Hay muy poca gente… pero hay más humanidad de la que creemos



Hay frases que te detienen en seco, como si al leerlas una parte de ti despertara de un letargo profundo. La que da origen a este blog es una de ellas: “Hay muy poca gente con la que uno puede conversar sin tener que aparentar, competir o medir palabras.” Así inicia Néstor Santos su reflexión y, con una claridad desarmante, nos pone frente a un espejo que a veces evitamos mirar. ¿Dónde están esas personas con las que simplemente podemos ser?

La pregunta no es menor. No lo ha sido nunca, pero menos aún en este tiempo de apariencias, filtros, diplomacias forzadas y mascarillas emocionales. Vivimos en una sociedad donde mostrar la esencia se ha vuelto peligroso, porque la vulnerabilidad no se premia, se penaliza. Porque el alma no cotiza en bolsa ni suma seguidores. Pero, ¿qué pasaría si volviéramos a valorar la conversación genuina como uno de los actos más revolucionarios de nuestro tiempo?

He dedicado décadas a trabajar con líderes, empresarios, emprendedores, familias, jóvenes y adultos mayores. Y una constante se repite, sin importar la edad ni el estatus: todos necesitamos ser escuchados de verdad. No corregidos, no dirigidos, no evaluados… solo escuchados. Con pausa. Con alma. Con silencio respetuoso. Con esa mirada que no intenta escanear, sino acoger.

En mis años como mentor, he aprendido que detrás del ejecutivo más brillante puede haber un niño herido. Detrás del joven más inseguro puede haber un sabio en construcción. Detrás del rebelde, un corazón que grita porque nadie le ha preguntado cómo se siente sin juzgarlo. Y detrás del “todo está bien”, muchas veces hay un “no sé por dónde empezar”.

Por eso, cuando alguien se me acerca y me dice: “Julio, contigo puedo hablar sin sentirme pequeño ni extraño”, no lo tomo como halago, sino como recordatorio de propósito. Porque nuestra verdadera tarea en esta vida no es impresionar, es sostener. Y eso solo se logra cuando uno ha sido suficientemente quebrado por dentro como para dejar de creerse superior. Cuando uno ha llorado lo suficiente como para entender que nadie necesita más juicios, sino más abrazos que no se ven.

Lo que Néstor llama “poca gente”, yo lo reconozco como “gente luminosa”. Esa minoría que no necesita demostrar nada porque ya entendió que el valor no está en lo que logras, sino en cómo haces sentir a los demás mientras lo logras. Esa minoría que no compite, coopera. Que no interrumpe, escucha. Que no impresiona, acompaña. Que no te escanea, te ve.

Sí, hay muy poca gente así. Pero cuando la encuentras, el mundo se vuelve más habitable.

Recuerdo una conversación con un cliente hace años. Estaba frustrado porque su equipo no “le seguía el ritmo”. Era brillante, veloz, estratégico… pero frío. Le pregunté: “¿Y tú sigues el ritmo emocional de tu equipo?”. Se quedó en silencio. Lo entendió. Nunca más volvió a hablar de “gente lenta”. Empezó a hablar de “procesos humanos”. Ese cambio de mirada salvó su empresa, pero más que eso, sanó su liderazgo.

A veces creemos que el mundo está lleno de gente superficial, pero lo que pasa es que muchos han tenido que construir caparazones para sobrevivir. Lo superficial, muchas veces, es una armadura. Y solo con presencia verdadera se puede desactivar. Solo cuando dejamos de aparentar podemos invitar al otro a hacer lo mismo.

Y eso requiere coraje. Porque ser auténtico en un mundo que premia la fachada es un acto de rebeldía espiritual.

Por eso insisto: no es que haya poca gente buena. Es que hay poca gente que se sienta segura para mostrarse tal como es. El problema no es la ausencia de almas profundas, es la falta de espacios seguros para que puedan respirar.

Desde Todo En Uno.Net, he trabajado durante años para construir no solo soluciones empresariales, sino entornos donde lo humano sea lo primero. Donde las organizaciones se conviertan en comunidades. Donde los consultores seamos facilitadores de confianza, no portadores de fórmulas. Donde la tecnología se ponga al servicio de la cercanía, no del control. Donde conversar no sea una herramienta de productividad, sino una experiencia de transformación mutua.

Porque sí, creo en la eficiencia, en los resultados, en los datos… pero sobre todo, creo en las personas. Porque he visto sistemas perfectamente diseñados colapsar por falta de humildad. Y equipos mal entrenados triunfar por exceso de empatía.

Hoy, desde esta pequeña tribuna digital, solo quiero decirte una cosa: si tú eres de esa “poca gente” que sabe conversar desde el alma, no te apagues. El mundo te necesita más que nunca. Y si todavía no lo has logrado, si sientes que te cuesta conectar de verdad con los demás, no te culpes. Nos enseñaron muchas cosas… pero no nos enseñaron a conversar sin miedo.

Pero se puede aprender. Se puede entrenar. Y se puede sanar.

Yo mismo he tenido que reaprender. He tenido que pedir perdón por palabras que lastimaron, por silencios que alejaron, por juicios disfrazados de consejos. Pero también he tenido la fortuna de ver cómo una conversación honesta puede cambiarle la vida a alguien. No por lo que uno dice… sino por cómo lo hace sentir.

Así que la próxima vez que digas “hay muy poca gente con la que puedo ser yo mismo”, no lo digas con resignación. Dilo con compromiso. Y sé tú esa persona para alguien más. Porque a veces, basta con uno para que otros se animen a quitarse la armadura.

Y si necesitas un espacio donde no tengas que aparentar, competir ni medir palabras… aquí estoy. No como experto, sino como compañero de camino. Porque si hay algo que he aprendido en más de tres décadas de servicio es que la transformación real comienza con una conversación honesta, cálida y sin máscaras.

Si este mensaje tocó algo en ti… no lo ignores. Tal vez es tu alma recordándote que es hora de volver a conversar de verdad. Si sientes que necesitas hablar con alguien sin filtros, sin máscaras, sin juicio… agenda una charla conmigo. No como cliente. Como ser humano.

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Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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