El suicidio es un tema difícil y delicado de tratar, no solo por el tabú y el rechazo que existe en nuestra sociedad, sino también por el miedo, el dolor y hasta el sin sentido que genera solo nombrarlo. A prácticamente todos automáticamente nos recorre un frío por el cuerpo cuando escuchamos la palabra suicidio porque lo tenemos catalogado como un acto que va en contra de todas las leyes establecidas de la vida; y pueda llegar a ser tan profunda la sensación de malestar y desconcierto, que nos quedamos sin palabras.
Y como sucede con todos aquellos fenómenos o experiencias de la vida que no somos capaces de comprender o aceptar, cuando escuchamos hablar del suicidio de forma instintiva corremos un tupido velo y optamos por no pensar en ello, por ignorarlo o por rechazarlo. Sin embargo, por mucho que intentemos silenciarlo, el suicidio es un fenómeno que nos acompaña, que está con nosotros.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 800.000 personas mueren cada año por suicidio; de hecho esta es la segunda causa principal de muerte entre personas de 15 a 29 años de edad; además hay indicios de que, por cada adulto que se suicidó, posiblemente más de otros 20 intentaron suicidarse.
Por lo tanto, las conductas o intentos de suicidio como el suicidio consumado representan un problema de salud pública en todo el mundo así que es importante hablar de ello ya que, como dije anteriormente, el suicidio es un fenómeno que nos acompaña y que no hace distinción entre grupos de edades, clases sociales, niveles socioeconómicos, educativos o culturales.
El suicidio es un tema muy complejo por todo lo que conlleva e implica con respecto a la vida y la muerte; porque recordemos que la palabra suicidio es un latinismo, que proviene de las expresiones latinas sui y occídere, que lo definen como el hecho de matarse a sí mismo; cuando escuchamos que alguien se suicidó, o literalmente: “se quitó la vida”, después de la conmoción que nos genera la noticia, lo primero que nos preguntamos, si no tenemos referencias de la persona que se ha suicidado, es: ¿cuántos años tenía? Como si la edad de alguna manera pudiera borrar el hecho de que alguien, por los motivos que fuera, ha muerto; y lo más peculiar de nuestra reacción es que si la persona tenía una edad muy avanzada, o era un anciano, tendemos a ver con cierta “lógica” el que se haya quitado la vida. Esta lógica se hace palpable con frases como: “bueno, ya estaba muy mayor”, “es muy triste, pero al menos ya había vivido”, “en el fondo es mejor, así descansa”, “si ya no se podía valer por sí mismo” o “bueno ya le quedaba muy poco tiempo”.
Porque queramos o no, la mayoría de nosotros consideramos que es menos traumático el suicidio en las personas mayores que en los adultos jóvenes o los adolescentes y ni hablar de los niños; sin embargo, debemos recordar que independientemente de la edad que haya tenido la persona que ha decidido acabar con su vida; el suicidio es una experiencia que por su misma esencia es traumática, dolorosa y en muchos casos incomprensible o carente de sentido alguno para los familiares y seres queridos de la persona que se ha suicidado.
Por otro lado, en la mayoría de los casos es muy difícil evitar que una persona se suicide; sin embargo, con respecto a las personas mayores, existen una serie de factores de riesgo que es importante conocer ya que nos puede ayudar a prevenirlo. Además de que el suicidio es el resultado de una compleja interacción de factores biológicos, psicológicos, sociológicos, culturales y ambientales; el proceso natural de envejecimiento trae consigo una serie de cambios y transformaciones que de manera indirecta benefician las conductas suicidas, como:
– Cambios anatómicos y funcionales a nivel corporal: conllevan a que paulatinamente se vaya presentando una pérdida de la capacidad de autonomía e independencia. De hecho, para muchos ancianos, los cambios corporales pasan a un primer plano y además los viven con una connotación negativa.
– Cambios o pérdida de funciones cognitivas: son una gran fuente de soledad y sufrimiento para los ancianos.
– Cambios el medio externo: los vínculos con figuras y acontecimientos externos se hacen menos frecuentes, aunque tienden a ser en consecuencia más valorados.
– Cambios en su capacidad de adaptación: la vejez conlleva una menor capacidad de adaptación al estrés y situaciones nuevas; por tanto, muchas personas mayores tienden a protegerse de los acontecimientos externos, encerrándose en sí mismos, aislándose.
– Cambios en las relaciones afectivas: la vejez conlleva un aumento de la interioridad o el encerramiento emocional, lo cual genera un desapego psicológico y afectivo, y por consiguiente un empobrecimiento del tejido relacional y social en el que se desenvuelve el anciano.
Además, también influyen otros factores como:
– Ser hombre.
– Ser mayor de 60 años.
– Tener una historia de intento de suicidio previo.
– Tener antecedentes familiares de suicidio.
– Padecer algún trastorno del estado de ánimo, como depresión o trastorno bipolar.
– Hospitalización periódica, así como haber sido sometido a intervenciones quirúrgicas frecuentes.
– Eventos vitales como haber perdido recientemente a la pareja, ya sea por una separación, un divorcio o muerte.
– Padecer alguna enfermedad crónica, dolorosa, incapacitante o terminal.
– Vivir solo.
– Tener dificultades económicas.
– Tener sentimientos de incomprensión, soledad e inutilidad.
– Padecer abusos físicos o sexuales.
– Consumo de alcohol.
– Tener sentimientos de desesperanza y pena, los cuales suelen ser muy comunes, son normales entre los ancianos, sobre todo si viven aislados y enfermos.
Se resalta que, con respecto a las personas mayores, el principal factor de riesgo del suicidio es la depresión; la cual tiende a durar mucho tiempo ya que mayoritariamente se tiene asumido que es normal que los ancianos estén deprimidos, lo que también conlleva a que no sea diagnosticada y por ende a que tampoco sea tratada.
Por otro parte, la depresión en la vejez por lo general va acompañada de otras enfermedades y discapacidades como el cáncer, epilepsia, enfermedad pulmonar crónica, insuficiencia renal, pérdida de visión o discapacidad auditiva; e incluso la incontinencia urinaria también está asociada con un mayor riesgo de suicidio en la vejez con efectos parciales, pero no totalmente explicados por la depresión.
Es importante como estrategia de prevención con respecto a la depresión y, por ende con el riesgo de suicidio en los ancianos, estar atentos a diversos síntomas específicos que estos suelen presentar y que nos están indicando que están padeciendo un estado depresivo como son: más quejas somáticas, apatía y vivencias de soledad y desesperanza.
Con respecto a otros grupos de edad, el suicidio en los adultos mayores presenta varias diferencias como:
– Realizan menos intentos de suicidio.
– Utilizan de manera inmediata métodos o medios más letales.
– Muestran menos señales de aviso; es decir que, son menos propensos a expresar o verbalizar pensamientos suicidas en comparación con los adultos más jóvenes o de mediana edad.
– Tienen mayor planeación e impulsividad.
– Pueden adoptar conductas de suicidio pasivo como no ingerir alimentos, no adherirse al tratamiento farmacológico o no tener contacto con su familia.
– Una importante diferencia entre los adultos mayores con tendencias suicidas y su contraparte más joven, es que los adultos mayores son particularmente propensos a visitar a un médico poco antes de su muerte.
¿Qué se puede hacer para prevenir el suicidio en los adultos mayores?
La compañía, cuidado, apoyo y afecto de los seres queridos puede ayudar a prevenir el riesgo de suicidio.
– La depresión es uno de los primeros factores de riesgo contra el cual se debe tomar medidas. Está demostrado que un tratamiento farmacológico acompañado de terapia individual reduce los pensamientos suicidas y, por tanto, puede ayudar a reducir los comportamientos suicidas.
– Tratar el insomnio u otra alteración del sueño. Es una oportunidad especialmente valiosa para prevenir futuros episodios depresivos en los adultos mayores; ya está reconocido y bien documentado que los síntomas del insomnio son un factor de riesgo para la aparición de futuros episodios depresivos. Afortunadamente, los tratamientos cognitivo-conductuales para el insomnio en este grupo de edad son muy eficaces, incluso entre individuos con insomnio secundario y aquellos que dependen de medicamentos para dormir.
– Prestar atención a todas aquellas señales indirectas de lo que se suele llamar el “suicidio silencioso”, como son: el abandono de la satisfacción de las necesidades básicas como comer, beber, dormir; o como el incumplimiento de tratamientos médicos esenciales. También debemos estar atentos y tomarnos en serio señales verbales como: “ya nada me importa (o ya para qué)”, “lo mejor es que me muera”. Cuando estas señales sean detectadas, es importante que se busque la ayuda de un profesional para que este pueda realizar las intervenciones correspondientes.
– Realizar diversas intervenciones educativas, si se tiene alguna enfermedad crónica. Este tipo de intervenciones ayudan a reducir no solo el impacto de la enfermedad sino que les brinda la posibilidad de conocer sus causas y síntomas, y de aprender diversas pautas y técnicas de autocuidado.
– Motivarlo para realice alguna actividad deportiva o algún tipo de ejercicio aeróbico. Esto no solo reduce los síntomas depresivos sino que también les ayuda a mantenerse activos y a reducir los riesgos de alguna lesión física y a prevenir el deterioro cognitivo.
– Evitar el consumo de alcohol y tratar la dependencia de fármacos.
– Consultar siempre la interacción o efectos secundarios cuando se introduzca un nuevo tratamiento.
– Ayudarlo a que recupere el significado cultural y, sobre todo, el significado de su última etapa de vida.
– Evitar que se aislé invitándolo a participar en actividades sociales y dándole un acompañamiento constante por parte los familiares.
– Además de lo anterior, sin duda alguna, lo que más puede ayudar a prevenir el riesgo de suicidio de las personas mayores es la compañía, el cuidado, el apoyo y el afecto de sus seres queridos.