La ansiedad informativa es un concepto reciente y no lo encontrarás en los almanaques de psicología, ya que ha surgido a raíz de los grandes volúmenes de información a los que estamos expuestos hoy en día.
Si eres alguien muy activo en redes sociales o es importante para ti estar informado, puede ser que hayas experimentado ansiedad informativa antes sin darte cuenta. Esto ocurre cuando la información a la mano supera el tiempo, energía o capacidades disponibles para asimilarla, haciendo que las personas sientan frustración o angustia.
Además, poco a poco se les dificulta distinguir entre información irrelevante y noticias que vale la pena conocer, por lo que algunos catedráticos consideran que la sobreinformación es otra forma de manipulación mediática y, la ansiedad informativa, solo uno de los daños colaterales.
¿Qué tan mala es la ansiedad informativa?
Primero, hay que entender que el problema va más allá de los efectos que tiene la ansiedad como desorden psicológico. También hay una connotación política, moral e incluso espiritual.
Jorge Franganillo, profesor de Información y Documentación de la Universidad de Barcelona, opina que más información puede significar menos libertad. Algunos medios de comunicación intentan hacer la diferencia ofreciendo un modelo de distribución de noticias “minimalista”, donde recibes un boletín un par de veces por semana con lo más relevante del periodo; sin embargo, para Franganillo la falta de información es tan peligrosa como el exceso.
No es nada fácil escapar de la ansiedad informativa en un mundo donde estar conectado ya hace parte de la vida diaria y donde la información fluye todo el tiempo, no solo en línea, sino también cuando apagamos el módem: en la televisión, la publicidad, las apps de mensajería instantánea y las comunicaciones personales.
Cuando eres parte de este círculo vicioso a diario, es normal que te sientas fatigado, irritable y angustiado, como también puede pasar que dejen de afectarte situaciones que, en el pasado, eran importantes para ti (desensibilización). Por eso, la ansiedad informativa es un riesgo para la salud física, mental y espiritual; por un lado, comenzamos a olvidar la importancia de ser empáticos, y las tragedias y el abuso se “normalizan” porque “ocurren a diario”. Al mismo tiempo, perdemos la capacidad de distinguir entre lo importante y lo trivial, y con esto dejamos ir un poco de nuestra esencia humana.
Datos interesantes sobre el intercambio de información
Según estadísticas de YouTube, el número total de usuarios activos en la plataforma asciende a 30 millones diarios. Una sesión promedio (móvil) tiene una duración de 40 minutos, y el número de vídeos vistos por día es de 1.000 millones.
El panorama no es muy distinto en redes sociales. Facebook cuenta con 2.740 millones de usuarios activos al mes, mientras que Instagram tiene un alcance publicitario potencial de 1.221 millones.
Estas cifras son mundiales, si bien el tiempo promedio que invierte cada persona en línea puede ser distinto de un país a otro. No obstante, de acuerdo con Statista, América Latina tiene una población bastante activa en Internet. México, por ejemplo, tenía 89 millones de usuarios conectados a la red en 2020; Argentina registró 35,09 millones, y Colombia tuvo 35 millones.
¿Cómo combatir la ansiedad informativa?
Nos guste o no, la sobreinformación ya hace parte de la vida diaria y está en todas partes, de modo que la solución no es ignorarla. Aprender a ser selectivos con lo que vemos y escuchamos es una alternativa más funcional a corto y largo plazo.
También es importante que nos cuestionemos acerca del origen de los datos, ya que siempre habrá información fraudulenta en Internet, así como intereses políticos y financieros de por medio. Una buena opción puede ser consultar medios de comunicación independientes y limitar el tiempo que pasamos en redes sociales o en plataformas de distribución de contenido. Existen apps móviles (como SocialX) y extensiones para navegador (como Freedom) que pueden ayudarnos a poner límites.