¿Cuántas veces has sentido que amar duele —y al mismo tiempo sabes que vale la pena? Esta pregunta me la hice hace ya muchos años, como ingeniero de sistemas, administrador de empresas y, sobre todo, como alguien que ha acompañado a líderes, emprendedores y seres humanos en su camino interno. Desde el arquetipo del Maestro Reformador Humanista, invito a que miremos juntos ese territorio donde el amor se encuentra con el dolor, y descubramos por qué sostenerlo no es un acto de masoquismo, sino un signo de transformación profunda.
Cuando leí la reflexión de Píldoras del Alma titulada “¿Por qué amar puede doler… y aun así valer la pena?” resonó una verdad esencial: amar no es simplemente un impulso emocional, sino una decisión que tiene que ver con servicio, fidelidad y entrega incluso cuando duele. Y eso, para mí, conecta con lo que he vivido en mis tres décadas de acompañamiento empresarial, espiritual y humano.
Hace unos años, en una de mis empresas de consultoría (parte de la historia de Todo En Uno.NET), trabajábamos con un equipo de jóvenes emprendedoras que creían que el amor en sus relaciones personales podía separarse completamente de su vida profesional, de su liderazgo, de su servicio. Me propuse mostrarles que el amor genuino se manifiesta allí donde la coherencia entre lo interno y lo externo ocurre. Les compartí que en mi propio recorrido, la numerología me indica camino de vida 3 —el del comunicador, el inspirador, el transformador— y que, en la práctica, amar también me ha enseñado que no basta con querer, sino con sostener. Amar duele cuando el ego o el temor se interponen; amar vale la pena cuando lo integramos con conciencia, cuando vemos lo invisible y lo llevamos al hacer real.
El dolor que a veces acompaña al amor proviene de dos verdades que no siempre queremos ver. Primero, que amar implica vulnerabilidad: abrirnos, exponernos, permitirnos sentir desde el centro de nuestra humanidad. En mi propio matrimonio —y sí, comparto desde la experiencia— hay momentos en que el orgullo, el cansancio, la incomprensión, amenazan con apagar la llama. Pero fue justamente allí donde aprendí que el verdadero “sí” de amar no es solo el gozo, sino también la resistencia, el levantarse tras la caída, el perdón que no minimiza sino fortalece. Porque como dice la reflexión: «El amor real no se mide por lo que decimos, sino por nuestra capacidad de servir, perdonar y mantenernos fieles incluso cuando duele».
La segunda verdad es que amar con sentido implica transcendencia. En mis talleres sobre liderazgo, donde combino inteligencia emocional, el enfoque del eneagrama y tecnologías emergentes —como la inteligencia artificial desde una visión ética y consciente— explico que los vínculos que construimos son ecosistemas de crecimiento, no solo escenarios de comodidad. Entonces, el dolor surge cuando alguien ama sin querer crecer, sin querer evolucionar, sin querer integrar. Y acapara energía, tiempo y vida. Pero cuando transformamos el dolor en maestro, ese dolor nos dice: “Aquí hay algo que sanar”, “aquí hay algo que alinear”, “aquí está una puerta hacia la auténtica unión”.
Culturalmente en Colombia —y en Latinoamérica en general— solemos asociar el amor solo con la dicha, el romance, la exaltación. Pero esta reflexión de Píldoras del Alma nos recuerda que el amor verdadero es más radical: es servicial, es entregado, es fidelidad en lo cotidiano, incluso cuando lo extraordinario parece lejano. Y desde mi vocación de mentor, digo que este tipo de amor tiene un impacto claro en lo laboral, en lo empresarial, en lo que construimos con otros. Porque ¿cuál es el alma de una empresa sino el amor al servicio, la entrega, la coherencia, la responsabilidad compartida? Así, cada proyecto, cada cliente, cada equipo, se vuelve una extensión de esa decisión profunda.
Recuerdo un caso real de una empresa tecnológica que asesoré hace algunos años en Manizales: el fundador era brillante, innovador, pero le costaba amar su equipo. Exigía resultados, pero no cultivaba el vínculo humano. El equipo empezó a marchitarse. Luego, decidimos juntos crear espacios donde el “amor” (entendido como respeto, acompañamiento, mirada humana) se integrara con la automatización, la facturación electrónica y los procesos. No fue fácil. Hubo fricciones, hubo dolor. Pero al cabo de un año, la cultura cambió: el equipo se sintió valorado, la productividad subió y la empresa empezó a crecer con alma. Fue el amor que duele al principio, por desaprender viejas fórmulas, pero que vale la pena al final.
Cuando integramos la inteligencia emocional (que enseño a mis mentees) con la espiritualidad (que cultivo desde hace décadas) y la tecnología (mi formación como ingeniero de sistemas) —vemos que el amor verdadero actúa como un software que actualiza nuestra versión interna. Nos permite borrar viejos bugs: el ego, la indiferencia, la desconexión. Nos instala nuevos módulos: presencia, empatía, servicio, transformación. Y en lo empresarial, estas actualizaciones son decisivas: una empresa sin alma ama poco, y al amar poco, su impacto es limitado.
Hoy, te invito a que revises tus vínculos, esos que te llenan y los que te vacían. Que preguntes: ¿Estoy amando con comodidad o con compromiso? ¿Estoy dispuesto a servir, aunque duela? ¿Estoy cultivando mi camino de vida 3 con coherencia, expresando al mundo lo que he venido a comunicar, a transformar? Porque amar puede doler, sí. Pero duele menos cuando lo hacemos con conciencia, y vale muchísimo más cuando lo hacemos desde lo que somos, desde lo que damos, desde lo que podemos entregar.
Quiero que pienses en tres preguntas mientras cierras este texto conmigo: ¿Qué estoy dispuesto a amar hoy? ¿Qué estoy dispuesto a soltar para amar mejor? ¿Cuál es el servicio humano, tecnológico o empresarial que mi amor activa? Si te respondes con honestidad, empezará un nuevo recorrido: uno donde el dolor ya no es señal de derrota sino de evolución.
Permíteme cerrar con una reflexión que llevo como mantra en los procesos de consultoría, de mentoría, de vida: cuando amas desde la coherencia entre quienes eres, lo que haces y lo que das, incluso el dolor se vuelve plataforma de crecimiento. Y ahí descubres que valía la pena. Así como muchas veces construir una empresa requiere noches de insomnio, pasión, errores y aprendizajes… amar también. Y es en ese amar consciente donde el alma de la empresa, del vínculo, del proyecto, encuentra su razón de ser.
Te dejo esta invitación: si estás listo para alinear tu vida, tu empresa, tu servicio con ese amor que duele y que vale la pena, hagamos una conversación. Agenda una charla conmigo aquí
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