Podría empezar por tener un diálogo con usted mismo. Esta conversación seria entonces entre los dos protagonistas en este caso involucrados: El ego y el espíritu.
Según Max Scheler filósofo alemán, “Eso que puede oponerse a los mandatos psicofísicos es lo espiritual y es aquello que no enferma”.
¿Cómo podríamos entonces encontrar los recursos espirituales como el autodistanciamiento y la autorregulación; herramientas de perdón fundamentales para sanarnos a nosotros mismos y liberar al otro?
Este camino hacia el perdón podría recorrerse a través del diálogo, uno de los métodos más poderosos para descubrir el sentido propio y el del otro, es el Diálogo Socrático, es decir a través de la formulación de preguntas existenciales como lo hacía Sócrates con sus discípulos, que podemos dar el primer paso, creando un profundo espacio de reflexión en medio del cual se van gestando las respuestas más genuinas de cada ser.
Podríamos entonces empezar por tener un diálogo interno con nosotros mismos, como punto de partida hacia la meta del perdón. Esta conversación seria entonces entre los dos protagonistas en este caso involucrados: El ego y el espíritu.
En estas conversaciones profundas, se sientan a hablar el ego y el espíritu, en el espacio más íntimo de nuestro hogar interior, nuestra alma.
¿Cómo logramos la diferenciación entre las expresiones del espíritu y las manifestaciones del ego? pues es en nuestras heridas que permanecen activas en donde el perdón no encuentra su terreno más fértil.
El ego nos habla en inmadurez emocional sometiendo al espíritu, y defiende su poder; el espíritu entra a hablarle al ego en sabiduría para sostenernos, es este el más bello proceso de evolución del espíritu. El ego vive en reclamo, ¿por qué me hicieron daño? ¿Por qué me lastimaron? Nuestro sentido de justicia nos golpea, la maestría espiritual personal se alcanza construyendo un ser auténtico, capaz de ser compasivo consigo mismo y con los demás para lograr cambiar la interpretación de cada agresión.
Debemos responsabilizarnos de nuestra existencia, de nuestras propias heridas, para no convertirnos en eslabones de la cadena interminable de agresores que componen gran parte de nuestra sociedad, de nuestras familias y nuestros espacios de convivencia.
“Nuestra acciones nos definen” decía el gran pensador Martin Heidegger, entonces en este sentido nos define no solo lo que hacemos a otros y a nosotros mismos, sino nuestra capacidad de existir, es decir de salir de nosotros mismos al encuentro del otro y en este aspecto esta implica nuestra capacidad de perdonar, de cuidarnos y cuidar a otros.
Cuando elijo perdonar a otro me sano a mí mismo, y me libero de las emociones tóxicas que se convierten en el alimento cotidiano que nutre al ego e intenta intoxicar el espíritu.
El espíritu no enferma ni es corruptible, pero en nuestra sociedad actual, nos hemos centrado en darle el protagonismo a las expresiones del ego, y lastimosamente el espíritu que es noble y humilde, ha decidido retirarse en silencio a su morada, a observar cómo el ego domina, odia y destruye, creando así este mundo roto y hostil, que mantiene al alma encadenada y secuestrada, imposibilitándola de desplegar sus más poderosas virtudes, como aquella del perdón. Si todos fuéramos atraídos por la posibilidad altruista de perdonar, terminarían las enfermedades psicofísicas, y el mundo no tendría que seguir invirtiendo sus recursos en curar a tantos enfermos que sufren y gritan su dolor por ser los depositarios de tanto rencor.
Perdonar aun a aquel que no lo merece, no habla de aquel, habla de nosotros mismos, de la grandeza del poder ilimitado de nuestro espíritu.