Bajar peso depende más de la alimentación que de la actividad física. Combinar factores opera bien.
¿Por qué entreno y entreno y no bajo de peso?
La premisa se escucha con frecuencia. Son muchos los que se lanzan a entrenar con el objetivo de bajar de peso y ponerse en forma.
Y para cuidar su figura se matriculan en un gimnasio, salen a correr, a caminar o a andar en bicicleta dos o tres veces por semana, pero, aun así, después de varios meses siguen manteniendo su peso inicial, y en algunos casos hasta aumentan. ¿Por qué?
Según Diego Sívori, licenciado en Nutrición y director de la Licenciatura en Nutrición de la Fundación Uade (Buenos Aires), “el descenso de peso depende en proporción protagónica de la alimentación y no tanto de la actividad física”. Tan sencillo como eso, podemos hacer toda la actividad física que queramos, pero si no la acompañamos con una alimentación equilibrada, será imposible alcanzar el peso deseado.
“El ejemplo más práctico que puedo dar es que, por ejemplo, una medialuna (croissant dulce, típico de Argentina) te la comes en 30 segundos, pero para eliminarla tienes que caminar durante unos 30 minutos. Esto sucede porque lo que uno incorpora a nivel energético/calórico por unidad de tiempo es mucho mayor que lo que uno puede gastar con actividad física y lo que el cuerpo está en condiciones de eliminar”, explica.
En raras ocasiones, el hecho de entrenar y no poder bajar de peso tiene otras explicaciones. “Por lo general suele ser un tema de la dieta, y es poco probable que sea por una cuestión del organismo”, afirma. Pero, según Sívori, en algunos casos puede responder a una patología que no esté controlada clínicamente como, por ejemplo, un hipotiroidismo, una condición en la que el cuerpo gasta menos energía.
Otra causa puede ser el envejecimiento, que hace que el metabolismo de la persona se vuelva más lento, “Cuanto más mayor soy, mi cuerpo gasta menos, por lo que, si sigo comiendo o entrenando de la misma manera, puedo llegar a engordar”, dice.
Otras razones pueden deberse a ciertos medicamentos que se toman en forma crónica, como algún tipo de corticoides, que pueden colaborar en el incremento o guardado de grasas en la zona abdominal o visceral. “Tanto las enfermedades como las condiciones medicamentosas, si no están reguladas, podrían traer un problema con el peso corporal, pero controladas no deberían ser un impedimento para bajar de peso”, dice el nutricionista.
Pero si hacemos ejercicio controlando la alimentación, seguramente veremos resultados. Aunque hay que tener en cuenta que existe un ritmo adecuado de descenso de peso. “Nuestro cuerpo está programado para defendernos de la restricción alimentaria y de los descensos abruptos; por eso, cuando uno empieza a bajar de forma rápida, el cuerpo lo contrarresta con un descenso de metabolismo, justamente para prevenir carencias en la composición corporal”, señala.
“El ritmo adecuado de descenso de peso es el 1 por ciento semanal; por ejemplo, si peso 100 kilos, puedo bajar un kilo por semana, y eso se considera un buen ritmo que le permite al cuerpo quemar grasas. Sin embargo, el ritmo promedio es de 0,5 por ciento por semana, que para una persona de 100 kilos es de medio kilo. Hay gente que baja 3 kilos por semana, especialmente cuando empieza planes restrictivos, pero ese descenso corresponde a agua en su gran mayoría, algo de grasa, y muchas veces masa muscular por hacerlo en forma poco planificada”, advierte.
Lo que uno incorpora a nivel energético/calórico por unidad de tiempo es mucho mayor que lo que uno puede gastar con actividad física y lo que el cuerpo está en condiciones de eliminar
Por lo general, si uno tiene 10 kilos de más, como mínimo tendrá que esperar unos dos meses y medio, bajando a un buen ritmo y quemando solo grasas; pero esto puede variar según la persona, su situación metabólica y contexto.
La forma correcta de actuar es hacer un chequeo médico para ver si los parámetros clínicos están bien y el metabolismo gasta de manera adecuada. “Hay estudios para evaluar si el metabolismo es normal o un poco más ‘vago’; de todas formas, eso no puede ser una causa directa para aumentar de peso. Luego del chequeo hay que consultar a un nutricionista para seguir un plan de alimentación que incorpore menos energía de la que gasta el cuerpo y adoptar un plan de actividad física”, dice Sívori.
“Muchas veces, las personas comen como deportistas de élite, pero son deportistas amateurs. Michael Phelps comía 10.000 calorías por día, pero entrenaba cuatro turnos. Hay mucha gente que va al gimnasio dos veces por semana y se sienta a hacer aparatos, no gasta energía significativamente y después come dos platos de pastas como si hubiese entrenado en doble turno”, señala.
Por otro lado, hay que prestar atención al tipo de entrenamiento: hacer trabajos de resistencia muscular, en los que se trabaja con pesas, es distinto a los trabajos aeróbicos, en los que hay mayor gasto calórico. Por eso es importante que cada entrenamiento esté pensado según la persona y sus necesidades.
Por último, hay que tener cuidado con los suplementos dedicados al deportista aficionado. “Muchas veces, la gente termina comprando bebidas de hidratación cuando no las necesita, o productos como proteínas o ciertos reemplazantes de la comida tradicional, cuando en realidad lo que tiene que hacer es ordenar su alimentación y, en todo caso, luego recurrir a ese tipo de alimentos. Este tipo de sustancias colaboran en un ingreso calórico superior que en numerosos casos imposibilita que la persona baje de peso como quiere”, finaliza.