Lo que comemos también habla de cómo amamos: más allá de la dieta, el vínculo



¿Puede lo que comemos afectar cómo nos aman? ¿Puede una ensalada o un filete decir más de nosotros que nuestras propias palabras? La ciencia empieza a decir que sí… y mi experiencia de vida también. Porque aunque parezca superficial hablar de preferencias alimenticias en un contexto de amor, relaciones y atracción, lo cierto es que la forma en que nutrimos nuestro cuerpo muchas veces refleja cómo estamos nutriendo nuestra alma… y lo que esperamos del otro.

Desde hace más de tres décadas, he acompañado a personas en procesos de liderazgo, emprendimiento, transformación y también —inevitablemente— en preguntas sobre sus vínculos. Porque nadie lidera sin antes saber amar, ni se puede construir una empresa sólida si tu mundo interno y afectivo está tambaleando. En este recorrido, he notado que detrás de muchas diferencias aparentemente insignificantes entre parejas (como el tipo de alimentación), se esconden valores profundamente arraigados, miedos no dichos y anhelos no expresados.

El estudio citado por Psyciencia plantea un interrogante provocador: ¿son menos atractivos los vegetarianos como pareja? Y aunque la ciencia en este caso analiza preferencias, percepciones y estigmas, lo que subyace es aún más revelador. Porque el juicio hacia lo que otro come es, muchas veces, el disfraz del juicio hacia lo que otro es. No juzgamos la comida: juzgamos la diferencia, lo desconocido, lo que nos mueve el piso de nuestras certezas.

Yo mismo he vivido relaciones donde mis hábitos eran distintos a los de la otra persona. Y no me refiero solo a la comida, sino al ritmo de vida, a las rutinas, a los silencios, a la espiritualidad. A veces, lo que parece “incompatible” en la superficie, es solo el síntoma de una pregunta más profunda: ¿Puedo amar a alguien que no hace las cosas como yo? Y más aún: ¿Puedo permitirme ser amado, sin dejar de ser quien soy?

Porque el amor no fracasa por una dieta. Fracasa por no aprender a dialogar con la diferencia. Fracasa cuando uno se adapta tanto que se borra, o cuando el otro exige tanto que asfixia. Y en ambos extremos, nos perdemos de lo esencial: crecer juntos sin dejar de ser uno mismo.

En mis mentorías, muchas veces llegan personas que quieren “compatibilidad” en su pareja como si buscaran un software que no dé errores. Pero la verdadera compatibilidad no está en que ambos tomen el mismo café o coman lo mismo al almuerzo. Está en que ambos entiendan que el respeto por la diferencia es una expresión superior del amor. Que el otro no está para completar mis vacíos ni para reflejar mis elecciones. Está para compartir un camino, desde su propio mundo interno.

Cuando alguien me dice: “No podría estar con alguien que no coma lo mismo que yo”, no escucho una declaración de dieta. Escucho una declaración de límites emocionales no negociables. Escucho la necesidad de control, o el miedo al rechazo. Y eso no es bueno ni malo: es humano. Pero merece ser examinado. Porque si no lo hacemos, terminamos confundiendo afinidad con amor, comodidad con conexión, y finalmente… relación con repetición.

Desde el punto de vista espiritual, la dieta también puede ser un acto de conciencia. Conozco personas que eligen el vegetarianismo por razones éticas, energéticas, religiosas o emocionales. Y conozco otras que eligen la carne con el mismo nivel de conciencia. En ambos casos, lo que importa no es tanto el menú como la intención que lo sostiene. Porque no es lo que entra por la boca lo que contamina o eleva al ser, sino la actitud con la que se vive ese acto.

Y aquí es donde quiero llevarte a una reflexión más profunda: ¿Qué pasa si usamos nuestras diferencias no para separarnos, sino para conocernos más? ¿Qué pasaría si en vez de evitar al que come diferente, lo escuchamos? Si en vez de imponernos, nos dejamos transformar un poco. No para perder nuestra esencia, sino para ensancharla.

La numerología —que también forma parte de mis herramientas como guía y mentor— me ha enseñado que cada persona llega con un camino de vida distinto. El mío es el 3: comunicación, creatividad, expansión. Y en este camino he aprendido que solo se expande el que se permite explorar lo diferente. Que la mente que se cierra ante lo nuevo, deja de crecer. Y que una pareja no está hecha para coincidir siempre, sino para construirse desde el amor consciente.

He visto personas sanar relaciones solo por atreverse a compartir un espacio de cocina. He acompañado parejas que, pese a sus diferencias alimenticias, encontraron en la mesa un lugar sagrado, no un campo de batalla. Porque cuando el amor está, se puede servir con arroz, lentejas, tofu o carne… y el plato principal será siempre el respeto.

Ahora bien, si la diferencia alimentaria se convierte en campo de guerra, es necesario mirar más allá. Porque en el fondo, no es la dieta: es el vínculo. No es la comida: es la forma de vivir la diferencia. Y si no aprendemos a integrar, terminaremos solos… incluso cuando estemos acompañados.

Si estás en un momento de tu vida en el que las diferencias están generando ruido en tus relaciones, tal vez no necesites pelear más… sino conversar mejor. Agenda una charla conmigo. A veces, un espacio de escucha puede ser el principio de una nueva forma de amar.

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Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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