Las mujeres son menos escuchadas que los hombres

Investigaciones alertan que les prestan menos atención en discusiones y se intimidan más al hablar. 


“El triunfo de hoy no es de una persona. Pertenece a generaciones de mujeres y hombres que lucharon y se sacrificaron. En nuestro país comenzó aquí en Nueva York, en Seneca Falls, en 1848, cuando un pequeño pero determinado grupo de mujeres y hombres pensó que merecíamos igualdad de derechos”. 

La voz de Hillary Clinton retumbó en Brooklyn y segundos después hizo eco en el mundo. La candidata demócrata a la Presidencia de Estados Unidos agradeció a sus votantes, en un gesto que fue seguido por millones de personas en los cinco continentes. Pero la suerte de Clinton –una política aguda, con 30 años de experiencia y cuya voz el mundo escucha– no es compartida por el resto de las mujeres, dicen los expertos. 

Ni siquiera Madeleine Albright, la primera secretaria de Estado estadounidense y pionera en los 90 de la ruptura del ‘techo de cristal’, al menos en el campo de la diplomacia y la seguridad nacional, se salvó de reconocer que en su carrera enfrentó muchas reuniones como única mujer en las que calló por temor a ser enjuiciada por sus colegas. “Todavía siento ansiedad cuando participo en un debate solo con hombres”, confesó a principios de este año. 

La anécdota la recordó para ‘Boston Review’ el catedrático y cientista político Christopher Karpowitz, quien junto a Tali Mendelberg, de la Universidad de Princeton, publicó ‘El sexo silencioso’ (‘The silent sex: gender deliberation and institutions’), que el año pasado ganó tres premios como libro de psicología y ciencias políticas. 

El texto, que explora las formas de participación en el debate político y en el discurso público en su país, llegó a la conclusión de que, en general, las mujeres hablan menos tiempo y con expresiones menos firmes que sus pares hombres, por temor a ser criticadas y, sobre todo, interrumpidas. 

No es suficiente que se rompa el ‘techo de cristal’, dicen investigadores de distintos países: aún hay que tener una voz que se escuche. Y los hombres –por múltiples razones– no están escuchando, dicen las estadísticas. 

Y no solo en política, también en colegios, universidades, reuniones de trabajo, negocios y en la vida pública. Acostumbrados a tomar la palabra y a hablar largo, seguro y sin interrupciones –sin miedo a la crítica–, producen el efecto indirecto de intimidar el discurso de sus compañeras, al tomarse la mayoría del espacio y el tiempo. Esta es una norma social nítida que se ha convertido en materia de estudio de expertos en ciencia política y sociólogos. 

Con agudeza, la periodista australiana Julia Baird bautizó esta condición masculina como ‘manologue’, juego de palabras entre hombre (‘man’) y monólogo. 

Al respecto, asegura que “la prevalencia del ‘manologue’ está enraizada en el hecho de que los hombres se toman o les dan más tiempo para hablar casi en todos los ambientes profesionales. Las mujeres se autocensuran, editan y se disculpan por hablar. Ellos exponen”. 

Desde la Universidad de Brigham, en Utah (Estados Unidos), el profesor Christopher Karpowitz, graduado de Princeton, estudió para su libro el discurso de los dos sexos en política y otras esferas. Y realizó experiencias de laboratorio para probar sus observaciones junto con Tali Mendelberg, experta en igualdad y política. 

En algunos casos concluyeron que, cuando ellos las sobrepasan en número, las mujeres llegan a hablar entre un cuarto y un tercio menos de tiempo. 

“En la sociedad contemporánea, mucha gente aún cree que la política es un juego masculino. Por eso, hombres y mujeres participan con distintas expectativas de influencia. Pero no es cierto que estas no tengan nada que decir o ningún interés en política. Este desbalance es producto de su diferente socialización”, cuentan los investigadores. 

Karpowitz y Mendelberg preguntaron si ellas se veían a sí mismas como individuos que pueden marcar una diferencia y tener autoridad. “Los hombres siempre esperan, quieren y buscan tener influencia y autoridad. Las mujeres vacilan”, anotan. 

Karpowitz sostiene que esta realidad hace que en la sociedad se pierda la visión y las ideas de un contingente fundamental, nada menos que el 50 por ciento de la población pensante y creativa: “Cuando las mujeres no se hacen escuchar, perdemos como sociedad, porque las perspectivas de la mitad de la población no son tomadas en cuenta”, advierte el investigador. 

Con su estudio, Karpowitz y Mendelberg también descubrieron que “lograr que otras personas te vean como influyente y con autoridad está relacionado con cuánto hablas; por eso es importante que las mujeres hablen más y construyan espacios para ello. Así lograrán ser miradas como personajes influyentes y con autoridad”, afirma él. 

Críticas y silencio 

Pero no solo el discurso femenino se escucha menos, por tiempos más cortos y con menos firmeza. Está comprobado científicamente que hay un temor a ser observadas, criticadas, juzgadas e interrumpidas por sus pares hombres y que esto las frena. 

El miedo al ‘backlashing’ –reacción negativa y a veces violenta– está presente en los estudios políticos y sociológicos sobre la subrepresentación del discurso femenino en el mundo. 

Karpowitz constata que “hasta una política extraordinariamente completa como Hillary Clinton ha sido criticada por tener un estilo de discurso ‘gritón y estridente’. Pero (el demócrata) Bernie Sanders y Donald Trump también gritan mucho cuando hablan y nadie los critica. No recuerdo jamás a un político recibiendo críticas solo por su estilo de discurso”. 

El tema de las interrupciones ha sido estudiado especialmente. Los investigadores concluyeron que en ambientes de discusión con escasa participación femenina –desde la política hasta el trabajo– casi siempre se registra un patrón de interrupciones masculinas: ellos sentían que podían aportar mejores soluciones e ideas. 

En la Universidad de Yale, la doctora en psicología social Victoria Brescoll, quien trabajó en el 2004 con Hillary Clinton, investigó el potencial de avance profesional en mujeres con mal genio y exceso de asertividad versus sus colegas hombres. El estudio concluyó que un hombre malgeniado y directo es premiado profesionalmente. Una mujer igual es catalogada de “incompetente y poco merecedora de poder”. 

Así mismo, Brescoll estudió el efecto de la crítica en la volubilidad, entendida como la cantidad de tiempo que se habla. En su investigación del 2012 –para la cual escrutó al cuerpo de senadores de Estados Unidos–, observó una relación directa entre el poder y la mayor volubilidad en los hombres, un efecto que no existe en las mujeres. Los análisis científicos a que recurrió esta psicóloga social confirmaron que el temor al ‘backlashing’ es el principal factor que impide que más mujeres se expresen en público. 

Y hay más. Janet Holmes, académica de la Universidad de Wellington, en Nueva Zelanda, se centró en escrutar cuánto y cómo contribuían los dos sexos al discurso formal en seminarios, programas de televisión y salas de clases. Analizó las preguntas formuladas en 100 mitines públicos y seminarios y encontró que el 75 por ciento provenía de hombres. “No es raro que constituyan mayoría en instancias formales y públicas. Pueden ser el 66 por ciento de todas las audiencias”, estima. 

Una de las explicaciones para este predominio del verbo masculino es que expresarse formal y públicamente otorga estatus, algo que les interesa más a los hombres, mientras que las mujeres están más preocupadas de la solidaridad y la conexión, asevera Holmes. 

Y en Harvard, Catherine Krupnick se centró en estudiar cómo el género influye en la calidad de la enseñanza y del aprendizaje en su universidad. Para esto, armó un equipo de trabajo investigativo, que pasó un año entero revisando videos de clases. 

Una de las conclusiones fue que los estudiantes hombres hablaban mucho más tiempo en salas con profesor y mayoría de alumnos masculinos. “Y esto no solo es común en Harvard, sino en la mayoría de las universidades”, apunta Krupnick. Otro hallazgo fue que las alumnas hablaban tres veces más en clases dirigidas por una mujer. 

La profesora Krupnick demostró con datos estadísticos que el género de un profesor juega un rol definido en las discusiones universitarias: con el actual predominio masculino, las ventajas del diálogo pedagógico están distribuidas de manera desigual entre los dos sexos. 

“La tendencia a que los hombres dominen las conversaciones no nos sorprendió. Todos los estudios revelan que ellos dominan en los grupos de discusión, en las salas de clases y más allá”, cuenta. 

El problema va más allá de eso, dice Krupnick: “El ambiente en la sala de clases, el desarrollo de la autoestima y la posterior seguridad en el plano profesional pueden estar conectados”. El estudio revela que hasta abogadas y fiscales pueden sentirse inseguras en un juicio al enfrentar a sus pares hombres. 

Según una investigación de 1984 de la socióloga Bettyruth Walter-Goldberg, las abogadas sienten menor satisfacción con sus discursos de cierre frente a un jurado, en relación con los litigantes masculinos. 

Porque –dicen los investigadores en todo el mundo– la sala de clases y lo que pase en ella influirá en el futuro. Y mucho depende de la cantidad y calidad de lo que algún día se habló. 

En términos generales, los analistas e investigadores que se han dedicado a recopilar toda esta evidencia, están de acuerdo en que aspectos como el discurso y la participación de las voces femeninas en los entornos académicos, empresariales y políticos son un tema crucial por resolver en la desigualdad de género. Que las palabras e ideas valgan por sí mismas sin importar que quien las diga o exprese sea una mujer o un hombre, será una muestra de nuestra evolución social.
Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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