Las parafilias son comportamientos en los que el goce no está en el sexo, sino en otras actividades.
Las parafilias pueden ser desde algo tonto hasta cosas más enrevesadas.
Si en algún momento experimenta excitación al recibir cosquillas, lo más seguro es que presente un cuadro de knismolagnia, que es uno de los cientos de parafilias que pueden acompañar a los humanos.
Y, aunque algunas personas las relacionan con perversiones, no siempre es así, porque las parafilias representan patrones de comportamiento sexual en los que la fuente principal del goce no se encuentra en el aquello, sino en otra actividad que lo acompaña, y eso puede ser desde algo tonto hasta cosas más enrevesadas.
Por ejemplo, la acrofilia es sentir un cosquilleo especial cuando se está frente a una persona de elevada estatura. La barosmia es sentirse atraído por ciertos olores, incluidos algunos perfumes. Se trata, como se ve, de gustos casi inocuos, lo mismo que ocurre con la elifilia, que es experimentar excitación al tocar cosas suaves.
Sin embargo, hay otros un poco más complejos como el eonismo, que es el goce y el deseo que genera ataviarse con ropa del sexo opuesto; la morfofilia, que requiere para sentirse pleno, a la hora del sexo, la presencia de características físicas prominentes en la pareja como los pechos o las narices grandes, la obesidad o, incluso, un solo color de piel; por la misma línea se puede deslizar la fonofilia, que es aumentar el placer en la cama, mientras se escuchan palabras obscenas.
Y, en este contexto, gracias al cine y al auge de las redes sociales se ha dado a conocer el ‘bondage’, que por sus características ya implica riesgo y requiere de un nivel de acuerdos muy definidos en la pareja, pues incluye actos sadomasoquistas en los que uno de los participantes es sometido y hasta permanece atado. Una variación de la anterior puede ser la catafilia, que es la excitación que experimentan los hombres cuando son sometidos por sus parejas.
La lista es larga y hasta aquí podríamos decir que no hay problema mayor, pero las parafilias pueden llegar a convertirse en trastornos patológicos cuando son intensos y persistentes, deterioran la cotidianidad de quien las padece o perjudican o tienen el potencial de lesionar a otros sin su consentimiento.
Es el caso del voyerismo o el exhibicionismo no consentidos, el masoquismo, o la satiriasis (adicción masculina al sexo). En esas circunstancias se desborda cualquier intención tolerable y su práctica cae en el campo de la patología, por lo que requiere tratamiento médico.
Pero hay más. Algunas de estas parafilias chocan con el código penal, como la pedofilia, que pone de manifiesto graves trastornos de la personalidad y convierte a quien la padece en un verdadero peligro social.
Con este repaso, mi intención no es más que recalcar algo que todos saben: que el placer sobre el catre puede salirse del departamento inferior. De mi lado, me quedo con una parafilia inocua: la basoexia, esa que demuestra que sin besos genuinos no hay orgasmos.