¿Hasta dónde estamos dispuestos a ir para que algo “salga bien”?
Y más aún… ¿cuántas veces esa obsesión por la calidad termina desconectándonos de lo esencial?
He visto cómo la palabra calidad se ha convertido en un altar moderno. Se adora, se exige, se mide, se premia. Se cuelga como medalla, como argumento de venta, como escudo ante cualquier error. Pero rara vez se cuestiona. Rara vez se indaga su costo real. Y ese es el propósito de este blog: abrir una conversación incómoda y honesta sobre una trampa que seduce, encandila y desgasta.
He dedicado más de tres décadas a construir empresas, procesos, automatizaciones y acompañar líderes que buscan ser mejores, más competitivos, más eficientes. Y sin embargo, lo más difícil no ha sido implementar un sistema de gestión de calidad. Lo más desafiante ha sido desactivar las bombas invisibles que detonan en nombre de la calidad: la exigencia desmedida, el perfeccionismo paralizante, la incapacidad de soltar cuando ya no se puede más.
He visto madres convertir su amor en control obsesivo, padres que solo elogian a sus hijos cuando todo está “impecable”, emprendedores que no lanzan su idea porque “todavía no está lista”. He sido testigo —y protagonista— de organizaciones que, por cuidar tanto el resultado, olvidaron al ser humano detrás del proceso.
Una empresa que acompañé hace unos años tenía un manual de calidad que parecía una biblia: cientos de páginas, procedimientos para todo, controles cruzados y auditorías internas. Pero el ambiente era seco. Nadie sonreía. Nadie proponía. El miedo al error era tan grande, que ya nadie se arriesgaba a innovar. Estaban tan enfocados en no fallar… que habían dejado de crear.
Y es que detrás de esa cultura de la perfección, a menudo se esconde una herida: la herida de no sentirse suficientes. El “si no lo hago perfecto, no merezco amor ni reconocimiento”. Lo veo a diario en líderes, estudiantes, empresarios, creativos. Personas brillantes que se sabotean, se castigan, se exigen… en nombre de una calidad que no les deja respirar.
Como ser humano, y como mentor, he aprendido a distinguir entre la calidad que construye y la calidad que oprime. Entre la excelencia consciente y el perfeccionismo tóxico. La primera parte del amor al detalle, del deseo genuino de servir mejor. La segunda, nace del miedo, de la necesidad de validación externa, del ego que se disfraza de responsabilidad.
En mi visión, que integra espiritualidad, tecnología y gestión empresarial, la calidad no puede ser una cárcel. Tiene que ser un camino que eleve. Que potencie la vida, que honre al ser humano detrás del resultado. Que no convierta los procesos en simulacros, ni los errores en castigos, ni la innovación en un riesgo que nadie quiere tomar.
He visto cómo la inteligencia artificial puede mejorar la calidad de los servicios y reducir los errores. Pero también he advertido que, si no hay un liderazgo humanista que guíe su implementación, esa misma tecnología puede volverse deshumanizante. Porque no se trata solo de hacer bien las cosas, sino de no perdernos en el intento.
En mi experiencia con el Eneagrama, aprendí que los eneatipos como el Uno —el perfeccionista— suelen caer en esta trampa con frecuencia. Su impulso por mejorar el mundo los lleva, muchas veces, a vivir en tensión constante, sin permitirse fluir, jugar o descansar. Y esa rigidez, lejos de generar calidad, genera culpa, distancia y agotamiento.
La numerología también me ha mostrado que el Camino de Vida 3, que es el mío, tiene como sombra el autoexigirse tanto que termina apagando su propia chispa creativa. Lo que debería ser una expresión alegre del ser, se convierte en una autoevaluación constante. Y así, en lugar de crecer, nos desgastamos.
Porque un líder que no ha sanado su relación con la calidad, termina proyectando su exigencia interna en su equipo. Exige sin reconocer. Corrige sin conectar. Controla en vez de confiar. Y lo más grave: deja de ver a las personas como personas, y empieza a verlas como piezas de una máquina.
La calidad real —la que transforma— no se mide solo en indicadores ni se certifica con normas ISO. Se percibe en el ambiente que se respira, en la confianza que se siente, en la posibilidad de ser auténtico sin temor a ser castigado por equivocarse.
He aprendido que la verdadera calidad comienza cuando dejamos de tratar de ser impecables… y empezamos a ser íntegros. Cuando entendemos que la excelencia no es hacerlo todo perfecto, sino hacerlo con propósito, con alma, con humanidad.
Porque a veces, el verdadero salto cuántico no es optimizar el proceso, sino cambiar la intención desde la que lo ejecutamos.
Si eres líder, empresario o formador, te invito a revisar tu definición de calidad. ¿Está alineada con tus valores? ¿Con tu humanidad? ¿Con el bienestar de tu equipo? Porque lo que no se revisa… se repite. Y muchas veces, las mejores intenciones esconden los mayores autosabotajes.
Y si estás cansado, si ya no puedes más, si te has convertido en tu juez más duro… detente. Respira. Perdónate. Nadie vino a esta vida a ser perfecto. Vinimos a evolucionar. Y la evolución, como la vida, es un proceso lleno de errores, aprendizajes, reinvenciones y belleza imperfecta.
Agendamiento: AQUÍ
Facebook: Julio Cesar Moreno D
Twitter: Julio Cesar Moreno Duque
Linkedin: (28) JULIO CESAR
MORENO DUQUE | LinkedIn
Youtube: JULIO CESAR MORENO DUQUE - YouTube
Comunidad de WhatsApp: Únete
a nuestros grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
Blogs: BIENVENIDO
A MI BLOG (juliocmd.blogspot.com)
AMIGO DE. Ese ser supremo
en el cual crees y confias. (amigodeesegransersupremo.blogspot.com)
MENSAJES SABATINOS
(escritossabatinos.blogspot.com)
Agenda una
sesión virtual de 1 hora, donde podrás hablar libremente, encontrar claridad y
recibir guía basada en experiencia y espiritualidad.
👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp o
Telegram”.