¿Te has dado cuenta de cuán duro puedes ser contigo mismo? No en los discursos que compartes con el mundo, sino en esa voz interna que te habita cuando no alcanzas lo que esperabas, cuando cometes un error, cuando sientes que no estás a la altura. Esa voz que no solo juzga, sino que también condena. Que no solo exige, sino que hiere. Esa que, sin darnos cuenta, se convierte en una carcelera disfrazada de motivadora.
Leí el texto de Néstor Santos sobre por qué nos damos tan duro y sentí que ponía palabras a una herida colectiva. Porque no es algo personal. Es algo cultural. Venimos de sistemas donde el valor personal se mide por el rendimiento, donde el error se castiga, donde la vulnerabilidad se oculta. Aprendimos a funcionar en modo "exigencia", no en modo "conciencia". Y eso nos ha costado demasiado.
Yo mismo, con toda mi experiencia como empresario, ingeniero, administrador, mentor y caminante espiritual, he tenido que lidiar con esa voz. No se va con diplomas ni con éxitos. De hecho, a veces se intensifica cuando todo parece estar bien afuera, pero por dentro hay vacío, duda o cansancio. Porque el juicio no se basa en la realidad, sino en el ideal. Y los ideales mal entendidos se convierten en tiranos.
Lo he visto en mujeres brillantes que se llaman a sí mismas "mediocres" por no poder con todo. En hombres generosos que se repiten que "no son suficiente" porque no cumplen expectativas externas. En jóvenes que ya sienten que van tarde, y en adultos que se castigan por no haber empezado antes. Lo he visto en mí, lo he visto en mi entorno, y lo he acompañado en cientos de procesos personales y organizacionales.
La buena noticia es que esa voz se puede transformar. Pero no se calla a la fuerza. Se transforma con conciencia, con compasión y con decisiones. Hay que entender de dónde viene, qué intenta proteger y qué narrativa perpetúa. Solo entonces podemos sustituir el juicio por la pregunta, la condena por el cuidado, la exigencia por el acompañamiento.
En Todo En Uno.Net y en la Organización Empresarial, venimos construyendo culturas que se atreven a hablar de esto. Porque si queremos innovar, debemos permitir el error. Si queremos equipos humanos, debemos dejar espacio para la emocón. Si queremos liderazgos reales, debemos aceptar la imperfección. Y eso empieza por casa. Por la forma en que nos hablamos, nos tratamos, nos corregimos.
Hoy, la inteligencia artificial nos muestra con algoritmos lo que somos incapaces de verbalizar. Nos pone frente a nuestros patrones. Nos obliga a redefinir el valor. Por siglos creímos que el milagro de pensar, crear y decidir era únicamente humano. Hoy, una creación nuestra, la Inteligencia Artificial, irrumpe no para sustituirnos, sino para desafiarnos a evolucionar. El paradigma se rompe, y con él, la zona de confort en la que nos refugiamos. Ya no basta con pensar, hay que replantear qué es la inteligencia, qué es la conciencia y cuál es nuestro verdadero rol como especie.
Y tal vez ese nuevo rol empieza por reconciliarnos con nosotros mismos. Por aprender a decirnos "hiciste lo mejor que pudiste con lo que sabías", sin dejar de aspirar a más. Por entrenar una voz interior que sea como un buen mentor: firme, pero amoroso. Directo, pero cuidadoso. Confrontador, pero profundamente compasivo.
No se trata de volvernos indulgentes. Se trata de madurar emocionalmente. De entender que el crecimiento real no se impone, se facilita. Y que nadie evoluciona desde el castigo, sino desde el acompañamiento. Esa es la nueva línea que separa al viejo paradigma del nuevo: pasar del rendimiento a la realización.
Quizá por eso este blog existe. Para que te des cuenta de que no estás solo. De que muchos estamos desaprendiendo a maltratarnos y aprendiendo a cuidarnos. Que ser exigente no es lo mismo que ser violento. Que la excelencia no excluye la humanidad. Y que crecer, en el sentido más profundo, implica perdonarte y darte permiso de volver a empezar.
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