Hoy se lee más, pero diferente. Hay segmentos de población y ciudades donde se puede mejorar.
Los dispositivos móviles no solo facilitan, sino que han creado otras formas de lectura.
Desde el año 2000, Colombia ha construido un conjunto destacado de estadísticas de lectura. Pero también desde el gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez y después, en el de Juan Manuel Santos, se ha desarrollado una importante política pública de lectura y bibliotecas. Cuando se juntan estadísticas, políticas y realidades se pueden observar con mayor precisión los resultados sociales de estos esfuerzos. Y lo que se empieza a observar es asombroso y apasionante.
Normalmente vemos al país a través de la política y la economía, pero pocas veces lo hacemos desde las transformaciones de la lectura. Porque lo que se constata en menos de dos décadas es un conjunto de cambios que acompañan a un país que se modifica.
La Encuesta Nacional de Lectura que acaba de presentar el Dane (2017) tiene una serie de novedades. Por primera vez se midió la lectura en los niños y niñas más pequeños (de 0 a 5 años), se investigó qué está pasando con la lectura en las zonas rurales, se exploraron 32 ciudades para cotejar la lectura urbana, se estudió la escritura y se profundizó en la lectura digital.
Y los resultados traen muchas sorpresas. La primera constatación es que se lee más, pero se lee diferente. La lectura sobre soporte impreso aún es mayor que la lectura en soporte digital, pero la segunda superará a la primera. Hoy, las personas de 5 años y más leen en promedio al año 2,7 libros, cuando la Encuesta de consumo cultural del 2014 reportó tan solo 1,9. Leen más libros las mujeres (55,9 %) que los hombres (51,7 %), las personas de estratos 4, 5 y 6 que las de estratos 1, 2 y 3.
Las explicaciones pueden ser muchas: el mantenimiento de una política pública nacional y regional, el aumento y dotación de las bibliotecas en 1.428 municipios, el interés por las bibliotecas escolares y la promoción de la lectura en la escuela y en los espacios públicos, los sistemas de difusión de las editoriales, las ferias y fiestas del libro, la incidencia de los influencers y los booktubers, la acogida de las sagas y los best sellers y la creciente conexión entre la lectura, la música, el cine, el video y las nuevas tecnologías.
Porque, a diferencia de lo que piensan muchos, el teléfono móvil, el computador o las tabletas no son los enemigos de la lectura. Por el contrario, son los promotores de otras formas de lectura, de oralidades y escritura emergentes.
Medellín, Bogotá, Tunja e Ibagué son las ciudades en que se leen más libros, mientras que Puerto Carreño, Mocoa, Inírida y Mitú son las cuatro en que se leen menos. Barranquilla fue la ciudad donde se leyó más en soporte impreso, tiene un promedio intermedio en lectura digital y realmente bajo en número de libros leídos.
Es interesante observar que Tunja es una de las ciudades con mayor promedio de libros leídos, la segunda con mayor lectura en soporte digital, una de las primeras en lectura en soporte impreso y la primera en acceso a bibliotecas. Pero el enigma mayor es por qué Yopal ocupa el primer puesto en lectura digital entre las 32 ciudades analizadas. Las noticias sobre la lectura
Pero las noticias mayores sobre la lectura están en el campo, las tecnologías, la escritura y los niños y niñas más pequeños.
Un gran acierto fue ampliar la mirada a lo rural. Y lo encontrado conmueve por sus implicaciones: la lectura en soporte digital en el campo llega a un 54,1 por ciento y se hace mayoritariamente a través de teléfonos con acceso a internet (86,2 %).
El argumento de investigadores de la cultura sobre el paso directo de las mayorías latinoamericanas a lo audiovisual, sin pasar necesariamente por la cultura letrada, ahora tiene un nuevo capítulo: el paso masivo a la red a través del teléfono móvil e internet.
Y esta es la segunda gran noticia de la Encuesta. En los últimos 20 años ha habido un crecimiento enorme, diversificado y progresivo de las nuevas tecnologías en Colombia.
A tal punto que un documento de la Ocde y de las pruebas Pisa de 2018 dice que “en el pasado, el interés primario y predominante en el dominio de la competencia lectora de los estudiantes era la capacidad de entender, interpretar y reflexionar sobre textos únicos. Si bien estas habilidades siguen siendo importantes, un mayor énfasis en la integración de las tecnologías de la información dentro de la vida social y laboral de los ciudadanos requiere que la definición de la competencia lectora sea actualizada y ampliada”.
En la encuesta de calidad de vida que acaba de publicar el Dane se corrobora que el 96,5 por ciento de colombianos tiene teléfono celular, con una gran penetración rural (del 92,6 %), un 44,3 por ciento tiene computador en sus hogares y un 52,5 por ciento posee televisión LCD, plasma o led.
El uso de teléfono celular inteligente es de 71,2 por ciento, y las personas de 5 y más años que usan internet en cualquier lugar y dispositivo fue de 62,3 por ciento, mientras que en zonas rurales ascendió a un 37 por ciento, cinco por ciento más que en el 2016, lo que confirma una indudable tendencia positiva.
El 81,7 por ciento que usó internet lo hizo desde un teléfono celular, el 47,5 por ciento usó internet en su computador fijo y el 33,7 en su portátil.
Son los jóvenes los que escriben más en redes sociales, las personas de 26 a 40 años los que escriben más correos electrónicos, mientras que el uso del computador aumenta con la edad, y los más jóvenes y los más viejos son los que escriben más en papel.
Estamos frente a lecturas móviles en ascenso, un crecimiento paulatino de la lectura digital en las zonas rurales y un aumento de los ambientes smart
Estamos, entonces, frente a lecturas móviles en ascenso, un crecimiento paulatino de la lectura digital en las zonas rurales y un aumento de los ambientes smart que facilitan nuevas prácticas audiovisuales como la autoprogramación, descenso de la audiencia de la televisión abierta, acceso a plataformas como Netflix, uso creciente de redes sociales y lectura de textos, correo, chats y blogs.
La penetración ascendente de computadores fijos y portátiles es otro de los soportes de la lectura digital, reforzado por su uso educativo y el desarrollo de competencias digitales de los niños y los jóvenes en la educación.
Las preguntas y quizás algunas respuestas sobre la lectura y escritura digitales tendrán que ver con su movilidad, la ‘pulgarcita’ de las escrituras (Michel Serres) y los saltos y contracciones de las lecturas, su nueva temporalidad, sus conexiones con los archivos visuales, documentales y sonoros en línea, el papel de los algoritmos y los bots, la generación de comunidades de intercambio y conversación, las lecturas y escrituras vivenciales y emocionales, la ruptura de las hegemonías de edición por parte de medios, editoriales y maestros y la identificación generacional alrededor de las nuevas lecturas y escrituras. Hacia el futuro se percibe una complementariedad entre la lectura de libros y la lectura digital.
Mientras que esto ocurre en el ecosistema tecnológico nacional, un 27,3 por ciento del total nacional asiste a bibliotecas públicas o comunitarias y un 93,1 por ciento considera que son espacios para aprender, participar y crear. Al 60 por ciento de los niños menores de 5 años les gusta que les lean, especialmente la madre. ¿Y las políticas públicas?
Si bien la macrometa de pasar de 1,9 a 3,2 libros solo se cumplió en las ciudades, la política ha mostrado sus bondades y limitaciones.
Deberá complementarse y profundizarse con la transformación de las bibliotecas, la formación de mediadores de la lectura, el apoyo a la circulación de los libros (bono cultural), el impulso a la edición universitaria y pública, el estímulo de las librerías, el fomento de la lectura en el campo, la conexión del mundo letrado con otras industrias creativas y, muy especialmente, el encuentro cada vez mayor del mundo de los libros (impresos y digitales) con el universo de la escuela. Los estudios de econometría que apoya el Departamento Nacional de Planeación (DNP) nos dirán qué de todo esto pesa más en el éxito de las políticas y en la inversión económica del dinero de la ciudadanía.
El enfoque de la lectura digital ha insistido hasta ahora en la digitalización de algunos procesos de las bibliotecas, la inicial creación de portales, la generación de aplicaciones digitales para la lectura y la promoción tímida del libro electrónico, pero no se ha trabajado suficientemente en políticas concertadas de actores públicos y privados del entorno digital por la lectura y escritura, la promoción de creación de contenidos, la formación de maestros en nuevas tecnologías, el desarrollo de proyectos consistentes de ciencia y tecnologías en colegios y escuelas, la generación de laboratorios digitales en las bibliotecas, la transversalidad y la transmedia aplicada a la oferta de información o a la formación escolar, la experimentación electrónica juvenil, el apoyo a emprendedores digitales en la producción de contenidos y el impulso a la circulación de libros digitales, entre otras iniciativas.
Pero lo que nos muestra esta nueva cartografía de la lectura es un país que se transforma, en algunos casos a toda marcha y en otros lentamente, en medio de sus incertidumbres y sus posibilidades.