Para mantenerlo rígido, hay muchos que echan mano de ciertas ayudas sin pensar en las consecuencias.
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Decir que el pene es el eje sobre el que gira el mundo masculino no es una presunción exagerada.
Erecciones consistentes y duraderas forman parte de la dotación ideal de los señores,al punto que —sin distingos— le venderían el alma al mismísimo diablo con tal de tenerlas siempre disponibles y de por vida.
Decir que el pene es el eje sobre el que gira el mundo masculino no es una presunción exagerada, como tampoco lo es que formas y tamaños del asta natural tienen asiento permanente en el cerebro de todos ellos.
Pero como mantenerlo rígido parece ser el tema prioritario en sus agendas, en su procura echan mano de cuanto unto, pastilla, pócima, masaje, cirugía o rogativa se les aparece, muchas veces sin reparar en precios o en consecuencias. Aquí todo vale.
A esto hay que agregarle el silencio en el que se realizan dichos tratamientos, en virtud de que cualquier flacidez, además de vergonzante, se ubica en el talego de la falta de hombría y de la incapacidad plena ante la vida; una verdadera tragedia.
Lo cierto es que no quisiera estar en su lugar, y menos, cuando las cosas se van hacia el otro lado, cómo le ocurrió hace unos días a un habitante de la India, que se convirtió en noticia mundial por cuenta de que le tuvieron que amputar a su mejor amigo después de tener una erección sostenida por más de 48 horas que terminó deslizándose hacia una irremediable gangrena.
Traigo esto a colación porque si bien cientos de órganos se retiran a diario en todo el mundo, el priapismo (así se llama la erección prolongada) del infortunado indio fue, incluso, llevado a las páginas de la encopetada revista ‘British Medical Journal’ y, por supuesto, se viralizó en menos de nada en medio del morbo que despertó.
Lo que no dijo es que el horrendo priapismo, con el que muchos tontamente fantasean, puede esperarlos a la vuelta de la esquina acompañando a algunas enfermedades comunes o desencadenando por algunos medicamentos y menjurjes con los que estimulan sus adorados falos para que se mantengan derechos.
El asunto es que a ellos, por lo visto, estos riesgos les parecen de poca monta, lo que no me impide decirles con vehemencia: nosotras los preferimos poco rendidores que cercenados.
En últimas, si el tiempo de su tiesura se mide en minutos, pues a utilizarlo con la mejor calidad y el mayor entusiasmo. No hacerlo no tiene perdón de Dios.