El estrés, y también la ansiedad, preparan al organismo para la pelea; cuando las situaciones que los generan ocurren, éstos hacen que la corteza cerebral no se ocupe de otra cosa... mucho menos de comer. Pocas cosas acaban tanto como una preocupación, y gran parte de ese deterioro tiene su explicación en la falta de comida.
Entienda. En los momentos de tensión la corteza cerebral, ese lugar donde se produce el pensamiento, hormonas como el cortisol y otros glucocorticoides impiden recibir las sensaciones de hambre y de malestar; en otras palabras, esas necesidades no se suplen.
Insomnes. Esa activación de la corteza cerebral no permite que zonas inferiores de este órgano regulen los tiempos de actividad y descanso, es decir que conciliar el sueño también se vuelve difícil. El problema es que el insomnio genera más estrés, y éste aumenta la pérdida del apetito... ¡Peor!
Desorden digestivo. Las angustias aumentan la acidez y la motilidad del tracto digestivo. Eso puede producir dolor, diarrea, náusea y vómito, que hacen que las personas piensen en todo, menos en comer.
Nada sabe bien. La comida está ligada al placer y en los momentos de tensión eso pasa a un segundo plano; la persona angustiada o estresada pierde, literalmente, el gusto por los alimentos. Cualquier bocado, por rico que sea, no estimula.
Por último. La angustia se atenúa un poco con la respiración: inhale, lleve el aire a su abdomen, sosténgalo durante cuatro segundos, llévelo a su pecho durante cuatro más y exhale lento por la boca. Hágalo varias veces. Por mal que se sienta, trate de hacer ejercicio. Coma, así sea un poco, pero evite los azúcares, y busque una distracción. Si ve que la cosa no mejora, corra al médico. ¡Ah! No se automedique.