Madres poco convencionales

No aspiran a ser ejemplares ni modélicas, ni creen que haga falta. No plantean la maternidad como el acontecimiento que, al fin, dio sentido a sus vidas 


De repente, las hijas de esas mujeres pioneras en su incorporación al mercado laboral, fueron madres. De repente, descubrieron en la maternidad un timo. Ellas eran libres para decidir si querían ser madres, cuándo, cuántas veces, gracias a la anticoncepción y a la lucha del movimiento feminista, habían estudiado, tenían las mismas oportunidades que sus compañeros hombres… y, de pronto, se sentían engañadas y no encajaban en lo que la sociedad pedía de ellas. 

“La maternidad ha dejado de ser involuntaria y numerosa y ha pasado a ser elegida pero absorbente. Las presiones sociales vuelven, con movimientos muy tradicionales que parece que vienen a neutralizar la culpa de las mujeres por ser libres”, analiza la socióloga Inés Alberdi. “A eso se suma que sus expectativas, felizmente, son más ambiciosas, y por eco el choque es mayor”, prosigue, “En los 70 aún existía en España la dote, un regalo de las empresas a las chicas cuando se quedaban embarazadas, el pasaporte para su vuelta al hogar”. 

Tiempos muy lejanos… O no tanto. De 2013 data el libro Cásate y sé sumisa (Nuevo Inicio) y a la socióloga le preocupa la corriente “primero, la maternidad, luego, todo lo demás”: “Las mamás tienen que tener sus vidas, sus ideas, ser felices”, proclama. 

El club que grita 

En este espacio surge, también en 2013, el Club de Malasmadres. “Es una reacción, porque se les está exigiendo a las madres cosas contradictorias. Como trabajadoras, que sean productivas, comprometidas con la empresa, ejemplares y que casi no se note que son madres y que prioricen por encima de todo al niño. 

Conviene tomárselo con humor y distanciamiento”, explica la socióloga Teresa Jurado, autora de Padres y madres corresponsables, una utopía real (Catarata, 2015). Para Maite Egoscozabal, investigadora social vinculada al club, “se trata de un fenómeno sociológico interesante, pues permite visibilizar un problema dentro del hogar, de la esfera privada, dar voz a esas mujeres que estaban calladas”. 

Muchas veces son “madres profesionales de entre 25 y 45 años, preocupadas por alcanzar un nuevo modelo de maternidad, en contra de que la sociedad les imponga unas normas, que ya no quieren cargar con la capa de superwoman”. 

Ni el traje de ejecutiva agresiva ni la vuelta al delantal dan la felicidad. Lo saben autoras como Teresa Jurado, que habla, más que de techo de cristal, “del suelo pegajoso de la familia”. También universidades como la Queen Mary University de Londres se han encargado de analizar cómo “las madres que suelen centrarse en la maternidad intensiva tienden a ser más infelices”, lo que se acrecienta a mayor nivel educativo. La capa de superwoman, considera la psicoanalista Mariela Michelena, autora de Mujeres malqueridas (La Esfera de los libros, 2007), “viene acompañada del látigo para fustigarse”. 

Encantada con la salida del armario de estas madres que se reivindican como poco ejemplares, que no aspiran a la medalla “a la madre del año”, Michelena considera que “hoy la maternidad es más trascendental de lo que nunca fue, parece que las mujeres no pueden permitirse ser madres normales”. 

“A muchas les convendría pasar al Yes, we can’t: reconocer que no pueden llegar a todo, que se sienten solas, sin red, que es imposible ser las mejores en el trabajo, con los niños, las mejores mujeres, estar en forma…”, prosigue Michelena, que aboga por madres “suficientemente buenas y suficientemente malas”, lo que, apunta, también beneficiará a los hijos: “Si les transmites que siempre estás ahí, para lo que quieran, cuando quieran, les estás engañando”. 

El último tabú 

La ambivalencia existe, y las madres a veces están cansadas, aburridas, no tienen ganas… Las hay, incluso, que rebobinarían si pudieran. Es el último tabú que ha roto la socióloga israelí Orna Donath con su obra #madresarrepentidas. Una mirada radical a la maternidad y sus falacias sociales (Reservoir Books). “Los divanes siempre han estado llenos de madres que no debieron serlo”, señala Michelena, partidaria, como el resto de consultadas, de que se visibilicen estos fenómenos, lo que incluye no dar por supuesta la maternidad como lo natural y no olvidar la presión cultural y social no solo en su desempeño como madres sino, antes incluso, en su decisión de dar el paso. 

Estas cuatro mujeres son muchas cosas además de madres, y se rebelan contra la dictadura de las madres perfectas. Bienvenidas sean. 

Laura Baena. 35 años, activista. 

La fundadora del Club de Malasmadres, Laura Baena, tuvo ciertas dudas hace tres años, cuando algo que comenzó como un desahogo de madre primeriza en Twitter, bajo el nick @malasmadres, empezó a crecer. Allí se compartían los intentos fallidos por ser madres perfectas, anécdotas divertidas… hasta que a los tres meses Laura vio el potencial en la fiesta que sirvió para presentar en sociedad el club: “Vinieron 350 mujeres de toda España, fue un punto de inflexión, sentí que mi voz estaba representando a muchísimas mujeres, también no madres”. 

Entonces, las dudas se disiparon. El éxito de este movimiento a la contra acalló las críticas que un grupo de mujeres que se reivindican, desde el humor, como “malasmadres”, habrían podido cosechar. Creativa publicitaria, los primeros meses como mamá le sirvieron a Laura para comprobar que le habían vendido la moto con la maternidad: “Es el verdadero techo de cristal para las mujeres, y la conciliación, el cuento chino que nos creímos”. Fueron meses de sentirse juzgada a cada paso, de oír “¿para qué has sido madre, si trabajas tanto?” o “esta niña está falta de madre”. “Con lo sensibles y complicados que son los primeros meses, es lo que te falta, que todo el mundo te juzgue”, plantea. 


Hoy, se ha convertido en activista, campañas como 'Yo no renuncio' o 'Somos equipo' han servido para poner sobre la mesa la necesidad de la conciliación real y de la corresponsabilidad y el club prosigue su ascenso. La clave de su éxito, analiza Laura, fue que “de un sentimiento individual conecté con una necesidad social de madres que se sentían culpables, frustradas, insatisfechas, y no sabían por qué, ni poner nombre a lo que les estaba pasando, madres que por la presión social creían que si decían ciertas cosas se les iba a tachar de malas madres… y pensaron: “Es lo que me pasa a mí”. 

A esta generación de mujeres, como a Laura, les habían contado una mentira y se sentían engañadas “por su entorno personal, por la sociedad, por los medios, la publicidad… por el universo que se ha creado en torno a la maternidad: No existe un manifiesto así es una madre, pero está latente, hay una serie de normas no escritas y sientes todo el rato que no las cumples”. Para Laura, con dos niñas de cinco y dos años, la clave está “en pensar que la conciliación no es solo con el trabajo, sino con la vida propia, en no creerte superwoman, o que llegas a todo sin detenerte a pensar lo que está pasando. La M de madre no puede aplastar a la M de mujer”. 

Mamen Jiménez. 35 años, terapeuta 

Culpabilidad y perfeccionismo son malas compañeras de viaje en la aventura de la maternidad. Psicóloga, sexóloga y terapeuta de pareja, Mamen Jiménez, lo sabe por experiencia, como mamá de Nico (tres años), y por su consulta. A ella acuden mamás con bebés de un mes, que no pueden más, con niños de siete o con adolescentes de 17… En muchos casos la pauta es la misma: “Si pensamos en una mesa con cuatro patas (personal, familiar, amorosa, desarrollo profesional), muchas mujeres, al ser madres, se vuelcan demasiado y descuidan alguna de ellas, con lo que se rompe el equilibrio”. 

Si a ello se une “la visión sesgada de la maternidad”, que te empuja a ser una “madre alfa”, y la continua presión del “ilustre colegio de opinólogos”, la combinación puede ser fatal, y de ahí el alto grado de estrés y rupturas en parejas con niños pequeños. Mamen lo aborda (y lo borda) en su blog www.lapsicomami.com y en su libro ilustrado Amor con ojeras. Cuando de dos pasamos a ser tres (Lunwerg): “Esas madres alfa están ahí, pero hay una gran mayoría que no lo son, que no llega a todo ni al 100%, y deben saber que no solo ellas se sienten sobrepasadas, que esa sensación forma parte de la condición de ser madre casi de manera inherente”. 


Mamen conocía los conflictos en el paso de no madres a madres, pero los vivió en primera persona desde el minuto uno. Aunque no puede querer más a su hijo, Nico, reconoce: “Cuando vi las dos rayitas en el test de embarazo no empecé a sentir un amor profundísimo por ese ser de un modo automático”. “Se nos ha transmitido una maternidad dulcificada”, analiza Mamen, partidaria de “tomársela con humor y desdramatizar, de dejar de cuestionárselo todo, porque el overthinking no conduce a nada: Al final, la maternidad es un poco ensayo y error”. 

De las reacciones viscerales que suelen generar los temas relacionados con la crianza fue testigo desde su blog: “Te encuentras con personas que, por tener muy claro qué es lo mejor para su hijo, entienden que es lo mejor para todos, y puedes sentir que estás haciendo terrorismo de Estado lo mismo si practicas colecho que si llevas el niño a la cuna”. 

¿Cuándo se ajusta la mesa? “Depende de la pareja, pero a los 18 ó 24 meses el sueño del bebé se va normalizando, es un poco más independiente, tiene su ratito de jugar… Y los padres vuelven a encontrar su espacio, que quizá son 15 minutos al día. Si no se ha hecho de manera progresiva desde el embarazo y el parto puede que se tengan que redescubrir… Y a veces, en ese extrañamiento, surge como reacción el “¿Y si tenemos otro?”. 

Diana Aller. 42 años, guionista 

Un día se dejó a su hijo pequeño en la ferretería. “Hoy se lo cuento y nos reímos, pero me sentí la peor madre del mundo”. Cuando llegó al portal, con el mayor, notó que le faltaba algo. Lo peor es que se alegró cuando vio que era el niño y no el bolso. “Pensé: “el bolso me lo roban; el niño me lo van a devolver enseguida, con lo que llora…”. Eran sus inicios como madre separada. Rompieron la pareja cuando los niños aún llevaban pañales hoy tienen 10 y 12 años– pero conservan muy buena relación y tienen la custodia compartida. 

Visto con perspectiva, cree que es un modelo maravilloso –“los niños pueden vivir vidas distintas, educaciones diferentes, pueden cotejar… y eso les hace más independientes”–y entiende que maternidad y pareja no deben ir ligadas. Guionista, periodista, bloguera… recuerda cuando pintaba a su madre con una escoba en la mano: “Mis hijos me dibujan con una cerveza… Igual no es el modelo ideal para la gente, pero para mí es el mejor momento de la semana: los viernes por la tarde, con ellos y sus amigos, con otros padres, en la plaza del 2 de mayo, relajada, charlando, bebiendo cerveza… Es lo que me hace feliz”. 


Recuerda los primeros años, cuando se iban de vacaciones los tres y en el restaurante del hotel le preguntaban: “¿Y el señor?”, a lo que respondía:“¿El señor? ¡En los cielos!”, bromea. Diana aboga por distintos tipos de familia: “Hasta hace poco vivía con nosotros Sergio, un chico gay que no era mi pareja, no era su padre… Era mi becario y llegamos a un acuerdo, y estuvimos muy a gusto”. 

Se arrepiente de no haber pasado más tiempo con los niños, por los horarios de la tele. “Les digo: “Chicos, yo he faltado mucho…”, y ellos me contestan: “No, mamá, que tú eres la típica madre pesada...”. La culpabilidad es solo mía, no ha revertido en ellos”. Aunque se define como “supermamá en semanas alternas” considera que la maternidad en soledad o 365 días al año es “muy difícil de asumir”. 

Le parece “relativamente normal” que existan madres arrepentidas “por el nivel de expectativas, porque está demasiado enquistado que tener hijos es guay, y por la presión –han de ser guapas, simpáticas, productivas, independientes, buenas madres, cariñosas, no perder los nervios…– y todo eso es imposible”. A Diana le dan “una pena horrorosa” esas mujeres: “Cuando se le coge el truco lo pasas tan bien… pero para eso tienes que darte libertad, dejar de pensar “Venga, voy a hacerlo bien, voy a hacerlo bien…”. Cuando te olvidas de hacerlo bien es cuando mejor te sale, y cuando dices “Bueno, no pasa nada porque se me vaya la olla de vez en cuando… te das cuenta de que tampoco se te va”. 

Adaia Teruel. 38 años, periodista 

“No me arrepiento de haber sido madre. Quiero a mis hijos y de volver atrás en el tiempo escogería tenerlos de nuevo pero reconozco que no es fácil. A decir verdad es dificilísimo. A veces me derrumbo. Pierdo los nervios. Me cabreo. Con ellos, conmigo y con el puñetero sistema. Y les grito. Y luego me siento fatal. Y entonces lloro. No por mí, por ellos. Por no ser la clase de madre que se merecen. La paciente, la cariñosa, la que hace tartas para sus amigos y siempre está de buen humor. Pero es que no puedo evitarlo. Pienso en quién era y en lo que hacía antes de que ellos nacieran y entonces me miro en el espejo y ya no sé ni quién soy. 

“Tienes un pelo blanco”, me dijo ayer mi hija. A mis 38 años recién cumplidos, ser madre es lo mejor y lo peor que me ha pasado en la vida”. Así culmina el post que la periodista Adaia Teruel publicaba en su blog en febrero de 2016. A 

lgunas cosas han cambiado: La familia ya no vive en Tánger –donde se fueron por motivos de trabajo- y su desahogo de hace casi un año se ha viralizado al publicarlo El Huffington Post: Adaia lo mantiene: “Ya no es el tema de cambiar pañales o no dormir. Como persona tienes que buscar tu sitio. Antes eras amiga, hija, amante, periodista, muchas cosas… De repente eres madre 24 horas y tienes que buscarte: “¿Quién soy?” 


Ante esa tesitura se encontró a los 32: “Lo más difícil son los dos primeros años”, recuerda, “Los niños son como una mochila que llevas a todas partes… Ellos están muy apegados y a ti te falta espacio”. Hoy han crecido, ya van los dos al cole, tiempo que emplea Adaia para trabajar desde casa. Cuando salen del cole, se dedica a ellos y una tarde a la semana se la reserva “para ir a yoga, tomar una cerveza, ir al cine, quedar con amigas…”. Es el equilibrio al que ha llegado: “Necesito ser yo, no solo yo a su disposición. Si no te nutres, te vacías y tampoco puedes aportar”. 

Para Adaia es importante visibilizar desde el momento del parto –“contar que no es como en las películas, que no ves al bebé y te echas a llorar. Yo no tuve ese sentimiento y me sentía culpable”– y también después: “Parece que como madre no puedes hablar mal de la maternidad. Decir que tiene cosas muy buenas pero que te cansa, que deseas marcharte un fin de semana para desconectar o que no has echado de menos a tus hijos es un lastre social”.
Julio Cesar Moreno Duque

soy lector, escritor, analista, evaluador y mucho mas. todo con el fin de aprender, conocer para poder aplicar a mi vida personal, familiar y ayudarle a las personas que de una u otra forma se acercan a mi.

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