¿Qué es lo que realmente nos mueve? ¿El aroma de lo que deseamos o el vacío de lo que tememos? ¿Es el perfume que usamos o la historia que contamos con él? ¿Es el orgasmo el clímax o el espejo? ¿Es lo sensual lo que nos excita… o lo que nos revela?
Preguntas incómodas. Preguntas que evadimos en nombre de lo “profesional”, de lo “serio”, de lo “correcto”. Y sin embargo, son esas mismas preguntas las que sostienen el corazón de la autenticidad humana, empresarial, espiritual y emocional. Porque cuando no las hacemos, construimos empresas sin alma, relaciones sin piel, marcas sin voz. Y líderes que huelen a poder, pero que no saben a nada.
Hace unos días, leí un artículo que me estremeció: “Un perfume y un orgasmo” de Néstor Santos. No por lo provocador del título, sino por la verdad que esconde entre líneas: somos lo que no decimos, lo que no tocamos, lo que no permitimos sentir. Y es allí, en esa represión disfrazada de eficiencia, donde se pierde lo mejor del ser humano: su capacidad de resonar.
Porque sí, he conocido empresarios impecables en sus procesos, con balances perfectos, con manuales de procedimiento detallados… pero incapaces de mirarse al espejo y decirse: “Esto que estoy construyendo… ¿me representa?”. Y he conocido líderes que no tienen títulos, pero sí presencia. Que no tienen perfume caro, pero sí aroma de coherencia. Que no buscan orgasmos momentáneos, sino fusiones de alma. Que no se venden, porque se habitan.
Un perfume no es solo un aroma. Es una declaración silenciosa. Es la forma en que decides entrar a un lugar y dejar huella sin palabras. Y un orgasmo no es solo un placer. Es un umbral. Un instante donde el cuerpo, la emoción y la conciencia se alinean y nos recuerdan que estamos vivos. Que sentir también es estrategia. Que vibrar también es visión.
Y eso, créeme, también aplica en los negocios.
Desde 1988 he acompañado líderes y empresas en todo tipo de procesos: fusiones, crisis, expansiones, automatizaciones. Y siempre, en el fondo de cada transformación, lo que hacía falta no era más software. Era más alma. Era más permiso para sentir. Era más autenticidad para vivir lo empresarial desde lo humano. Para no tener que escoger entre eficiencia y sensibilidad.
He visto empresas quebrar porque se olvidaron del deseo. Porque dejaron de preguntarse qué los encendía de verdad. Y he visto otras renacer porque se atrevieron a cambiar de aroma, de estilo, de piel. Porque comprendieron que el cliente no compra solo productos, sino emociones. Que la gente no sigue ideas, sigue vibraciones. Y que la vibración más poderosa es la que viene de la coherencia.
Como cuando una marca decide dejar de parecer y comienza a ser. Como cuando un líder se baja del pedestal y se atreve a decir: “Tengo miedo, pero aquí estoy”. Como cuando una pareja deja de fingir y vuelve a mirarse con el hambre de los inicios. Como cuando tú, que estás leyendo esto, decides que tu historia ya no puede seguir oliendo a lo que otros esperan, sino a lo que tú eres de verdad.
Eso es transformación.
Y sí, también pasa por el cuerpo. Por el sentido. Por lo sensual. Por lo simbólico. Porque la energía sexual no es solo para el placer, sino para la creación. Es la misma que usamos para emprender, para innovar, para liderar. Cuando está bloqueada, nos volvemos máquinas. Cuando fluye, somos fuego.
¿Has sentido alguna vez esa chispa cuando se te ocurre una idea brillante? ¿Esa euforia cuando conectas con un cliente y sabes que es más que una venta? ¿Ese gozo cuando tu equipo fluye como una danza? Eso es un orgasmo creativo. Eso es liderazgo consciente. Eso es espiritualidad encarnada.
En mi camino, aprendí que no hay que dividir la vida en compartimentos. Que lo erótico también es ético. Que lo empresarial también puede ser sensual. Que lo espiritual no es abstinencia, es conciencia. Y que cada cosa que hacemos, incluso una publicación en LinkedIn, lleva implícita una vibración. Huele a algo. Despierta algo. Y por eso hay que hacerlo desde la verdad.
Porque si no te huele a ti, si no te enciende por dentro, entonces no es tuyo.
La vida no necesita más máscaras. Necesita más piel. Y los negocios no necesitan más promesas vacías. Necesitan más verdad vibrante. Necesitan más líderes que huelan a sí mismos. Que no estén buscando un orgasmo efímero de validación, sino una relación duradera con su propósito.
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