Los ‘millennials’ quieren ser jazz, ¡déjelos!

¡Ellos quieren divertirse. Sentirse valiosos! 

Se supone que la razón de ser de una empresa es el cliente. Algunos dicen que los empleados, aunque sin clientes no habría necesidad de estos. Es un ciclo de beneficios mutuos (en teoría). De la misma manera como ocurre con la música: sin público que apropie su beneficio, puede no tener sentido hacerla. También se asume que las compañías crean estructuras orientadas a satisfacer las necesidades de sus clientes, y muchas se dan tiros en el pie al no de escucharlos –incluso a los empleados– por concentrarse en producir riqueza, actuando de forma ingrata a la hora de reconocer que es con su existencia que se mantienen vivas. No conversan, imponen condiciones. 

Según el compositor y experto en improvisación, Wade Mathews, acerca de las estructuras a la hora de hacer jazz: 

“El músico ya no puede interactuar libremente con los demás. Su interacción no desaparece, pero se supedita a las exigencias de la estructura tal y como dice la partitura y entonces se produce mayor jerarquización entre los músicos”. Esta circunstancia hace que la música pierda valor y la estructura lo gane. Sin interacción con otros, la música no resulta. Esta es consecuencia de relaciones constantes, de construcción colectiva. 

Lo que sucede hoy en el mundo corporativo es precisamente eso: algunas empresas se enamoran de sus estructuras verticales colmadas de autoridad y control –olvidando hacer música–, forzando a quienes laboran en ellas a adentrarse en su silo respectivo con la intención de ser –matemáticamente– más productivas, sacrificando además al cliente, quien, al parecer, el lugar importante que le dan en la estructura es solo un saludo a la bandera.

Y de eso es que huyen los millennials: de ir a una compañía a trabajar de manera ensimismada, solo hacer caso a instrucciones –que en ocasiones buscan satisfacer el gusto de un jefe más que la funcionalidad de una decisión– y alejarse de la posibilidad del aporte desde niveles de empoderamiento efectivos. ¡Ellos quieren divertirse. Sentirse valiosos!

Entonces, en lugar de creer que son ‘mimados, irrespetuosos y que nada los motiva’, que son una generación perdida porque ‘desconocen la autoridad’, esas empresas podrían ponerlos a hacer jazz para no espantarlos, sino acercarlos. El secreto es: iniciativa, libertad sin imposiciones e interacción con:

El modelo: al músico le toma un tiempo entender, espontáneamente, su entorno: cuál es su lugar y cuáles pueden ser sus aportes más valiosos de acuerdo con su talento y posibilidades. ¡Ojo! Acá el modelo no es el cubículo donde trabajará y los compañeros que lo rodean, tampoco el mero proceso de inducción. Es la empresa.

Hay empleados que solo conocen su pupitre. Los demás (músicos): conocer a los demás no solo como compañeros, sino como piezas del ensamble. Cuáles son sus talentos, sus aportes; cómo pueden hacer sinergias. Es decir, dejarlos conversar, jugar y lograr cosas juntos. 

El público: sin importar si la interacción es directa o no, saber qué quiere, siente, necesita y le gusta. No por una simple encuesta, sino por una relación constante de intercambio, dándole a este el valor que tiene en el contexto, y al colaborador, la oportunidad de ser valioso.
Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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