Hay frases que nos atraviesan como una ráfaga en medio de la rutina, y una de ellas es cuando alguien dice: “te muestro mis tripas”. No como un acto literal, sino como un gesto profundo de desnudez interior. Vivimos en una época donde la fachada ha sustituido a la verdad, donde las métricas digitales cuentan más que la coherencia interna y donde muchos prefieren parecer antes que ser. ¿Cuándo fue la última vez que mostraste realmente tus entrañas, sin maquillajes, sin excusas y sin guiones preparados?
Mostrar las entrañas no es una simple metáfora emocional; es un acto de valentía existencial. Significa abrir aquello que habitualmente escondemos: las contradicciones, los temores, los fracasos, las preguntas sin respuesta. Y en un contexto empresarial, espiritual y tecnológico como el que habitamos, esta transparencia radical se vuelve más que un lujo: se convierte en una necesidad de supervivencia y evolución. Lo he visto en carne propia, en casi cuatro décadas acompañando líderes, construyendo empresas y enfrentando mis propios espejos internos. Cuando fingimos demasiado tiempo, el sistema —sea personal, organizacional o social— colapsa desde adentro, no por falta de recursos, sino por exceso de máscaras.
Recuerdo un momento de mi vida empresarial que marcó un antes y un después. Corría el año en que Todo En Uno.Net daba un salto importante en su expansión, y en medio de cifras alentadoras y discursos inspiradores, yo sabía que había fisuras internas que no estaba enfrentando. Tenía miedo de mostrarlas, incluso a mi propio equipo. Miedo de parecer débil, de que al mostrar mis dudas, el liderazgo perdiera fuerza. Hasta que un día, en una reunión cerrada, decidí “mostrar mis tripas” sin adornos. Les hablé de las inseguridades que me acompañaban, de decisiones que me habían dolido, de errores que no se veían en los informes pero que estaban vivos en mi conciencia. Lo que siguió no fue debilidad: fue conexión. El equipo dejó de verme como una figura lejana y empezó a sentirse parte de un camino compartido, real y humano. Esa experiencia fue más poderosa que cualquier manual de liderazgo.
Mostrar las entrañas también es desafiar la cultura de la perfección que las redes sociales y la hiperconectividad han amplificado. Hoy, muchos líderes comunican estrategias brillantes en LinkedIn, presentan cifras impecables en PowerPoint y comparten frases inspiradoras, mientras sus noches están llenas de ansiedad, dudas y silencios pesados. Lo invisible —lo no dicho— sigue existiendo y condicionando decisiones, vínculos y resultados. En mi experiencia, la verdadera transformación ocurre cuando ese mundo invisible se integra al visible, cuando dejamos de separar la espiritualidad de la empresa, la tecnología de la conciencia, el hacer del ser.
El Eneagrama, que he utilizado durante años en procesos personales y organizacionales, es una herramienta poderosa para esto. No porque etiquete, sino porque ilumina zonas ocultas de nuestra psique. En mi caso, como Camino de Vida 3, he tenido que trabajar profundamente la tentación de construir imágenes perfectas para obtener reconocimiento. Ese impulso, si no se observa con conciencia, se convierte en una prisión. Pero cuando uno se permite mostrar lo que hay detrás del escenario, el camino se vuelve liberador: las relaciones se vuelven auténticas, los equipos florecen desde la confianza y la innovación deja de ser un discurso para convertirse en una consecuencia natural de la apertura.
En la cultura empresarial latinoamericana, y particularmente en Colombia, todavía existe una fuerte tendencia a confundir liderazgo con infalibilidad. Muchos empresarios creen que deben tener todas las respuestas, proyectar control absoluto y no mostrar jamás sus sombras. Sin embargo, las empresas más humanas y sostenibles que he conocido no están lideradas por superhéroes, sino por personas que tienen la valentía de reconocerse en proceso. Líderes que lloran cuando es necesario, que escuchan antes de hablar, que se dejan acompañar. Mostrar las entrañas no debilita el liderazgo: lo humaniza, y en esa humanización reside su poder transformador.
También es importante reconocer que este acto no se limita al terreno emocional o interpersonal. En la era de la inteligencia artificial y la hipertransparencia digital, mostrar las entrañas implica también abrir los sistemas, las estructuras, las políticas. Las organizaciones que practican el “accountability” real —no el de discurso, sino el que permite auditorías internas sinceras, revisión de datos sin maquillajes y corrección ágil de errores— son las que sobrevivirán en el largo plazo. La espiritualidad aquí no está en rezar en la oficina, sino en vivir con coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. La tecnología, cuando se usa con conciencia, no es un velo sino un espejo: expone incoherencias, ilumina zonas grises y amplifica las decisiones auténticas.
Hay quienes temen que al mostrar sus entrañas serán juzgados, rechazados o vulnerables. Y sí, puede pasar. Pero también sucede lo contrario: que otros reconozcan en esa apertura un permiso para hacer lo mismo, y que se construyan espacios más honestos, más humanos y más creativos. Como sociedad, estamos hambrientos de autenticidad. Las nuevas generaciones, particularmente, detectan rápidamente los discursos vacíos y se alejan de quienes predican una cosa y practican otra. Mostrar las entrañas, entonces, no es una moda ni una estrategia de marketing personal: es una manera de habitar el mundo con integridad.
He aprendido que cuando alguien me muestra sus entrañas, debo recibir ese gesto con respeto y sin máscaras propias. Porque no se trata de competir por quién tiene más heridas, sino de reconocernos en nuestra humanidad compartida. En mi trabajo con comunidades, empresarios y jóvenes emprendedores, he visto cómo un solo testimonio honesto puede abrir puertas que mil PowerPoints no logran. Es allí donde la espiritualidad se encuentra con la empresa y la tecnología: en la valentía de ser, antes que parecer.
Y si llevo esta reflexión a mi vida personal, también hay momentos en que mostrar mis entrañas ha sido la única forma de sanar vínculos rotos. No se trata de exhibicionismo emocional, sino de una verdad dicha con humildad y conciencia. Mostrar las entrañas es decir: “Esto soy, con mis luces y mis sombras, con mis certezas y mis preguntas. No vengo a convencerte, vengo a compartir mi humanidad”.
Hoy, en un mundo atravesado por algoritmos, IA generativa, culturas empresariales aceleradas y presiones de productividad, necesitamos espacios para esta verdad desnuda. No para quedarnos en la herida, sino para construir sobre ella. Mostrar las entrañas es el primer paso para crear empresas conscientes, tecnologías éticas y sociedades donde la vulnerabilidad no sea una debilidad, sino un puente.
Si estás leyendo esto, tal vez es hora de preguntarte: ¿a quién necesitas mostrarle tus entrañas hoy? ¿A tu equipo, a tu familia, a ti mismo? La respuesta puede marcar el inicio de un nuevo capítulo más coherente, más real y más libre.
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