¿Qué haces cuando se presenta un problema frente a ti? ¿Te detienes, te quejas, lo esquivas… o lo abrazas como un maestro?
Llevo más de tres décadas acompañando a líderes, empresarios y emprendedores a descubrir una verdad que se esconde detrás del caos aparente: cada problema que aparece en tu camino viene con un mensaje. No está ahí para molestarte, sino para despertarte. No viene a hacerte perder el tiempo, sino a devolverte a ti mismo. Pero eso solo lo entiende quien ha aprendido a dejar de huir, y a comenzar a escuchar.
El artículo de Alejandro Peñaloza sobre convertirnos en solucionadores de problemas me tocó una fibra profunda. Porque no habla de optimización ni de productividad. Habla de algo mucho más esencial: la actitud desde la cual habitamos el mundo. La disposición con la que entramos a cada día, a cada desafío, a cada conversación. Es ahí donde se revela el verdadero líder. No en los aplausos, sino en los silencios donde nadie más quiere hacerse cargo.
Porque quien se convierte en solucionador de problemas no es quien sabe más. Es quien se atreve a sentir más. A conectar con la raíz. A ver más allá del síntoma. A no quedarse en la queja superficial, sino a meterse de lleno en la causa profunda.
Esto, que parece filosofía, es también tecnología. Porque la inteligencia artificial, la automatización, los nuevos modelos digitales… no sirven de nada si no se aplican con conciencia. Y esa conciencia solo se activa cuando hay presencia. Y la presencia se entrena enfrentando problemas, no evitándolos.
En la cultura empresarial moderna, nos han enseñado a temerle al error. A evitar la falla. A maquillar el conflicto. Pero lo que no se enfrenta, se enquista. Y lo que se esquiva, se repite. Por eso muchos siguen estancados: porque quieren resultados nuevos sin hacerse preguntas nuevas.
Ser un solucionador no es ser un superhéroe. Es ser humano con coraje. Es tener la humildad de pedir ayuda, la empatía de escuchar otras perspectivas, y la determinación de actuar sin esperar que las condiciones sean perfectas. Es entender que cada problema es una semilla que, bien sembrada, se convierte en evolución.
Y en ese proceso, la espiritualidad no es un adorno. Es el ancla. Porque si no sabes quién eres, cualquier problema te hará tambalear. Pero si sabes cuál es tu propósito, cada obstáculo se convierte en catalizador. Por eso siempre invito a mis consultantes a mirar su camino desde el Eneagrama, desde la numerología, desde la energía interior. No como fórmulas mágicas, sino como mapas del alma que permiten navegar los desafíos con sentido.
He resuelto cientos de problemas a lo largo de mi vida profesional. Pero los más transformadores no han sido los técnicos. Han sido los personales. Los que me obligaron a soltar creencias, a pedir perdón, a reinventarme. Porque solo quien se resuelve a sí mismo puede ayudar a resolver a otros. Y ahí está el verdadero poder: en convertirte en fuente, no solo en herramienta.
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