Sí, confieso que la referencia siempre me ha parecido cursi y descafeinada, pero ahora la traigo a colación porque francamente, y en eso me apoya la ciencia, el concepto está cada vez más alejado de la cama.
No son pocos los estudios que demuestran que abundan las motivaciones que llevan a la gente a juntarse en la cama por razones distintas al amor.
De hecho, y consciente de que muchos idealistas querrán condenarme al fuego eterno, puedo decir que en más de una encamada este no es más que un accesorio exótico.
¿Que no? Los invito a dejar el romanticismo a un lado, al menos mientras les comparto los resultados de una investigación del Departamento de Psicología de la Universidad de Texas (Estados Unidos), que demostró que el amor, tener hijos y complacer a la pareja hace rato dejaron de ser las razones principales para compartir la cama.
Quemar calorías, conseguir un favor, “es que estaba borracho” y hasta “quería promocionarme” son apenas algunos de los 237 estímulos (sí: 237) que la gente que hizo parte del estudio adujo para acostarse con alguien.
Este universo de justificaciones acoge desde las razones más inocuas y sencillas hasta las más perversas, que han logrado sacar, poco a poco, a la media luz, las velas, el vino, las rosas, los baños de luna y hasta los meneos que adobaban el estereotipo romántico de la encamada.
Décadas atrás era francamente impensable que alguien justificara haberse acostado con alguien con el cuento de que “tenía unos ojos preciosos”, “necesitaba hacerlo para poder dormir”, “quería despedirme” o “buscaba tener una experiencia espiritual”, como sí lo esgrimieron, con pasmosa naturalidad, los participantes en la investigación. Suena tonto, ¿verdad?
Volviendo al tema del sexo descafeinado, echo de menos oír que la gente se va a la cama por puras y físicas ganas. Esas que llegan por la confluencia de unas hormonas bien puestas, un gusto por la pareja y una condición mental abierta y dispuesta.
Cuando todo eso está en su punto, no hay justificación que valga: son cerebro y cuerpo confabulados para lanzarse a la acción.
La sensación llega a ser tan fuerte que, cuando las ganas están en la cima, la gente es capaz de decir, a la mitad de un polvo, cosas como te amo, sin ti no puedo vivir, eres el ser que siempre quise tener a mi lado, alucino con las curvas de tu espalda, me haces feliz y otras cursilerías que hacen sentir a
quienes quedan satisfechos después de un polvo, como si hubieran hecho el amor.
De ahí, sí, señores y señoras, nace el cuentico aquel de que uno no se encama sino que “hace el amor”.
Las ganas, que lamentablemente pierden muchas parejas con el paso de los años, son el verdadero acicate a la hora del aquello. Lo demás es lo demás.