Ponerse en riesgo o al entorno, ante el deseo acumulado de tener sexo es francamente irracional.
Orgías, citas personales, reuniones en clubes y otras, han dejado de ser anécdotas curiosas para darle paso al rechazo generalizado.
Siempre he defendido la sexualidad y sus manifestaciones como un componente vital, tanto que he insistido en ubicarla al mismo nivel en el que están comer, dormir o trabajar.
En eso no debe haber discusión. Sin embargo, así como hay tiempos, lugares y condiciones para ejercer dichas funciones, el sexo no es la excepción. De ahí que poner en riesgo, que ponerse en riesgo o al entorno, ante el deseo acumulado de un polvo es francamente irracional.
No lo digo por las modificaciones y ajustes que en este sentido han tenido que hacerse por cuenta de la cuarentena, sino por las insólitas reuniones donde el catre es protagonista y que, de tanto en tanto, las autoridades dan a conocer por pasarse por alto la restricción.
Orgías, citas personales, reuniones en clubes con disfraces de diferente índole, moteles funcionando ilegalmente y hasta la consolidación de espacios domésticos para estas tareas con fines comerciales han dejado de ser anécdotas curiosas para darle paso al rechazo generalizado.
Y no es mojigatería, sino los simples principios de racionalidad y autoconservación los que obligan a ponerle freno, a censurar y a denunciar estas actividades en razón a que sobre el catre se transgreden todas las medidas que previenen contagios a los participantes y a quienes comparten inocentemente los espacios y la vida con estos imprudentes.
No queda más que decir que en cuarentena, polvos sí, pero no así. Hay mucho en riesgo.