La doble cara de nuestros pueblos: entre la potencia dormida y la herida abierta

 


¿Cómo es posible que un país con tanto talento, historia, diversidad y riqueza siga atrapado en una narrativa de fractura? ¿Cómo convivimos, muchas veces con normalidad, con el contraste entre una cultura milenaria vibrante y una estructura institucional frágil? Estas preguntas no solo hablan del Perú. Hablan de todos nosotros. Hablan de Colombia, de América Latina, de los que crecimos aprendiendo a resistir mientras soñábamos con un futuro distinto. Por eso el texto de Ana Romero sobre la doble cara del Perú me tocó profundamente. No como observador externo, sino como hermano de causa, de territorio y de esperanza.

He tenido el privilegio de caminar por las calles de Lima, de Cusco, de Arequipa. He sentido en el alma la vibración del quechua y la potencia espiritual de Machu Picchu. Pero también he escuchado el susurro de la desconfianza, el eco de la desilusión en las conversaciones cotidianas. Es esa misma dicotomía la que sentimos en nuestras propias calles: una nación que inspira, y a la vez se fractura. Una sociedad que avanza con talento y creatividad, pero que sigue herida por la corrupción, la inequidad y la desconexión entre gobernantes y gobernados.

Revisar esta doble cara no es un acto de denuncia. Es un acto de conciencia. Porque no podemos sanar lo que no nombramos. Y no podemos transformar lo que seguimos justificando. Por eso, como empresarios, como líderes, como ciudadanos, como seres humanos, tenemos una responsabilidad profunda: dejar de normalizar el caos y empezar a activar las potencias dormidas.

Muchos me conocen como ingeniero, administrador, mentor. Pero también soy hijo de esta tierra latinoamericana que carga tantas paradojas como posibilidades. Desde Todo En Uno.Net y nuestra Organización Empresarial, he podido comprobar que lo que impide avanzar no es la falta de ideas ni de capacidad, sino la desconfianza estructural que se ha sembrado entre nosotros. No creemos en las instituciones, no creemos en los proyectos comunes, no creemos muchas veces ni siquiera en nosotros mismos.

Pero también he visto que todo cambia cuando alguien cree. Cuando una persona se siente escuchada, vista, tenida en cuenta. Cuando el trabajo deja de ser una carga para convertirse en un canal de expresión. Cuando una organización deja de pensar solo en KPIs y empieza a construir comunidad. Cuando la tecnología no es solo un medio de eficiencia, sino una herramienta de equidad.

Por siglos creímos que el milagro de pensar, crear y decidir era únicamente humano. Hoy, una creación nuestra, la Inteligencia Artificial, irrumpe no para sustituirnos, sino para desafiarnos a evolucionar. El paradigma se rompe, y con él, la zona de confort en la que nos refugiamos. Ya no basta con pensar, hay que replantear qué es la inteligencia, qué es la conciencia y cuál es nuestro verdadero rol como especie. ¿Estamos preparados para coexistir con una inteligencia no biológica que aprende, decide y, en ocasiones, acierta más que nosotros?

Si logramos integrar esa evolución tecnológica con una evolución emocional y espiritual, habremos dado un salto verdadero. Y eso empieza, precisamente, por reconocer nuestras heridas sin romantizarlas ni negarlas. El Perú no está dividido porque así sea. Está dividido porque aún no ha encontrado un lenguaje común que honre su diversidad sin convertirla en conflicto. Colombia tampoco. Ninguno de nuestros países lo ha logrado del todo. Pero podríamos empezar.

Podríamos empezar por cambiar la forma en la que educamos. Por dejar de evaluar solo desde la métrica y empezar a valorar desde el sentido. Podríamos empezar por crear empresas que no solo generen empleo, sino también autoestima, pertenencia, impacto. Podríamos usar la tecnología no para vigilar, sino para empoderar. Y podríamos ver a la política no como un botín, sino como una oportunidad para sanar.

No es fácil. Lo sé. Pero lo posible nunca empieza siendo fácil. Empieza con una decisión. Una conversación. Un gesto distinto. Un blog como este. Una persona que decide no repetir el cinismo colectivo y atreverse a creer que otra historia se puede escribir.

Si esta reflexión resonó contigo, no te quedes en la lectura. Conviértela en acción. Agenda una conversación conmigo. No para que te diga qué hacer, sino para que lo descubramos juntos. Porque construir país también se hace desde la empresa, desde la palabra, desde el ejemplo. Agenda aquí: Agendamiento:                     AQUÍ

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Y si conoces a alguien que necesita volver a creer, envíale este texto. Porque a veces, el inicio de una revolución es una pregunta que alguien se atreve a hacer en voz alta.

Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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