¿Cuántas veces hemos sido Vicente? Ese personaje que aparenta controlarlo todo, que vive apagando incendios, dando órdenes, sacando adelante su empresa a punta de fuerza de voluntad… pero que por dentro se va desmoronando lentamente. No porque no tenga la capacidad técnica, ni porque no tenga las ganas, sino porque ha olvidado la razón profunda por la cual comenzó este viaje. Porque ha confundido liderazgo con control, y resultado con sentido.
He conocido a muchos “Vicentes” a lo largo de mi camino. De hecho, yo también lo fui. Durante años creí que ser un buen líder era estar en todas partes, supervisarlo todo, decidirlo todo, trabajar más que todos. El cansancio, las frustraciones y las soledades no eran más que parte del precio a pagar por sacar adelante un proyecto. Hasta que un día, como suele pasar, la vida —con su infinita sabiduría— te muestra que ese modelo se agota. Que no basta con hacer. Hay que SER. Y que liderar no es acumular tareas, sino inspirar vidas.
Ese quiebre me llevó a cuestionarlo todo: mi estilo de dirección, mis relaciones con los equipos, mi forma de emprender. Y me llevó a reconocer, con humildad, que no se trata de imponer sino de escuchar. No se trata de correr, sino de caminar con propósito. No se trata de lograr más, sino de construir mejor.
En ese proceso apareció el Eneagrama, una herramienta que transformó mi manera de verme y de ver a los otros. Descubrí que yo, como Camino de Vida 3, había caído en la trampa de la eficiencia vacía. De parecer exitoso, sin preguntarme si ese éxito era auténtico. De esforzarme por ser admirado, sin estar en paz conmigo mismo. Y fue allí donde comenzó mi verdadera transformación como líder. Empecé a integrar la inteligencia emocional, la espiritualidad, y sí, también la tecnología… pero desde un lugar distinto: desde la consciencia.
Hoy, cuando acompaño a líderes y empresarios, no les hablo desde un pedestal. Les hablo desde las cicatrices. Desde los errores convertidos en aprendizajes. Desde la experiencia vivida. Porque en este tiempo en el que tantos buscan fórmulas mágicas, lo que realmente necesitamos es reconectar con lo esencial: el propósito, la humildad, la empatía y la escucha.
Vicente representa ese modelo agotado de liderazgo del que tanto hablamos pero que aún persiste: el jefe fósil, el gerente que grita, el empresario que cree que la cultura es un PowerPoint, y no una experiencia viva. Nos hemos creído el cuento de que hay que ser duros para ser respetados, cuando en realidad el respeto genuino nace de la coherencia. De la capacidad de mirar a los ojos a un equipo y decirles: "No lo sé todo, pero estoy dispuesto a construirlo con ustedes".
Ese nuevo liderazgo no es blando ni permisivo. Es profundo. Exige valentía para confrontarse, para derrumbar viejas máscaras, para renunciar al ego que quiere tener siempre la razón. Exige voluntad para reaprender, para abrirse a nuevas formas, incluso si eso significa integrar la inteligencia artificial al servicio del bienestar humano. Porque no hay contradicción entre la tecnología y la espiritualidad, si se usan con conciencia.
En culturas empresariales maduras, los líderes son sembradores de confianza. Son mentores, no supervisores. Son puentes, no barreras. Son personas que han aprendido a conocerse lo suficiente como para no tener que demostrarlo todo el tiempo. Que han aprendido a detenerse, a contemplar, a cuidar. Que saben que una empresa no se construye solo con indicadores, sino con historias, vínculos y sentido compartido.
¿Y qué pasa con Vicente? A veces, el Vicente que fuimos regresa a visitarnos. En momentos de estrés, de incertidumbre, de presión. Y está bien. Lo importante es no volver a instalarlo como jefe interno. Hoy, cada vez que siento que el hombre orquesta quiere reaparecer, respiro. Miro hacia adentro. Recuerdo que liderar es un acto de amor. Y que nadie puede amar a otros si no ha aprendido primero a amarse a sí mismo.
A ti que estás leyendo esto y lideras un equipo, un proyecto, una familia o tu propia vida: no estás solo. Estamos en una época que nos invita a evolucionar, no solo a crecer. A liderar desde el alma, no desde el ego. A comprender que cada desafío es una oportunidad para mirar más profundo y elegir de nuevo.
Porque al final, lo que transforma no es lo que hacemos, sino desde dónde lo hacemos. Y cuando el liderazgo se convierte en una expresión del ser, entonces el impacto ya no se mide solo en resultados, sino en vidas tocadas.
Si sientes que estás en un punto de inflexión como líder, o si reconoces en ti al Vicente que ha sostenido todo a pulso pero quiere una forma distinta de construir, te invito a conversar. No para darte respuestas, sino para acompañarte a encontrarlas desde tu verdad. Puedes agendar una charla personal conmigo desde este enlace: https://outlook.office365.com/owa/calendar/CONSULTORIASJulioCesarMorenoDuque@todoenuno.net.co/bookings/ o escribirme directamente.
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Con respeto, verdad y corazón,
Julio César Moreno Duque
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