La evaluación que no transforma: una herencia que debemos soltar


¿Y si lo que llamamos evaluación de desempeño estuviera más cerca del control que del crecimiento? Esta pregunta, que podría parecer provocadora, es la que me ha acompañado en cada conversación que tengo con empresarios, colaboradores, consultores y seres humanos que, tras años de trabajo, siguen sintiéndose más medidos que valorados, más juzgados que reconocidos.

He sido parte de organizaciones que hicieron de la evaluación una ceremonia casi religiosa. Cuestionarios interminables, matrices de comportamiento, escalas de cumplimiento, reuniones en las que se suponía que uno recibiría retroalimentación pero solo recibía frialdad. Y lo he vivido desde todos los roles: como evaluador, como evaluado y como asesor externo que intenta mostrar que el rendimiento no se mejora con vigilancia, sino con confianza, claridad y sentido.

El artículo de Jordi Alemany no hace más que poner en palabras lo que muchos ya intuíamos: la cultura empresarial hereda prácticas del siglo pasado sin cuestionarlas. Las evaluaciones de desempeño, en su versión tradicional, son una de esas herencias. Y lo triste es que siguen generando miedo, resistencia, desgaste emocional y una sensación de desconexión total con el verdadero propósito de una organización: el crecimiento colectivo.

Cuando fundé Todo En Uno.Net, lo hice con la convicción de que una empresa debe ser un ecosistema vivo, donde cada persona pueda florecer, aportar desde su autenticidad, evolucionar. Pero para eso, debemos abandonar la idea de que el valor de alguien se mide en una escala de 1 a 5. O que una vez al año debemos pasar por el "tribunal de la productividad". Lo he visto una y otra vez: los sistemas de evaluación que no tienen en cuenta el contexto humano generan exacto lo contrario a lo que prometen: reducen el compromiso, distorsionan la comunicación, erosionan la confianza.

¿Cómo llegamos hasta aquí? Creo que la raíz es cultural y emocional. Venimos de sistemas educativos que premian la obediencia más que la creatividad, que castigan el error más que celebran el intento, que nos hacen creer que nuestro valor depende de una nota. Luego llegamos al mundo laboral y todo se repite: metas, resultados, KPI, mediciones. Y en medio de esa maraña de indicadores, olvidamos algo esencial: que somos personas, no recursos.

Hace unos años acompañé a una empresa de tecnología en la transición hacia un modelo de retroalimentación continua, basada en conversaciones reales. No hubo formatos. No hubo calificaciones. Solo preguntas poderosas: “¿Cómo te sientes con tu rol?”, “¿En qué necesitas apoyo?”, “¿Qué podrías enseñar a otros?”. El impacto fue profundo. No solo mejoró el clima laboral, sino que las personas empezaron a liderar su propio desarrollo. Ahí entendí que la evaluación que no transforma, no sirve.

Y es que el futuro del trabajo no se trata de vigilar más, sino de comprender mejor. No se trata de exigir más resultados, sino de facilitar mejores procesos. Por eso la inteligencia emocional, el autoconocimiento, el feedback horizontal y la conversación genuina deben reemplazar los viejos modelos de juicio disfrazado de mejora. Porque una organización que escucha de verdad es una organización que evoluciona.

Hoy que hablamos tanto de inteligencia artificial, de algoritmos que predicen comportamientos y de plataformas que lo miden todo, vale la pena hacernos una pregunta de fondo: ¿Estamos usando la tecnología para humanizar o para vigilar? Por siglos creímos que el milagro de pensar, crear y decidir era únicamente humano. Hoy, una creación nuestra, la Inteligencia Artificial, irrumpe no para sustituirnos, sino para desafiarnos a evolucionar. El paradigma se rompe, y con él, la zona de confort en la que nos refugiamos. Ya no basta con pensar, hay que replantear qué es la inteligencia, qué es la conciencia y cuál es nuestro verdadero rol como especie. ¿Estamos preparados para coexistir con una inteligencia no biológica que aprende, decide y, en ocasiones, acierta más que nosotros?

Yo creo que sí. Pero solo si nos atrevemos a revisar nuestras herencias. Solo si soltamos el piloto automático y nos damos permiso de imaginar otras formas. Y eso incluye cambiar las evaluaciones por conversaciones. Las planillas por encuentros. El juicio por el acompañamiento. El miedo por la confianza.

Quizá por eso este blog existe. Porque necesitamos recordarnos que la verdadera evaluación no es la que alguien te impone, sino la que tú eliges hacer con honestidad, con apertura y con deseo real de crecer. Porque lo que transforma no es que te digan en qué fallas, sino que te pregunten cómo puedes ser mejor, desde tu verdad.

Si este mensaje te hizo cuestionarte, no lo dejes pasar. Tal vez ha llegado el momento de rediseñar los cómos dentro de tu organización. Te invito a agendar una conversación conmigo. No para evaluar a nadie, sino para diseñar juntos sistemas que inspiren, que humanicen y que liberen el potencial de tu equipo. Agenda aquí: 

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Y si conoces a alguien que sigue creyendo que solo evaluando se mejora, comparte este blog con él. Porque a veces, lo que necesitamos no es más calificación, sino una conversación valiente.

Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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