Creer, crear y perseverar: la lección espiritual y empresarial que Walt Disney vino a recordarnos



¿En qué momento dejamos de creer en lo imposible como algo alcanzable y lo comenzamos a ver solo como una fantasía reservada para los soñadores? Esa pregunta ha acompañado mis madrugadas durante años, mientras el mundo aún duerme y yo, en silencio, vuelvo una y otra vez al origen de las ideas que transformaron la historia. Y una de esas ideas, aparentemente infantil pero profundamente revolucionaria, tiene nombre propio: Walt Disney. No como marca, no como corporación, no como símbolo comercial, sino como un hombre que se atrevió a imaginar un mundo distinto cuando todo, absolutamente todo, parecía decirle que no podía.

Muchos ven en Disney un imperio de entretenimiento. Yo veo en su historia algo mucho más profundo, humano, espiritual y revelador: veo a un alma que comprendió que la creatividad no es un lujo, sino un canal sagrado para manifestar propósito. Veo a un hombre que fue despedido por “falta de imaginación” y que, en vez de creer esa mentira, decidió demostrarse a sí mismo que el mundo necesitaba justamente lo que él tenía para entregar. Lo rechazaron banqueros, lo traicionaron socios, lo condenó la pobreza, lo humilló el fracaso. Y sin embargo, ahí, en medio de la nada, eligió creer.

Esa palabra —creer— no es una palabra cualquiera. Es un acto interno, una firma invisible que conecta al alma con la materia. Creer fue lo que me permitió, en 1988, empezar este camino sin recursos, sin contactos influyentes, sin garantías más allá de lo que mi intuición, mi fe y mi vocación me susurraban. Creer fue lo que hizo que en 1995 naciera TODO EN UNO.NET cuando casi nadie hablaba de internet en Colombia, cuando hablar de digitalización era cosa de películas futuristas, cuando la tecnología parecía privilegio de otros países y de otras personas que no se parecían en nada a mí.

Walt Disney me enseñó, aún sin saberlo, que la visión real no depende del entorno, sino de la coherencia interior. Él no creó Mickey Mouse como un producto: lo creó como una extensión de su espíritu, una respuesta al dolor, a las pérdidas, a la inestabilidad. Así también he comprendido que cada proyecto que nace con alma termina encontrando su camino, incluso cuando el mundo lo considera absurdo, ilógico o prematuro.

Desde la mirada del Eneagrama, veo en Disney rasgos profundos de un creador consciente, de un arquetipo que vive entre la sensibilidad del soñador y la determinación del reformador. Y si lo observo desde la numerología, puedo sentir en él la vibración del Camino de Vida 3: creatividad, expresión, comunicación, expansión, arte, inspiración. Es el mismo camino que atraviesa mi vida y mi obra, porque el 3 no solo habla de creatividad: habla de sanar a través de la expresión, de iluminar a través del mensaje, de transformar a través de la visión.

La diferencia entre quienes logran materializar sus sueños y quienes se quedan en la nostalgia de lo que pudieron ser no está en el talento, ni en el dinero, ni en la suerte. Está en la persistencia consciente. Disney fue derrumbado varias veces, pero jamás derrotado. Comprendió, como lo entendí yo muchas noches en vela, que fracasar no es caer, sino dejar de creer.

En cada empresa que he acompañado, en cada líder que he mentoreado, en cada ser humano que ha llegado con la mirada rota por el miedo o el desencanto, hay una constante: han olvidado su capacidad de imaginar. El sistema nos entrenó para ser funcionales, pero no creativos; productivos, pero no conscientes; eficientes, pero desconectados de nuestro propósito. Por eso, cuando hablo hoy de inteligencia artificial, no la presento como una máquina que reemplaza, sino como una herramienta que nos obliga a recordar quiénes somos, qué nos hace humanos, qué ninguna tecnología puede replicar: el alma, la palabra, la idea, la intención.

Walt Disney murió antes de que muchos de sus sueños más grandes se hicieran realidad. Pero eso no significa que fracasó; al contrario, significa que sembró tan profundo que otros continuarían su obra. Esa es la verdadera trascendencia: crear algo que nos sobrevive. Yo he aprendido que no todos los frutos de nuestra visión los veremos en vida, pero aun así debemos sembrar con excelencia, con fe, con coherencia y con amor.

En mis más de treinta años de camino, he caminado con empresarios que querían crecer, pero no querían transformarse; con organizaciones que deseaban innovar, pero se aferraban al pasado; con personas que decían querer libertad, pero tenían miedo de mirar hacia adentro. Y siempre he repetido lo mismo, inspirado en historias como la de Disney: no se trata del terreno, se trata de la semilla. No se trata del mercado, se trata de la conciencia. No se trata del mundo, se trata de lo que decides creer en ti.

Cada blog que escribo, cada asesoría, cada charla, es una forma de recordarle al mundo que aún es posible soñar con los pies bien puestos en la tierra. Que la espiritualidad no está separada de la empresa, sino que es su verdadero motor. Que la tecnología, cuando no se conecta con el ser, se convierte en ruido. Pero cuando se armoniza con la conciencia, se vuelve milagro.

Y mientras contemplo hoy el legado de Walt Disney, no veo castillos ni parques temáticos: veo la materialización de una fe indestructible, la prueba viviente de que un ser humano alineado con su propósito puede cambiar la historia de millones de personas sin necesidad de discursos políticos ni ejércitos, solo a través de la imaginación consciente.

Eso es liderazgo real. Eso es emprendimiento verdadero. Eso es espiritualidad aplicada a la vida cotidiana. Y eso es lo que hoy necesita el mundo con urgencia: menos miedo, más visión; menos obediencia ciega, más coherencia interna; menos ruido externo, más escucha profunda.

Si Disney nos enseñó algo que no aparece en los libros de marketing, es que cuando una idea nace en el alma, el universo entero conspira para darle forma, aunque el camino esté lleno de pruebas, de rechazo, de dudas y de noches oscuras.

Y aquí estoy, después de más de tres décadas, aún creyendo. Aún soñando. Aún construyendo. Aún guiando. Porque entendí algo que hoy te comparto con total honestidad: no se trata de ser famoso, rico o reconocido. Se trata de ser fiel a lo que viniste a ser.

Y cuando eres fiel… el resto llega.

Si este mensaje despertó algo dentro de ti, no lo ignores. Las ideas que tocan el alma son semillas pidiendo acción. Te invito a dar un pequeño, pero poderoso paso: agenda una charla conmigo, comparte tu inquietud o simplemente únete a una comunidad donde soñar en voz alta aún es permitido. Tal vez hoy sea el día en que decidas volver a creer en ti.

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Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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