Sexo y sotanas

Una cosa es la abstinencia sexual, que puede ser temporal, y otra muy distinta, el celibato. 


La necesidad de tener encuentros sexuales con mayor frecuencia es fundamental para sentir excitación y placer. 

Revuelo ha causado la decisión del sacerdote colombiano Alberto Linero de colgar los hábitos, y no propiamente porque cambiará de oficio sino por el morbo que genera la presunción de que por debajo de las sotanas también circulan las hormonas, a tal punto que se cree que esta fue la causa real de ese desenlace.

Pero, más allá del hecho mediático, lo cierto es que el anuncio del ahora excura costeño vuelve a poner sobre el tapete todo el debate acerca del celibato condicionado por algunas religiones, porque, dicho sea de paso, la católica no es la única que hace esta exigencia a sus representantes, sino que la privación también la ejercen, por ejemplo, los monjes budistas.

Aquí hay que decir que una cosa es la abstinencia en las funciones del departamento inferior, que puede ser temporal, y otra muy distinta, el celibato, que, en rigor, significa la jubilación absoluta de las tareas amatorias, y este asunto es el que genera debate, en mi opinión justificado.

Todo en razón –lo he repetido aquí– de que la sexualidad es una función absolutamente normal y necesaria del organismo, y que pretender elevarla al nivel de pecado o de violación extrema de una norma es, a todas luces, algo antinatural.

Es que es inconcebible que, incluso, la masturbación sea considerada una violación de dicho celibato en esos espacios y se pase por alto que el gusto por el sexo no está motivado por principios pecaminosos, sino por acción de unas hormonas que, como la testosterona, no se inhiben con la oración o la voluntad. Y no se trata, en modo alguno, de llevar la contraria a preceptos tan arraigados, sino más bien de solidarizarme con todos esos hombres (muchos de ellos jóvenes) que tienen que pelear contra el deseo en una batalla cotidiana en la que la conciencia, los ejercicios mentales como la meditación y demás pueden resultar insuficientes para mantenerse ciegos, ajenos y distantes en un mundo erotizado.

El problema es que forzar a los curas a reprimir sus deseos o esconder su comportamiento sexual termina causando perjuicios peores, que se transforman en escándalos que actúan contra la misma institución.

De ahí que una apertura como la del padre Linero, además de valiente y coherente con su condición humana, sea una reacción si se quiere biológica, que no tiene por qué cuestionarse.

Y aunque algunos consideran que el celibato puede ser una forma de vida, me atrevo a creer que estos son la excepción y no dejo de considerar que si los religiosos tuvieran la opción de escoger la vida sexual que quieren llevar con tranquilidad, podrían ofrecerle a su Iglesia mucho más de lo que pueden otorgar en medio de tanta prohibición.

No queda más que solidarizarme con el padre Linero y desearle que en su nueva vida pueda recuperar parte del tiempo de alcoba que el ‘clergyman’ le impidió disfrutar.
Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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