el propio, y cuántas ‘amigas’ no despotrican de sus ‘amigas’ por falta de seguridad en sí mismas.
Antes de derrumbarnos ante los comentarios destructivos de los demás, antes de cohibirnos de mostrarnos como quienes realmente somos por miedo al qué dirán o de permitirles eco interno a las inseguridades de otros, debemos entender que las palabras ofensivas solo tienen poder si decidimos dárselo porque, como dice Eleanor Roo-sevelt, “nadie te pude hacer sentir inferior sin tu consentimiento”.