La prudencia exige, en los actuales momentos, medidas que van más allá de un mero lavado de manos.
La posibilidad de que el catre sea multiplicador del nuevo mal es una verdad sabida.
La posibilidad de que el catre sea multiplicador del nuevo mal es una verdad sabida.
Si bien el nuevo coronavirus –ese que apareció en China y atemoriza al mundo– no se transmite por vía sexual, la cama se puede convertir en un escenario propicio para que una persona con síntomas contagie a otra.
Y no se trata de ninguna manera, de otorgarle a este novel patógeno propiedades que no tiene, sino que dado el contacto íntimo y el cruce de fluidos –de todo tipo– que ocurre durante el aquello, la posibilidad de que el catre sea multiplicador del nuevo mal es una verdad sabida.
Lo anterior en razón a que si alguno de los protagonistas de una faena amatoria tiene síntomas como tos, estornudos o moqueadera, siendo las gotas contenidas en estos el vehículo transmisor del tal coronavirus, se puede decir sin lugar a equivocación que el otro participante –o participantes, ¿por qué no?– sufrirán un contagio casi que seguro.
Claro es que de esta forma se transmiten todos los virus respiratorios, pero también es cierto que muchas personas no se paran en reparos, aun padeciendo estos males a la hora de meterse bajo las sábanas.
Basta ver, por ejemplo, el comportamiento de las parejas establecidas, que no separan catre y mucho menos cuarto, cuando las gripas hacen su aparición.
Tomar medidas
Pero frente a la amenaza latente, las cosas son a otro precio y la prevención para evitar la dispersión de estos agentes infecciosos debe ser extrema e ineludible. Y aquí no hay atenuantes: en presencia de síntomas gripales, el polvo debe aplazarse. Así de sencillo.
Y no es fundamentalismo, sino una medida elemental de higiene y salud, de protección mutua y hasta de mera comodidad, porque nada más aburrido que poner a funcionar la planta baja mientras la de arriba está afectada, así sea de forma leve.
Insisto, no se trata, en modo alguno, de limitar la sexualidad a nadie, pero la prudencia exige, en los actuales momentos –a la hora de ir a la cama–, medidas que van más allá de un mero lavado de manos.
Y no se trata de ninguna manera, de otorgarle a este novel patógeno propiedades que no tiene, sino que dado el contacto íntimo y el cruce de fluidos –de todo tipo– que ocurre durante el aquello, la posibilidad de que el catre sea multiplicador del nuevo mal es una verdad sabida.
Lo anterior en razón a que si alguno de los protagonistas de una faena amatoria tiene síntomas como tos, estornudos o moqueadera, siendo las gotas contenidas en estos el vehículo transmisor del tal coronavirus, se puede decir sin lugar a equivocación que el otro participante –o participantes, ¿por qué no?– sufrirán un contagio casi que seguro.
Claro es que de esta forma se transmiten todos los virus respiratorios, pero también es cierto que muchas personas no se paran en reparos, aun padeciendo estos males a la hora de meterse bajo las sábanas.
Basta ver, por ejemplo, el comportamiento de las parejas establecidas, que no separan catre y mucho menos cuarto, cuando las gripas hacen su aparición.
Tomar medidas
Pero frente a la amenaza latente, las cosas son a otro precio y la prevención para evitar la dispersión de estos agentes infecciosos debe ser extrema e ineludible. Y aquí no hay atenuantes: en presencia de síntomas gripales, el polvo debe aplazarse. Así de sencillo.
Y no es fundamentalismo, sino una medida elemental de higiene y salud, de protección mutua y hasta de mera comodidad, porque nada más aburrido que poner a funcionar la planta baja mientras la de arriba está afectada, así sea de forma leve.
Insisto, no se trata, en modo alguno, de limitar la sexualidad a nadie, pero la prudencia exige, en los actuales momentos –a la hora de ir a la cama–, medidas que van más allá de un mero lavado de manos.