Así como llegó el covid se irá, los bloqueos y el vandalismo se esfumarán con estudio y empleo, pero contra el desánimo y el pesimismo no hay vacuna ni recetas económicas
El pesimismo es la peor secuela que ha dejado el año y medio de pandemia, los bloqueos y el vandalismo ocurridos en mayo pasado sobre Colombia. Como un manto grisáceo se ha aposentado sobre las expectativas de empresarios, jóvenes y academia, un mal sabor de lo que le depara al país en los próximos años. Todo parece pintar un mal panorama: las aún altas cifras de desempleo, la acelerada devaluación del peso frente al dólar, el crecimiento económico sin generación de nuevos puestos de trabajo, el despertar del alto costo de vida, la carga impositiva, la pérdida del grado de inversión, la incertidumbre política, el narcotráfico creciente, la pobreza inderrotable, pero sobre todo la inseguridad reinante en todos los rincones del país, son las raíces del ambiente pesimista que se respira. Y no hay vacuna ni antídoto que cure el pesimismo de un momento a otro; la solución es un cambio de actitud frente a la realidad, que solo se va modificando con el paso del tiempo y las acciones deliberadas de los líderes sociales.
A pesar de sí mismo y las circunstancias, Colombia es un país que crece en lo económico en términos de PIB, que genera poco a poco más empleo formal, que es estable en su manejo macroeconómico, que no se rinde frente a los ataques a los que lo ha sometido el narcotráfico que ha permeado casi todo; es un país resiliente y así lo ha demostrado en tiempos aún peores que pusieron a prueba la democracia y lo estigmatizaron como un Estado fallido.
No existe la menor duda que de esta situación de miedo globalizado se va a salir tarde o temprano, pero para hacerlo hay que trabajar como sociedad e identificar los asuntos pendientes que más agobian, como es la preocupante desesperanza de los jóvenes, quienes no ven mayores oportunidades para seguir estudiando, buscar un trabajo y mucho menos para ayudar con su trabajo a construir el país de las nuevas generaciones. Quizá lo más preocupante es que el pesimismo esté enquistado en los jóvenes, que ese motor de trabajo, talento y curiosidad, esté enfocado en buscar nuevos horizontes, en irse del país para buscar su vida y oportunidades en otra parte.
Eso no puede suceder ad portas de elecciones presidenciales, pues en el abanico de alternativas hay candidatos que le apuestan a que el caos nunca muera y empecemos a “venezuelanizarnos” para dejarle en campo abierto a quienes quieren alinear al país en el ocaso del eje La Habana-Caracas-La Paz-Buenos Aires. El país político, económico y social debe reaccionar al dañino pesimismo y empezar a actuar en función de las grandes posibilidades que brinda Colombia, no solo por sus indiscutibles recursos naturales y tamaño de mercado, sino por las oportunidades que ofrece para poder hacer emprendimientos.
Las empresas y las universidades tienen la voz más sonora en mostrar las posibilidades de Colombia para los jóvenes. Los capitales locales y la inversión foránea tienen más elementos financieros para tomar decisiones y muchos terminarán apostando por Colombia, como siempre ha sucedido, pero los jóvenes en edad universitaria y primeros empleos deben tener incentivos para apostar por su país. No sobra una gran campaña que haga énfasis en que lo malo ya pasó y que vendrán tiempos mejores y de gran estabilidad; lo primordial ahora es construir apego y dar nuevas oportunidades.