Hace años, mientras lideraba una consultoría para una empresa que se decía “familiar”, fui testigo de una escena que nunca olvidé. Uno de sus operarios, al terminar su turno, salía por la puerta trasera con la camiseta de la empresa puesta. Iba cabizbajo. No por cansancio. Iba así porque llevaba días sintiéndose ignorado por sus jefes, menospreciado por sus compañeros de oficina y con el salario congelado hace tres años. En la espalda de su camiseta, se leía un eslogan en mayúsculas: “Aquí trabajamos con pasión”. Pero lo que se veía en su rostro era todo lo contrario. Ahí comprendí que no importa cuánto inviertas en campañas de marca si tu gente no cree en lo que dices ser.
La pregunta que me hago hoy, y que te invito a hacerte con honestidad, es simple: ¿Tu gente hablaría bien de ti cuando nadie los escucha?
El branding no empieza en el manual de marca ni termina en el logo. El verdadero branding nace en la vivencia cotidiana, en la coherencia interna, en el respeto silencioso con el que cada miembro de una organización se siente visto, valorado y parte de algo más grande que sí mismo. Y no hay pauta en redes que compense la incoherencia entre lo que dices y lo que ellos sienten.
Como ingeniero y administrador, aprendí a mirar los sistemas. Como empresario, a leer entre líneas. Como ser humano, aprendí a mirar a los ojos. Y hoy sé que el mejor embajador de marca no es el influenciador con más seguidores, sino esa secretaria que con firmeza y dulzura le recuerda al cliente que su caso será atendido con prioridad, porque “aquí sí nos importa”. Es el técnico que se toma 10 minutos extras para explicarle al usuario cómo cuidar el equipo. Es la persona de aseo que recibe con una sonrisa a quien llega a las 6:00 a.m., aunque no tenga idea de a qué viene.
En Todo En Uno.Net he vivido esto desde los tres frentes: como líder que quiere transmitir una visión, como formador que busca inspirar y como hermano humano que también se ha equivocado. Durante años creí que era suficiente con enseñar nuestros valores, repetirlos en reuniones y plasmarlos en documentos. Hasta que un día entendí que la cultura no se enseña: se encarna. Y se encarna con ejemplos. Con los silencios. Con las decisiones incómodas.
Me pasó con uno de nuestros antiguos colaboradores. Era talentoso, cumplía objetivos, pero trataba mal a su equipo. La queja venía de una de las jóvenes recién ingresadas. Me reuní con ambos. Ella tenía miedo. Él, arrogancia. Pero el tema no era él, ni ella. Era lo que íbamos a permitir. Porque si dejaba pasar el maltrato, ¿qué mensaje estaba dando? Decidimos no continuar con él. Perdimos temporalmente en resultados. Ganamos para siempre en confianza. Y la cultura creció. Porque lo que tú toleras, también es parte de tu branding.
Por eso no creo en las marcas que hablan de familia y luego despiden sin alma. No creo en los discursos de innovación cuando los líderes no se actualizan. No creo en la inclusión si en la práctica los jóvenes, los mayores o quienes piensan distinto no tienen voz. El branding es espiritual. Sí, espiritual. Porque es un acto de coherencia entre lo invisible (los valores) y lo visible (las acciones). Y eso, eso es profundamente humano.
La gente no está buscando trabajar solo por un sueldo. Muchos lo hacen, sí. Pero los que se quedan, los que dan más de lo esperado, los que defienden la empresa como propia, lo hacen porque se sienten vistos. Porque sienten que su historia importa. Que no son solo un número en la nómina. Y eso no se logra con capacitaciones vacías. Se logra con liderazgo presente. Con conversaciones sinceras. Con decisiones éticas, incluso cuando duelen.
¿Quieres tener una marca poderosa? Mira cómo hablas de tu gente cuando no está. Pero más aún, pregúntate: ¿cómo hablan ellos de ti cuando tú no estás? Porque si son ellos los que sostienen el día a día, los que enfrentan a los clientes, los que hacen los productos, entonces no son empleados. Son la marca misma.
Hoy, con la madurez de más de 35 años liderando empresas, y con la profundidad que me ha dado el caminar espiritual, te digo esto: la empresa que no honra a su gente está condenada al desgaste. Porque la energía más valiosa no es la del capital: es la confianza. Y la confianza no se compra, se siembra. Se cultiva con escucha. Se riega con reconocimiento. Se sostiene con coherencia.
En una época donde todo parece diseñado para parecer más que ser, yo elijo volver al centro. Al valor del otro. Al poder de lo invisible. Porque la mejor marca no es la que más impacta: es la que más transforma. Y eso solo se logra cuando quienes la representan no lo hacen por obligación, sino por convicción.
Así que si hoy eres líder, emprendedor o soñador, no empieces por rediseñar el logo. Empieza por mirar a los ojos a tu equipo. Pregúntales cómo se sienten. Escucha sin justificarte. Pregúntate si tú trabajarías para alguien como tú. Y desde ahí, desde esa verdad incómoda y amorosa, empieza a crear una marca que valga la pena vivir y no solo vender.
Porque cuando tu gente cree en ti, no necesitas convencer al mundo. Ellos lo harán por ti.
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