Cuando el alma pide ser vista: la verdad detrás de fingir un embarazo


Hay preguntas que no buscan una respuesta, sino un espejo. Y una de esas preguntas incómodas, humanas y profundamente reveladoras es esta: ¿qué hay en el corazón de alguien que decide fingir un embarazo? Cuando leí la noticia en El Tiempo —una historia que parece improbable, pero que se repite una y otra vez en diferentes rincones del mundo— no pude evitar volver a lo esencial: la necesidad humana de ser vista, reconocida y valorada. He aprendido, desde 1988, acompañando líderes, familias, empresas y procesos humanos, que todo síntoma es un mensaje; todo exceso es un intento desesperado de cubrir una carencia y toda máscara, por más absurda que parezca, nace del miedo profundo a no ser suficiente. Y ese es el verdadero centro de este tema.

Durante años me he movido entre sistemas —los digitales y los humanos— y he descubierto que ambos tienen algo en común: cuando un sistema no es atendido, se fragmenta. Cuando una persona no recibe contención emocional, su yo interno busca crear un “parche”, una ilusión, una narrativa que le permita sostenerse un poco más. Fingir un embarazo no es un acto de maldad; es un grito silencioso que nadie escuchó a tiempo. Es la manifestación visible de una fractura invisible.

En psicología evolutiva y neuropsicología se habla mucho de las “necesidades de apego” y de cómo el ser humano crea identidades falsas cuando el dolor no puede ser nombrado. Es el mismo fenómeno que vemos en pacientes que inventan logros, estudios, romances o tragedias. No es una mentira, es una defensa. Y como muchas defensas, puede escapar de control. Las mujeres que han fingido embarazos —según diversos estudios clínicos y casos en consulta— suelen haber vivido pérdidas profundas, devaluación afectiva, abandono o una desconexión tan grande de sí mismas que necesitan construir una historia donde se sientan importantes, necesitadas o finalmente amadas.

Colombia no es ajena a esto. Crecemos en una cultura que romanticiza la maternidad como confirmación de valor. “Ahora sí será feliz.” “Ahora sí la van a querer.” “Ahora sí tiene un propósito.” Y cuando ese mensaje se graba en el subconsciente, muchas mujeres sienten que solo siendo madres recibirán el afecto o el lugar que siempre les fue negado. Fingir un embarazo se convierte, entonces, en una narrativa simbólica del deseo reprimido de ser reconocidas. No es un engaño, es una herida.

Y aquí conecto con algo que he visto a nivel empresarial. Líderes que inflan números, empresas que venden una imagen que no tienen, personas que sobredimensionan su rol. Detrás de todo eso hay el mismo patrón psicológico: el miedo a no ser suficientes. El Eneagrama lo explicaría como la distorsión del tipo 3 —la imagen, el desempeño, la validación— pero también como la herida del tipo 4 —la sensación de estar roto, diferente, insuficiente— o del tipo 2 —el deseo desesperado de ser necesitado para sentir valor. Desde mi camino de vida 3, he aprendido cuánto pesa ese impulso interno por demostrar, por ser visto, por justificar nuestra existencia a través de logros o roles.

Por eso este fenómeno es mucho más grande que un caso de prensa. Es un espejo. Y los espejos siempre incomodan.

En mis procesos con emprendedores, líderes y familias empresarias, he visto cómo operan estas identidades ficticias. He acompañado personas que se “inventaron” un cargo para sentir pertenencia, empresarios que decían que tenían 50 empleados cuando solo eran dos, jóvenes que simulaban tener proyectos gigantes porque temían el juicio de sus padres. Y cuando uno va al fondo, siempre encuentra lo mismo: una necesidad afectiva no resuelta. Una historia que no se cerró. Un alma tratando de decir “mírame”.

Fingir un embarazo puede parecer extremo, pero no lo es tanto cuando entendemos que el ser humano prefiere crear una realidad paralela antes que enfrentar el vacío interno. Ese vacío del que no se habla, el que intentamos llenar con responsabilidades, con trabajo, con relaciones forzadas, con consumo o con apariencias. La diferencia es que algunos vacíos se quedan en silencio, y otros, como este, buscan la forma más simbólica posible de expresarse. Un embarazo falso es, en esencia, la representación de un nacimiento emocional que nunca ocurrió: la validación, la acogida, el amor propio.

Desde la neuropsicología, fingir un embarazo está asociado a mecanismos de disociación, idealización, necesidad de control y una búsqueda inconsciente de restaurar una pérdida. Muchas mujeres que lo han vivido arrastran duelos no resueltos, infertilidad no procesada, traumas infantiles o la sensación de que nunca lograron ese reconocimiento materno o familiar que su desarrollo emocional necesitaba. Lo he visto en consulta, en talleres, en sesiones privadas y en silencios que dicen más que las palabras.

Pero este blog no es sobre ellas. Es sobre nosotros.

Porque todos, en algún nivel, fingimos algo. Fingimos fortaleza cuando estamos rotos. Fingimos estabilidad financiera cuando estamos luchando. Fingimos que no nos duele lo que sí nos duele. Fingimos ser productivos cuando estamos agotados por dentro. Fingimos incluso espiritualidad cuando en realidad estamos pidiendo a gritos un descanso del alma. Y ese es el verdadero aprendizaje de este tema: reconocer que las máscaras humanas no nacen del engaño, sino del miedo.

Y ahí es donde entra la espiritualidad, no como religión, sino como conciencia. Cuando uno empieza a conectar consigo mismo —a través de la meditación, la oración, el silencio, la respiración, el journaling, la numerología, el Eneagrama o incluso el análisis reflexivo desde la IA que hoy nos permite ver patrones que antes pasaban desapercibidos— uno comprende que el dolor escondido siempre encuentra una forma de salir. La pregunta no es si saldrá, sino cómo queremos que salga.

He aprendido, a fuerza de años y de errores, que el alma pide ser escuchada mucho antes de pedir ayuda. Y cuando uno no la escucha, ella grita. A veces en una relación, a veces en una decisión impulsiva, a veces en comportamientos extraños, y a veces en actos que nos alejan de quienes amamos. Por eso, cuando veo estos casos de mujeres que fingen embarazos, no veo “engaño”. Veo dolor. Veo ausencia de redes de apoyo. Veo un país donde seguimos educando desde la presión y no desde la presencia. Veo heridas transgeneracionales que nadie ha querido mirar. Veo niñas interiores pidiendo un abrazo que nunca llegó.

Y aunque muchos lo interpretan como manipulación, la mayoría de estos casos esconden sufrimiento emocional no atendido. Es como cuando un niño se inventa historias para llamar la atención. No está mintiendo; está diciendo: “por favor mírenme, estoy aquí”. Los adultos hacemos lo mismo, solo que cambiamos los cuentos por narrativas más complejas.

El embarazo falso es, en el fondo, un símbolo. Un símbolo de creación, de esperanza, de valoración. Es un intento simbólico del inconsciente por parir una identidad que la persona siente que no puede construir de otra forma. Y si bien no justifica la conducta, sí nos invita a mirar con compasión. Porque cuando comprendemos, dejamos de juzgar.

Hoy quiero cerrar con una reflexión más profunda, nacida de lo que he visto en mi vida personal, espiritual y empresarial: todos, sin excepción, tenemos un territorio interno que pide ser sanado. Y mientras no lo hagamos, construiremos personajes para sobrevivir. Algunos roles serán inofensivos; otros pueden romper relaciones. Pero el acto más poderoso de libertad que un ser humano puede hacer es este: mirarse sin disfraz. Reconocer su herida sin vergüenza. Y permitirse nacer de nuevo, no desde un embarazo falso, sino desde una identidad verdadera.

Que este tema nos recuerde algo esencial: detrás de cada máscara hay un corazón que clama por autenticidad. Detrás de cada historia increíble hay una necesidad legítima de amor. Y detrás de cada comportamiento extraño hay un ser humano intentando sentirse suficiente.

Si este blog te movió algo por dentro, honra eso. Tal vez sea tu alma recordándote que también merece ser escuchada.

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Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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