Hay algo profundamente humano en nuestra necesidad de sentirnos seguros en el amor. Pero esa necesidad, cuando nace del miedo, se transforma en una trampa. En los últimos años, las redes sociales se han llenado de trucos, “consejos psicológicos” o “estrategias emocionales” que prometen enseñar cómo hacer que tu pareja te extrañe, cómo “dominar la conversación”, o cómo “invertir los roles de poder” en una relación. Lo inquietante no es que estos mensajes se vuelvan virales, sino que tanta gente los consuma sin cuestionar el vacío espiritual que esconden detrás.
He visto, en mis más de tres décadas acompañando a personas y empresas, que el deseo de control aparece cuando hay miedo a perder. En el mundo empresarial ocurre lo mismo: cuando un líder no confía en su equipo, comienza a microgestionar, a imponer, a sofocar. En las relaciones personales, ese miedo se disfraza de “estrategia emocional” o “inteligencia social”, pero en el fondo es la incapacidad de amar sin poseer. Y allí empieza el desgaste: cuando amar se vuelve una batalla, cuando la autenticidad se sustituye por manipulación.
Las redes son espejos de nuestra cultura. Lo que se viraliza dice mucho de lo que falta en nuestra sociedad. Si los trucos para controlar a tu pareja se vuelven tendencia, es porque la mayoría teme no ser suficiente. Vivimos en una época que idolatra la apariencia del control, no la paz del equilibrio. Lo que antes era conversación íntima y reflexión personal hoy se convierte en espectáculo. Y cuando el amor entra en el terreno de la viralidad, deja de ser encuentro y se vuelve competencia.
He leído publicaciones donde se recomienda “no contestar de inmediato”, “no mostrar tanto interés” o “mantener a la otra persona emocionalmente confundida para mantener su atención”. Esas tácticas —que supuestamente empoderan— son en realidad una forma sofisticada de dependencia. Porque quien necesita dominar para sentirse valioso ya está preso de su propia inseguridad. No hay libertad en quien juega con los sentimientos del otro. Y ningún algoritmo podrá enseñar el arte de la reciprocidad.
El problema no está solo en los consejos, sino en la falta de conciencia de quienes los siguen. Estamos en una era donde el “cómo me perciben” pesa más que el “cómo me siento realmente”. Donde confundimos estrategia con madurez emocional. Y esa confusión se extiende a todos los ámbitos de la vida: relaciones, trabajo, liderazgo, espiritualidad. Creemos que el control nos salva, cuando en realidad nos separa de lo esencial: la confianza.
Cuando fundé Todo En Uno.Net, lo hice con una convicción: el control sin conciencia destruye. En tecnología, el control es necesario para proteger sistemas; en las relaciones humanas, ese mismo control los anula. El equilibrio está en la gestión, no en la dominación. Aprendí que, tanto en una empresa como en una pareja, la confianza no se exige: se construye. Y que la autenticidad no se mide en likes ni en respuestas rápidas, sino en la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos cuando nadie nos mira.
Muchos de esos trucos virales están diseñados para despertar una respuesta inmediata, como los estímulos de las redes: dopamina, curiosidad, ego. Pero el amor —como la verdadera transformación— no funciona a base de impulsos. Es lento, requiere introspección, vulnerabilidad y silencio. En un mundo que nos grita que debemos tener el control, amar se convierte en un acto revolucionario cuando decidimos confiar.
La psicología popular que se viraliza no siempre es psicología real. Lo que venden como “autocuidado” a veces es egoísmo. Lo que promueven como “fuerza” es insensibilidad. Lo que llaman “control emocional” es manipulación emocional. Necesitamos volver a lo humano. Volver al diálogo honesto, al error que enseña, al perdón que repara. Volver a mirarnos no desde el deseo de cambiar al otro, sino desde la intención de comprendernos.
Cuando me preguntan por qué escribo sobre temas como este desde una empresa de tecnología, siempre respondo lo mismo: porque la tecnología sin humanidad nos está desintegrando emocionalmente. Lo veo todos los días. Las relaciones digitales nos enseñan a desconectarnos del otro en nombre de la eficiencia. Las herramientas que creamos para acercarnos se convierten en barreras. Pero hay esperanza: podemos reprogramar nuestra forma de vincularnos, igual que reprogramamos un sistema. Solo que aquí, el lenguaje del código es la empatía.
En mi experiencia, quienes intentan controlar lo hacen porque alguna vez fueron controlados. El dominador de hoy fue el niño que no fue escuchado, la persona que tuvo que gritar para ser vista, o la pareja que fue ignorada hasta que aprendió a manipular. Comprender esto no justifica, pero sí humaniza. Nos permite sanar. Porque controlar al otro no trae paz: solo aplaza la soledad que evitamos enfrentar.
Hay algo profundamente espiritual en dejar de controlar. Es el acto más alto de confianza en la vida. Significa aceptar que el amor no se garantiza, se cultiva. Que la conexión no se impone, se cuida. Y que la libertad del otro no es una amenaza, sino la prueba de que lo que tenemos es real. Así como en la empresa confiamos en los procesos y no en la imposición, en el amor debemos confiar en la evolución, no en la posesión.
He aprendido —como ingeniero, psicólogo de la experiencia humana y mentor de vida— que el mayor acto de poder es soltar. Porque cuando dejas de intentar controlar, recuperas el dominio de lo único que realmente puedes transformar: tú mismo.
Hoy, te invito a hacer un ejercicio sencillo: en lugar de pensar cómo hacer que alguien te busque, pregúntate si tú te estás buscando. Si te estás eligiendo con la misma intensidad con la que quieres ser elegido. Porque solo cuando sanas la relación contigo mismo, puedes amar sin necesitar dominar.
Las relaciones humanas, igual que los sistemas complejos, se corrompen cuando una parte busca someter a la otra. Pero cuando ambas funcionan en sincronía, sin jerarquías ocultas ni chantajes emocionales, surge algo más fuerte que el control: la armonía. Y esa armonía es el principio de toda verdadera conexión, ya sea en una pareja, en un equipo de trabajo o en la vida misma.
Amar conscientemente es el nuevo desafío de nuestra era digital. No necesitamos más trucos, necesitamos más presencia. No necesitamos dominar, necesitamos comprender. No necesitamos tener razón, necesitamos tener paz. Porque al final, todo el control que creemos tener se desvanece frente a una verdad inmutable: el amor no se programa, se vive.
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