La amabilidad como acto revolucionario: cuando el alma decide liderar al mundo

 


¿En qué momento nos acostumbramos tanto a la dureza, a la prisa y al juicio, que la amabilidad comenzó a parecer un gesto extraordinario en vez de algo natural? A veces me sorprendo observando el rostro de las personas en la calle, en una oficina, en una fila de banco o incluso en una reunión empresarial, y noto una tensión silenciosa, un cansancio acumulado que no siempre se explica por el trabajo, el dinero o el tiempo… sino por la falta de calidez, por la ausencia de gestos sutiles que nos recuerden que seguimos siendo humanos.

Desde muy niño entendí que la vida no era sencilla. Crecí viendo a mi familia luchar con dignidad, trabajar con honor, levantarse temprano y acostarse tarde. Aprendí que el dinero se gana con sacrificio, pero también comprendí algo aún más poderoso: se puede ser pobre de recursos, pero nunca de espíritu. Y fue ahí, entre calles humildes, entre palabras de aliento y miradas sinceras, donde entendí que la amabilidad no era debilidad, era fortaleza. Era una decisión diaria.

Mucho más adelante, cuando me convertí en ingeniero de sistemas, administrador de empresas y finalmente en fundador de Todo En Uno.Net, comencé a entender que el mundo corporativo también necesitaba, con urgencia, volver a la esencia humana. Empresas enteras podían colapsar por falta de amor propio, de respeto, de reconocimiento. Equipos técnicamente brillantes eran destruidos por la arrogancia de un líder o por la indiferencia de un compañero. Entonces confirmé lo que siempre había sentido: la amabilidad no es un complemento… es una estrategia superior de vida y de liderazgo.

He visto empleados desmotivados transformarse cuando alguien simplemente les dice: “Gracias por tu esfuerzo”. He visto clientes volver no por un precio, sino por un trato humano. He visto familias reconstruirse cuando uno de sus miembros decide hablar con ternura en vez de imponer. La amabilidad tiene un poder invisible que la tecnología aún no logra medir, pero que el alma reconoce de inmediato.

Muchas personas me han dicho: “Julio, el mundo está duro, hay que ponerse fuerte”. Y yo siempre sonrío, porque han confundido fortaleza con dureza. La verdadera fuerza está en la suavidad consciente, en la palabra que no hiere, en el gesto que cuida, en la paciencia que escucha, en la comprensión que abraza.

Desde la mirada del Eneagrama, he aprendido que la amabilidad es una expresión elevada de aquellos que han trascendido sus miedos básicos. Cada eneatipo, cada personalidad, tiene una forma distinta de manifestarla, pero todos llegan al mismo punto: cuando sanas tu interior, empiezas a tratar distinto al exterior. Cuando reconoces tus sombras, puedes abrazar las de los demás sin juzgar. Ese es el verdadero crecimiento espiritual.

Mi camino de vida, que la numerología reconoce como un Camino de Vida 3, me ha enseñado que vine a esta existencia a comunicar, a crear, a inspirar, pero también a aprender a equilibrar la emoción con la disciplina, la expresión con la escucha. El 3 vibra con la alegría, con la palabra, con la creatividad, pero también corre el riesgo de caer en la dispersión o la superficialidad si no entiende la profundidad del corazón. Por eso, cada acto de amabilidad que elijo es también una forma de alinearme con mi propósito, de honrar mi número, de cumplir mi misión.

En el mundo de la tecnología, por ejemplo, muchos creen que la inteligencia artificial viene a sustituir al ser humano. Yo la veo como un espejo que nos obliga a ser todavía más humanos. Puede procesar millones de datos en segundos, pero no puede tomar la mano de alguien que sufre, no puede sentir la ternura de una lágrima sincera, no puede vibrar con la gratitud de un abrazo. Por eso insisto tanto en que el futuro no será de los más inteligentes en términos técnicos, sino de los más conscientes… de los más amables.

En mis asesorías, en mis mentorías, en mis espacios de formación, siempre invito a las personas a hacer un ejercicio: recordar la última vez que fueron genuinamente amables sin esperar nada a cambio. La mayoría guarda silencio. Algunos sonríen con nostalgia. Otros lloran. Porque en el fondo todos sabemos que hemos perdido algo en el camino de la productividad, de la competencia, de las metas económicas mal entendidas. Hemos olvidado que el propósito real es amar y servir, cada uno desde su trinchera.

La cultura latinoamericana, a pesar de sus heridas, conserva un tesoro invaluable: la calidez humana. Aún sabemos sonreír, invitar un café, abrir una puerta, preguntar cómo estás y realmente querer saber la respuesta. Eso me conecta profundamente con mis raíces colombianas, con la esencia de mi tierra, con la sabiduría de mis ancestros que entendían que la vida es un acto comunitario, no una carrera individual.

He acompañado procesos de transformación empresarial donde el verdadero cambio no sucedió al implementar un nuevo software, sino cuando los líderes aprendieron a pedir perdón, a reconocer errores, a mirar con compasión a su equipo. He visto empresas salvarse cuando la amabilidad volvió a entrar por la puerta principal.

Por eso, cuando leo sobre prácticas para ser más amables, no las veo como simples consejos. Las veo como recordatorios del alma. Como campanas que nos llaman de vuelta a casa. Porque cada gesto de amabilidad es una pequeña revolución silenciosa. Es un acto de resistencia frente al odio, al ego desmedido, a la indiferencia. Es una forma de decirle al mundo: yo elijo amar, incluso cuando me han herido.

La amabilidad también es una forma avanzada de inteligencia emocional. No se trata de reprimir lo que sentimos, sino de elegir cómo lo expresamos. Yo también he sentido rabia, frustración, decepción. He querido gritar, reclamar, huir. Pero fue en esos momentos donde recordé que mi reacción definía mi evolución. La amabilidad no me quitó el dolor, pero me evitó el arrepentimiento.

Y en el plano espiritual, la amabilidad es una manifestación directa de Dios, del Universo, de la Fuente, de ese amor superior en el que creo profundamente. Cuando eres amable, estás alineado con la vibración más alta. Cuando decides no herir, no juzgar, no devolver mal por mal, estás limpiando tu karma, estás sanando generaciones enteras de dolor reprimido.

Con los años comprendí que la amabilidad también empieza con uno mismo. No puedes dar lo que no tienes. No puedes abrazar si te rechazas. No puedes comprender si te castigas. Por eso invito a cada persona que lee estas palabras a preguntarse: ¿cómo me hablo cuando estoy solo?, ¿soy amable conmigo?, ¿me trato con respeto, con paciencia, con ternura? Ahí inicia la verdadera transformación.

He escrito miles de páginas, he fundado empresas, he acompañado líderes, he atravesado tormentas, he visto partir seres amados, he renacido de mis propias cenizas… y si hoy tuviera que resumir el aprendizaje más importante de mi vida en una sola palabra sería esta: amabilidad.

Porque la amabilidad abre puertas invisibles, suaviza caminos imposibles, sana heridas antiguas y construye futuros más humanos. No requiere títulos, ni dinero, ni estatus. Solo requiere conciencia y corazón.

Si cada persona decidiera ser un poco más amable mañana, el mundo entero cambiaría en una sola noche.

No lo dudo. Lo sé.

Y lo creo con toda mi alma.

Hoy no te invito a comprar nada. Te invito a elegir algo más poderoso: la amabilidad. Si sientes que este mensaje ha tocado tu corazón y deseas profundizar en tu proceso de transformación personal o empresarial desde un enfoque consciente y humano, puedes agendar una charla conmigo aquí:

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Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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