El banquete invisible: el verdadero sentido de compartir



Cada año, cuando llega el Día de Acción de Gracias, millones de mesas se llenan de alimentos, risas y tradiciones. Pero más allá del pavo, los pasteles o el puré de papa, hay algo que no siempre se ve, aunque debería ser el plato principal: la conciencia de lo que compartimos. La historia de esta celebración, tan cargada de simbolismos, me invita a pensar en cuánto hemos perdido la conexión con el acto sagrado de agradecer. No de palabra, sino desde la vivencia. Porque dar gracias no es un gesto social: es una tecnología del alma.

Recuerdo que, en los primeros años de Todo En Uno.Net, cada cierre de mes parecía una batalla entre facturas, proyectos y responsabilidades. A veces, la gratitud se me escurría entre los dedos. Sentía que debía seguir, avanzar, conquistar el próximo logro. Hasta que comprendí algo tan simple como profundo: sin gratitud, el éxito se vacía. Uno puede tenerlo todo y sentirse incompleto, o tener poco y sentirse pleno. Lo que marca la diferencia no es lo que tenemos, sino la consciencia con que lo compartimos.

Thanksgiving nació como un acto de reconciliación: colonos e indígenas compartiendo alimento y tregua. Hoy, en un mundo saturado de divisiones, esa escena adquiere un nuevo valor. Compartir la comida era también compartir humanidad, reconocer la interdependencia. Lo irónico es que ahora, mientras algunos agradecen por la abundancia, otros apenas pueden sobrevivir en medio de la escasez. Tal vez por eso, más que repetir una tradición, deberíamos reinterpretarla. Hacer de cada día una Acción de Gracias silenciosa, donde la mesa sea símbolo de justicia, empatía y propósito.

En Colombia no tenemos esa fecha en el calendario, pero sí un sinfín de momentos en los que la gratitud se cuela en la vida cotidiana: una taza de café compartida, una conversación que reconcilia, una sonrisa que aligera el día. He visto más Acción de Gracias en los comedores comunitarios que en las cenas elegantes. Porque cuando alguien da sin esperar, el alma se expande. Lo invisible alimenta más que cualquier plato.

Vivimos en una época donde todo se mide: productividad, alcance, seguidores, métricas, resultados. Sin embargo, pocas veces medimos lo esencial: ¿cuánta gratitud habita en nuestras acciones? ¿Cuánta presencia ponemos al servir, al escuchar, al trabajar? La tecnología, que tanto nos ha permitido avanzar, corre el riesgo de volvernos ciegos a lo humano si no la equilibramos con consciencia. En mis años de experiencia, he aprendido que el éxito sostenible —ya sea empresarial, espiritual o personal— solo es posible cuando se fundamenta en gratitud y servicio.

He conocido líderes que reparten cheques, pero no miradas. Empresas que donan alimentos, pero no tiempo. Y personas anónimas que, sin recursos materiales, alimentan el alma de otros con una palabra oportuna. En ese contraste se revela algo profundo: agradecer es una forma de devolver al universo la energía que recibimos. Es un ciclo. Y romperlo nos enferma. Lo que no se agradece, se pierde; lo que se agradece, se multiplica.

La gratitud no es conformismo, ni resignación. Es sabiduría. Es mirar la vida con los ojos de quien entiende que todo —incluso lo difícil— tiene un propósito. Que cada crisis, cada error, cada pérdida, lleva un aprendizaje oculto. Y que el verdadero crecimiento no está en tener más, sino en comprender más. La empresa, la familia y el alma funcionan igual: cuando hay gratitud, hay orden interior. Cuando falta, hay ruido, vacío y desconexión.

En una de mis conferencias, un joven me preguntó: “¿Cómo se puede agradecer cuando la vida parece injusta?”. Le respondí con una metáfora que sigo repitiendo: la gratitud no siempre ilumina el presente, pero siempre abre el futuro. Es como encender una vela en medio del apagón; no elimina la oscuridad, pero te recuerda que todavía hay camino. Agradecer en medio de la dificultad no es negar el dolor, sino afirmarse en la esperanza.

Hoy, Acción de Gracias se ha globalizado, y muchos la viven sin saber realmente por qué. Pero quizás esa expansión tenga un propósito más grande: recordarnos que todos, sin importar cultura o idioma, necesitamos aprender a agradecer juntos. Porque la gratitud no tiene frontera. Es el idioma universal del alma consciente. Es el mismo gesto que un niño hace al recibir su primer juguete y que un anciano repite al mirar atrás y comprender que todo tuvo sentido.

Hay algo profundamente espiritual en compartir alimentos. En cada plato se cruzan historias, manos, geografías, climas, culturas. Detrás de una cena hay agricultores, cocineros, transportadores, y toda una cadena invisible de humanidad. Cuando agradecemos, no solo reconocemos a quien está frente a nosotros, sino a todos los que hicieron posible ese momento. Por eso la comida no es solo nutrición: es memoria, energía y vínculo.

En mi casa, en cada reunión familiar o empresarial, me gusta que haya un silencio breve antes de empezar a comer. No por religión, sino por conciencia. Ese segundo de quietud transforma la atmósfera. Permite que la comida deje de ser rutina y se convierta en rito. En una época donde la prisa devora lo sagrado, detenerse un instante a agradecer es un acto revolucionario. Es decirle al universo: “estoy presente, lo valoro, lo reconozco”.

Si pudiera sintetizar todos mis años de trabajo, liderazgo y aprendizaje en una sola idea, sería esta: la gratitud es el software del alma. Sin ella, los sistemas humanos colapsan. Con ella, todo fluye. Desde un proyecto empresarial hasta una relación personal, todo lo que nace desde el agradecimiento tiene más posibilidades de perdurar, porque vibra en una frecuencia de abundancia, no de carencia. Y donde hay abundancia interior, siempre habrá generosidad exterior.

Así que, más que celebrar un día de Acción de Gracias, te invito a practicar una vida de gracias en acción. No importa si lo haces con pavo o con sopa, en familia o en soledad. Lo importante es reconocer que el alimento no solo entra por la boca, sino por el alma. Que cada día es una oportunidad para agradecer lo que somos, lo que tenemos y, sobre todo, lo que compartimos. Porque la vida no nos pertenece: la servimos.

Y mientras escribo estas líneas, recuerdo algo que mi abuelo decía frente a la mesa: “El pan es sagrado cuando se comparte, y bendito cuando se reparte con amor.” Hoy lo entiendo más que nunca. La verdadera abundancia no está en el tamaño de la mesa, sino en el corazón de quienes se sientan alrededor. Quizás, al final, Acción de Gracias no sea una fecha, sino un estado de conciencia. Y cuando uno vive desde esa conciencia, cada día es festivo, cada encuentro es alimento, y cada agradecimiento, una oración silenciosa.

Si este mensaje resonó contigo, tómate un momento para agradecer lo invisible que te sostiene. Luego, compártelo con alguien que necesite recordarlo.
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Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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