Cuando el deseo se vuelve pantalla: una reflexión consciente sobre la sexualidad en tiempos de hiperconexión



¿En qué momento dejamos de mirar a los ojos para empezar a mirar a través de una pantalla? Esa es la pregunta que me acompaña cada vez que escucho a un joven hablar de sexo como si fuera un catálogo, un algoritmo o una experiencia que se consume sin alma. No es una pregunta moralista ni una condena; es una inquietud profunda que nace de la observación, de la psicología, de la ingeniería del comportamiento humano, de mi propia historia y del silencio de miles de conversaciones no dichas que he escuchado durante décadas de vida, de empresa, de acompañamiento y de conciencia.

He conocido hombres y mujeres exitosos, empresarios admirados, soñadores incansables, estudiantes brillantes y corazones nobles que, sin darse cuenta, fueron educados en su forma de amar por imágenes que no comprenden la profundidad del alma. No hablo solo de pornografía en el sentido literal, sino de todo lo que nos ha enseñado a ver al otro como objeto, como resultado, como placer inmediato, como conquista sin conexión espiritual. La tecnología, que amo y admiro profundamente, nos dio herramientas extraordinarias. Pero también nos puso frente a uno de los dilemas más grandes de la humanidad moderna: ¿estamos usando lo digital para elevar nuestra conciencia o para anestesiar nuestra sensibilidad?

Recuerdo con claridad el día en que un joven profesional, brillante en análisis de datos, llegó a mi oficina buscando orientación. No por un problema laboral ni financiero, sino por algo mucho más profundo: “No sé amar sin imágenes”, me dijo. “No sé sentir sin estímulos externos. No recuerdo la última vez que imaginé el cuerpo de alguien con respeto”. Esa frase, que vino acompañada de lágrimas silenciosas, me dejó una marca. Me hizo comprender que no estamos ante un tema superficial, sino ante una herida colectiva que requiere atención, comprensión, espiritualidad y una nueva conciencia social y tecnológica.

Desde la psicología cognitiva, entendemos que el cerebro aprende por repetición. Desde la neuropsicología, sabemos que cada imagen deja una huella sináptica. Desde la ingeniería de sistemas, sabemos que todo patrón repetido se convierte en hábito. Y desde la espiritualidad, comprendemos que todo hábito moldea el alma. Entonces, ¿qué sucede cuando millones de personas, desde edades cada vez más tempranas, construyen su concepto del cuerpo, del amor, del deseo y de la entrega a partir de estímulos artificiales? Se crea un mapa distorsionado. Un mapa donde la conexión profunda se reemplaza por la inmediatez, donde la ternura se confunde con posesión y donde el alma se queda sin lenguaje.

No estoy en contra del deseo. El deseo es una fuerza sagrada. Es energía creadora, impulso vital, movimiento del universo dentro de nosotros. Pero cuando el deseo se desconecta de la conciencia, se vuelve vacío. Y lo vacío nunca sacia, solo exige más. He visto matrimonios fracturarse no por infidelidades físicas, sino por infidelidades mentales y emocionales alimentadas en soledad frente a una pantalla. He visto jóvenes llenos de ansiedad porque no pueden “rendir” como lo que han aprendido visualmente, sin comprender que lo íntimo no es una competencia sino una danza sagrada entre dos almas.

Culturalmente, nos vendieron la idea de que “todo vale”, que “prohibir es retroceder”, que “opinar es juzgar”. Yo no propongo prohibir. Propongo despertar. Propongo educar la conciencia. Propongo recuperar la conversación profunda en casa, en el colegio, en la universidad, en la empresa, en la iglesia, en el corazón. Porque si no guiamos desde la compasión y la verdad, otros educarán desde el negocio, la explotación y la ausencia de alma.

Mi Camino de Vida, marcado por el número 3, me enseñó que vine a este mundo a comunicar, a inspirar, a sembrar reflexión. Y hoy siento más que nunca la responsabilidad de usar la palabra no para señalar, sino para sanar. El eneagrama también nos recuerda que cada ser humano busca, en el fondo, amor, reconocimiento, conexión. La pornografía, en muchos casos, no es deseo: es soledad disfrazada de estímulo. Es vacío vestido de ruido visual. Es ausencia de amor transformada en hábito.

No voy a negar que la era digital ha multiplicado las posibilidades del conocimiento. Pero también ha multiplicado las posibilidades de la desinformación emocional. Nos enseñaron a programar computadores, pero no a reprogramar el alma. Nos enseñaron a diseñar sistemas, pero no a comprender nuestros propios patrones internos. Por eso, hoy más que nunca, la inteligencia artificial debe ir acompañada de inteligencia emocional. Porque una máquina puede aprender comportamientos, pero solo un ser consciente puede decidir desde el amor.

En mis años como empresario, he creado compañías, he ayudado a construir sueños, he visto seres levantarse y caer. Y aprendí algo: nadie triunfa afuera si está en guerra por dentro. La forma en que vemos el cuerpo del otro es la forma en que nos vemos a nosotros mismos. Cuando el respeto desaparece en la intimidad, también desaparece en la empresa, en la familia, en la sociedad.

He trabajado con líderes que parecían fuertes, pero estaban rotos en silencio. He acompañado procesos de reconstrucción donde el primer paso no fue cerrar páginas web, ni bloquear aplicaciones, sino aprender nuevamente a sentir, a hablar, a tocar desde el respeto, a mirar a los ojos sin deseo de poseer sino de comprender. Y allí, en ese regreso a lo humano, vi milagros. Vi matrimonios renacer. Vi jóvenes recuperar su luz interior. Vi hombres y mujeres dejar la culpa para abrazar la conciencia.

Esto también tiene una dimensión económica y empresarial. Sociedades desconectadas de su esencia generan empresas sin alma. Empresas sin alma generan líderes vacíos. Y líderes vacíos crean sistemas que solo buscan consumir, explotar y dominar. Por eso, desde la Organización Empresarial Todo En Uno.Net, he promovido siempre una visión de empresa consciente, humanista, con valores, con propósito y con respeto absoluto por la dignidad humana, como lo he compartido en mis reflexiones en https://organizaciontodoenuno.blogspot.com/ y en https://todoenunonet.blogspot.com/. La transformación no empieza en la red, empieza en la raíz.

Mi propia historia no es la de un hombre perfecto. Es la de un ser que ha caído, aprendido, reflexionado, sanado y vuelto a empezar. Como muchos, crecí en una cultura donde el silencio sobre la sexualidad era norma. Y ese silencio, lejos de proteger, confundió. Tardé años en entender que lo que no se habla, se aprende por vías equivocadas. Y hoy decido hablar, escribir, reflexionar, aunque incomode, porque el amor verdadero también confronta.

No debemos demonizar la tecnología, pero tampoco idealizarla. No debemos negar el deseo, pero tampoco convertirlo en dueño. No debemos juzgar a quienes cayeron, pero sí construir caminos de conciencia para quienes vienen detrás. Si alguna vez una persona que lee estas palabras decide pausar, respirar, cerrar una página, abrir un libro, mirar a su pareja con ternura, o simplemente abrazarse con respeto, entonces esta reflexión ya cumplió su propósito.

La sexualidad, vivida con conciencia, es una oración del cuerpo. Es una conexión divina. Es un lenguaje sagrado. Pero cuando se rompe su sentido, se vuelve ruido y vacío.

Hoy, desde mi corazón, no escribo para señalar lo oscuro, sino para encender una luz interna que siempre ha estado allí, esperando ser recordada.

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Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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