Hace poco escuché a una mujer muy exitosa decir en la radio que una de las cosas más difíciles que ha hecho en su vida es criar. Decía que a pesar de todo el reconocimiento que recibe y el agradecimiento de tantas personas, todavía su hijo de trece años le reclama por no pasar más tiempo con él y su hermana melliza.
Ella explicó, repitiendo una letanía que conocemos bien las mujeres, que para tranquilizarlo le decía que todo ese tiempo que pasa lejos de ellos está ocupada haciendo cosas para ofrecerles un futuro mejor. El comentarista del programa dijo simplemente: claro, es importante recordarles eso. Cuando escuché esto pensé varias cosas. Primero, me impactó un poco el contraste entre lo que la mujer dijo sobre su hija mujer y lo que dijo sobre su hijo hombre. Según el relato, la jovencita simplemente abraza y besa a su mamá, contenta de tenerla y poder compartir tiempo con ella. No hay reclamos, solamente agradecimiento. También me pareció sorprendente que la mujer reclamara que lo más importante en su vida fue tener una mamá que trabajaba y que logró sacar adelante su familia a pesar de ser madre soltera. Finalmente me quedé pensando que este mensaje en muchos sentidos suena viejo, fuera de lugar, necesitando una renovación. No puede ser que todavía las mujeres que trabajan tengan que decir que lo hacen solamente por sus hijos. Tampoco puede ser que sigan pensando que está bien estar constantemente lejos de sus hijos porque el dinero que ganan les sirva para comprarles cosas. Las mujeres que trabajamos, incluso en la precariedad, necesitamos una manera de entendernos que no vea el trabajo simplemente como extensión de la maternidad, pero que tampoco lo vea como excusa de la maternidad.
En mis años como madre, catorce en total, solamente recuerdo haber sentido que lo que hacía lo hacía por mis hijas dos veces. Una vez, cuando mis hijas tenían como un año, pensé que tal vez no iba a lograr graduarme del doctorado y tendría que enfrentar las consecuencias de mi indecisión. En ese momento pensé en mis hijas y sentí verdadero pánico de pensar en tener que contarles algún día que había fracasado. El sentimiento fue tan intenso que desde ese momento no pude hacer otra cosa que trabajar sin descanso para sacar adelante la tesis que por años no había podido enfrentar. Tres años después volví a sentirme así cuando mis hijas enfermaron y yo sentí que tenía alguna responsabilidad por no haber podido dejar el cigarrillo. De nuevo, algo que no había podido hacer, para lo que había encontrado miles de excusas, se apareció como un sacrificio indispensable vinculado a la maternidad. No he vuelto a fumar en diez años.
Pero este sentimiento tan fuerte no ha sido la motivación de todo lo que hago. Además de madre, me siento parte de una familia más amplia, me siento profesional, me siento ciudadana, me siento hasta humana en el sentido más amplio. Estas distintas afiliaciones me inspiran y le dan sentido a mis acciones. Cuando hago mi trabajo no creo que lo esté haciendo solamente para ganar unos ingresos que les permitan acceder a ciertos beneficios a mis hijas. Enseñar a las nuevas generaciones de abogados es algo que me parece transformador y que hago porque creo que nuestra sociedad todavía puede ser mejor para todos. Cuando viajo a distintos países del mundo, no lo hago solamente por ganar un prestigio que yo puedo transformar en ingresos. Me inspira conocer a personas y culturas nuevas, aprender formas distintas de hacer las cosas, mostrar cómo estamos aprendiendo en Colombia y contribuir para que nuestra comunidad humana encuentre mejores maneras de convivir y crecer. También he defendido frente a mis hijas mis posibilidades de crecimiento personal como disfrute individual. Una de ellas me reclamó cuando tenía cuatro años porque estaba saliendo muy temprano para el gimnasio, eran tal vez las cinco de la mañana. Quería que me quedara con ella durmiendo un rato más; afortunadamente ellas nunca fueron grandes madrugadoras. Yo sabía que si no salía en ese momento no iba a lograr hacerlo más tarde y salí en medio de sus muy sentidas lágrimas. Me ha constado varios años explicarles que es importante que yo haga cosas que me gustan porque eso me hace mejor persona, así no esté constantemente a su lado.
Los hijos, así como los demás que nos rodean, presionan por contar con más de nuestro tiempo. Una tarea importante, por eso, es identificar las prioridades y asignar el tiempo de acuerdo con ellas. Después hay que defender el tiempo y las prioridades con ahínco. También el trabajo y la política se nos presentan como dioses celosos que no aceptan que otros puedan hacernos demandas. Y a estos dioses también tenemos que decirles que nuestro tiempo es escaso y no vamos a entregárselos todo. Lo que me parece injusto es que cuando cedemos a las demandas excesivas de tiempo de parte de nuestros jefes, colegas y subordinados, digamos que lo hacemos solamente o principalmente “por nuestros hijos”. Si los hijos deben aprender a identificar a sus madres como seres complejos, con gustos y necesidades que exceden la relación con sus hijos, creo que las madres tenemos que aprender, al igual que los padres, que nos impulsan motivaciones que exceden las de la maternidad y que cuando fallamos en defender los espacios de la maternidad no es solamente o principalmente porque somos “madres”. No es justo con nosotras mismas, ni con nuestros hijos, ni con quienes dependen de nosotros. Tampoco es justo con nuestros hijos no dedicarles el tiempo que merecen porque el mundo se construye en otra parte. El mundo de nuestra maternidad tiene sus ritmos y debemos respetarlos tanto como respetamos otros tiempos.