Cuando los “chicos malos” ganan: una reflexión sobre el poder, la autenticidad y el liderazgo del alma


¿Por qué parece que, a veces, los “chicos malos” consiguen el trabajo, el contrato, el ascenso o la atención que tanto anhelamos quienes actuamos con honestidad? ¿Qué está pasando en este mundo cuando los que manipulan, mienten o exageran son los que logran entrar primero por la puerta?

Estas preguntas no son nuevas. Desde que tengo memoria profesional, me las han hecho clientes, colegas, alumnos y amigos. Y en mis primeros años como ingeniero y administrador, confieso que también me las hice. Con el tiempo, entendí que la respuesta no es tan simple como un juicio moral. La vida no premia solamente la bondad ni castiga exclusivamente la mentira. La vida premia la energía. La coherencia. Y, muchas veces, también premia la inconsciencia, cuando esta está vestida de una confianza arrolladora.

Lo que llamamos popularmente “los chicos malos” son, en muchos casos, personas que han desarrollado una alta capacidad para proyectar seguridad, ambición, firmeza y hasta carisma, aunque sus intenciones estén torcidas o su ética sea dudosa. No me refiero a criminales ni estafadores (aunque a veces se disfrazan muy bien), sino a esos perfiles que se saben vender, que tienen habilidades sociales agresivas, que dominan el lenguaje corporal, que usan su voz, su presencia, su estrategia como un arma. Y sí, muchas veces, obtienen el trabajo. Porque en un mundo desconectado emocionalmente, lo que más seduce no es la bondad, sino la seguridad. Lo que más impresiona no es la humildad, sino la apariencia de poder.

Pero aquí viene el matiz que quiero compartir desde mi experiencia como mentor de líderes y fundador de Todo En Uno.Net: una cosa es conseguir el trabajo, y otra muy distinta es sostenerlo desde la plenitud. Una cosa es conquistar la cima, y otra es mantenerse en ella sin perderse.

He conocido ejecutivos que parecían tenerlo todo: presencia, poder, dinero, influencia. Y los he visto caer, sin ruido, por dentro. Los he acompañado en procesos de crisis donde me confesaron que, detrás del personaje que habían construido, ya no sabían quién eran. Que el precio de haber manipulado fue perder la confianza de su equipo, de sus hijos, de sus propias emociones. Porque se puede engañar a todos durante un tiempo, pero no se puede engañar al alma.

Y también he conocido líderes silenciosos, de esos que no buscan brillar, pero cuya presencia transforma. Que no gritan, pero su mirada inspira. Que no se imponen, pero marcan una huella imborrable. Que no buscan “ganar trabajos”, sino crear entornos donde la verdad, la empatía y el propósito caminen juntos. Esos líderes no siempre entran primero, pero cuando entran, lo hacen para quedarse.

Lo que sucede en los procesos de selección –y lo que nos debería enseñar– es que aún estamos formando líderes para gustar, no para servir. Aún preparamos hojas de vida para impresionar, no para expresar. Aún creemos que ganar una entrevista es actuar como si no tuviéramos miedo, como si tuviéramos todas las respuestas. Pero esa actuación, tarde o temprano, se cae. Porque la energía del miedo, aunque la disfracemos de arrogancia, siempre se filtra.

Ahora bien, no estoy defendiendo la ingenuidad ni promoviendo que nos convirtamos en víctimas del sistema. Lo que propongo, desde una visión integral del liderazgo, es aprender a integrar lo mejor de ambos mundos: la confianza del que se atreve y la ética del que honra su verdad. La presencia del que impacta y la humildad del que escucha. El pensamiento estratégico del empresario y la conexión espiritual del ser humano que sabe que está aquí para algo más grande que su ego.

He aprendido con los años que un verdadero líder no compite con los demás, sino con sus propias sombras. Que no se compara, sino que se conoce. Que no busca ser “el mejor candidato”, sino el más íntegro. Y que cuando camina desde ese lugar, lo que no le corresponde simplemente se aleja… y lo que sí, llega con fuerza y sin máscara.

Recuerdo a una joven emprendedora que llegó a mí angustiada porque había perdido un contrato importante ante alguien que vendió humo, pero con carisma. “Me duele tanto, Julio”, me decía con lágrimas en los ojos. “Yo sí iba a cumplir, pero me ganó con su labia”. Le respondí con algo que no olvidó: “No perdiste ese contrato. Ese contrato se liberó de ti para que puedas sostener uno más grande, más consciente y más coherente con tu energía. No ganes trabajos. Gana verdad. Y la verdad siempre vuelve multiplicada”.

Hoy esa joven lidera una empresa que no solo factura bien, sino que tiene clientes que la recomiendan, colaboradores que la respetan y un propósito que la trasciende. Porque supo esperar. Supo seguir siendo ella misma, sin disfrazarse. Supo que perder también es una forma de depurar.

Vivimos en una época en la que la imagen lo es todo. Pero el alma… el alma no se deja impresionar con filtros ni poses. El alma reconoce al alma. Y en los entornos empresariales, cada vez hay más necesidad de personas con alma, no solo con logros. De líderes que no solo brillen, sino que iluminen.

Por eso, si hoy te sientes frustrado porque los “chicos malos” parecen estar ganando más que tú, respira. No cambies tu esencia. Mejora tu expresión. Aprende a comunicarte con seguridad, sin dejar tu verdad. Entrena tu presencia. Refuerza tu energía. Sé firme, pero no violento. Sé estratégico, pero no manipulador. Sé profundo, pero no invisible.

Y confía. Porque el mundo está despertando. Y cada vez más empresas, más equipos y más personas están buscando líderes que no estén actuando un papel, sino encarnando un propósito.


Si este blog resonó contigo, si alguna vez has sentido que por ser auténtico te quedas por fuera, recuerda: lo que es verdadero no necesita disfrazarse para ser eterno. Te invito a que conversemos, sin máscaras. Juntos podemos diseñar un camino de liderazgo que no solo obtenga resultados, sino que deje legado.

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Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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