Creo que a todos nos enseñaron en el colegio que la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta. Si uno quiere ir del punto A al punto B simplemente traza una línea recta entre los dos puntos y ¡listo, problema resuelto!
Lo que no nos enseñan ─y muchos ni siquiera logramos aprender en el transcurso de la vida─ es que pueda que sepamos la lógica de llegar de un punto al otro, pero generalmente no sabemos por qué trazamos la línea, o más triste aún, la trazamos por razones equivocadas.
Estoy seguro de que conocen a más de una persona que se ha casado con la única intención de no estar en el punto A, que puede estar representado por un hogar hostil, sentimiento de rechazo social por no estar casada, cumplimiento de las expectativas de los demás, preferencia de estar con un hombre que las mantenga, no saber estar sola, etc.
Trazan la línea más corta para llegar al punto B (el matrimonio), pero no lo hacen para llegar a la meta de ser felices, que debe ser el verdadero punto B, sino para huir de un sinfín de circunstancias.
En estas situaciones pueda que la línea siga siendo la más corta, pero es la más sacrificada y la más débil. Una decisión como el matrimonio no puede ser tomada por miedo, ni por presión social, debe ser tomada porque la meta es compartir el resto de la vida con una persona que nos ama, nos respeta y nos complementa, y viceversa.
En el ámbito laboral también hay gente que traza líneas sin parar un minuto y preguntarse por qué las está trazando o cuál es el verdadero punto B. Le huyen al punto A porque no les gusta el jefe, los compañeros de trabajo o simplemente por aburrimiento, pero no se enfocan en cumplir sus metas o desarrollar su verdadera vocación.
Muchas veces nos da miedo contemplar cuál podría ser el verdadero punto B, ya que seguramente dirigirnos hacia él nos puede causar incomodidad y hasta sacrificios. Muchos preferimos la comodidad a la infelicidad, al esfuerzo que puede implicar la realización.
Otros dejamos que terceras personas o la sociedad tracen las líneas por nosotros. Vamos ciegamente del punto A al punto B con la intención de complacer a todo el mundo sin cuestionar si es a donde queremos ir, creamos una línea débil y fácilmente borrable.
Tampoco nos enseñan en el colegio que, aunque la línea recta sea la más corta, no necesariamente es la más divertida ni la más educativa. Si uno tiene claro para dónde va, en vez de simplemente huir de algo o de alguien, por más largo que sea el camino o por más pecaminoso que sea, es mucho más difícil caer en la tentación de rendirse.
Cuando uno sabe para dónde va, los obstáculos son retos que nos enseñan y nos mejoran como seres humanos y no pares permanentes que nos causan frustración.
Hoy les propongo, antes de trazar cualquier línea, hacernos la pregunta: ¿estoy huyendo del punto A o quiero llegar al punto B?”