Cuando Esperanza Martínez y Edgar Herrera descubrieron que su hijo menor, Andrés, se había sentido en el cuerpo equivocado toda la vida, su forma de ver el mundo cambió para siempre.
Esperanza había llevado en su vientre a un varón durante nueve meses, había dado a luz a un varón, y nunca imaginó que, un día, ese niño crecería lo suficiente para confesar lo mucho que había estado sufriendo, porque algo en su interior le decía que su verdadera esencia era la de una mujer.
El término transgénero hace referencia a aquellas personas cuya identidad de género y comportamiento no coinciden con el sexo que se les asignó al nacer. Recordemos que el concepto identidad de género hace alusión a la experiencia de ser un hombre o una mujer, lo cual implica una forma particular de expresarse ante los demás, una manera de vestir, hablar y sentir que uno desempeña un rol dentro de la sociedad.
Al igual que Andrés, muchos hombres y mujeres crecen sintiendo que sus genitales y su aspecto físico no concuerdan con su lenguaje interior. El sentido de pertenencia corporal se difumina entre la confusión y la incomodidad que viven las personas transgénero al verse al espejo con la ropa de otro, vistiendo un traje y una vida equivocada.
Para Esperanza y su esposo, comprender lo que ocurría en la mente y corazón de su hije (término que han acuñado para referirse a los transgénero), no fue nada fácil. “Tuve miedo como mamá. Me preguntaba qué sería de su vida y cómo trabajaría. Era complicado aceptar que llegaría otra persona a mi casa, que no era mi hijo”, escribe Esperanza en un artículo publicado por la prensa colombiana.
A los 27 años, Andrés pidió a sus padres que regalaran su ropa; “sentía que había enterrado un hijo y por eso estaba regalando sus pertenencias”, cuenta Esperanza. Sin embargo, pesar de las dificultades, tanto ella como su esposo decidieron seguir fieles a la promesa plasmada antes del nacimiento de su hije: aceptar con amor lo que Dios quisiera darles.
Hoy en día, Esperanza piensa en la transformación de Andrés como el nacimiento de una hija. “Pienso que tuve mellizos, y que el niño se murió cuando tenía 27 años y me quedó la niña”.
“Los padres deben acompañar a sus hijos transgénero en la transición”
El cuerpo y vida de Andrés han cambiado irremediablemente. Ahora, su nombre es Laura Andrea Herrera Martínez, y estudió biología para entender por qué, desde muy pequeña, se sintió mujer.
Su abuela de 88 años le quiere “con toda el alma” sin importar que sea hombre o mujer, aunque admite que decirle Andrea “es muy complicado”. Desde luego, no todo el mundo comprende ni aprueba su cambio, pero la familia Herrera Martínez prefiere quedarse con las cosas buenas y con la opinión de quienes consideran el aspecto físico algo irrelevante, muy por debajo de lo que realmente importa: el amor y los principios.
Tampoco el mundo ha podido vencer a Andrea, a pesar de haber sido rechazada “inexplicablemente” en más de un empleo (incluso siendo la mejor calificada), por fin ha logrado hacerse con un puesto en su área de especialidad, la Genética, un paso agigantado para su crecimiento profesional. “Está triunfando gracias a nuestro apoyo”, escribe Esperanza. “Si no la hubiéramos apoyado, otro sería el desenlace”.
Aquí, un fragmento de la carta escrita por la madre de Laura Andrea a los padres de personas transgénero en momentos de dificultad, con el fin de recordar a todos que las elecciones de vida de nuestros seres queridos son, únicamente, una parte de la ecuación.
Cuando fue niño, fue maravilloso; pero ahora me siento muy orgullosa de ver que tengo una hija excepcional.
Entre las cosas que le gusta hacer… Juega fútbol con los amigos -con su uniforme femenino-, juega videojuegos, toca la batería y el bajo eléctrico, se arregla y se pone bonita, y hasta lanzó un canal en Youtube para ayudar a las personas transgénero.
Ojalá ustedes, que pasan por esta situación, piensen en sus hijes. Que no les importe su identidad de género ni la orientación sexual que tengan, y los apoyen tanto como ahora lo hago con mi hija. Si no ayudan a su hijo o a su hija, los están tirando a un abismo.
A ella no le importa que la gente sepa que es transgénero y a nosotros tampoco. Ya no recuerdo a Andrés, recuerdo el sufrimiento como una etapa que las mamás tenemos que vivir. Sabemos que tenemos una hija, ese hijo quedó en un rinconcito del corazón.
A mi hija la veo en la cima, siendo justa y honesta con todo lo que se propone. Sé que las personas diabéticas no duramos mucho, pero me puedo morir tranquila porque sé que Andreita será importante.
Me da miedo que se encuentre con personas homofóbicas, transfóbicas o que no tienen mucho conocimiento sobre el tema, que monte en Transmilenio, que ande por la calle sola y de noche; pero ya me puedo morir en paz. Mi hija consiguió un lugar en este mundo.
Los padres deben acompañar a sus hijos transgénero en la transición. Pensamos que en todo el proceso sufrirán, pero no. Ella me dice: “Soy feliz, mami, antes no era feliz del todo”.